Richard Casanova 23 de octubre de 2024
Hace muchos años, leí un libro extraordinario sobre la estrategia y la política de las minorías, eran tiempos cuando Teodoro decía que “el MAS es como una bicicleta que tiene que pedalear entre dos gandolas”, asumiendo sin complejos que su partido era mucho más pequeño que AD y Copei, lo cual se traducía en una campaña política y electoral distinta. Si no podías igualarte en su tamaño a los “partidos de masa”, tenías que buscar otras formas de diferenciarte y atraer al electorado. Y de alguna manera, la “campaña bicéntrica” funcionó pues -con un mínimo porcentaje nacional- se logró tener una interesante fracción parlamentaria, además ganar muchas gobernaciones y alcaldías importantes del país. Que después el MAS dejó de ser una alternativa al bipartidismo, es otra historia que tiene mucho que ver con perder el foco y dejarse arrastrar por estériles luchas internas. Valga la lección hoy, como veremos más adelante.
En
otros países, las pequeñas organizaciones partidistas se sienten orgullosas de
llamarse “partido de cuadros”, aludiendo nuevamente a la clásica clasificación
de partidos formulada por Maurice Duverger. Es decir, asumen su condición y
procuran partir de la realidad y aprovechar de la mejor manera sus capacidades
y limitados recursos en una estrategia de crecimiento. Así ganan elecciones,
sin descalificar. En Venezuela, hoy es otra la realidad. Algunos grupos
claramente contrarios al gobierno, incluso algunos que provienen de allá y hoy
promueven un cambio, suelen referirse a la Plataforma Unitaria como “la
Oposición Tradicional”, con un claro sesgo despectivo. Otros se refieren a
María Corina Machado como “la señora” y claro que es toda una señora pero
también es evidente el mismo sesgo.
Por su
parte, los partidos pequeños -que los hay y no es una descalificación- no
piensan como un partido de cuadros o en la estrategia de las minorías que
aludía al principio. Más bien insisten en descalificar a los partidos más
grandes con argumentos tan absurdos como “aquí todos los partidos están
destruidos”, “no hay partidos grandes, todos son cascarones vacíos”, etc. Esa
estrategia de “igualarnos todos por abajo” no considera el crecimiento de los
pequeños sino la destrucción de los más grandes. Eso es dispararse en el pie
antes de la carrera: ¿Cómo gana una oposición si todos los partidos están
destruidos? ¿Por qué no pensar en alianzas ganadoras que preserven las fuerzas
de cada quien e induzcan el crecimiento de todos? La respuesta es simple: aún
no se han superado las mezquindades, prevalecen intereses facciosos por encima
del interés nacional. O sea, la UNIDAD es un lugar común en el plano retórico
pero no en la práctica política.
Así
unos grupos hablan de la “Unidad Superior” y otros invocan algo similar con
nombres distintos. A unos y otros hay que decirles que la unidad pasa por
reconocer una realidad incuestionable:
1) El
liderazgo fundamental de la oposición está sobre los hombros de María Corina
Machado (MCM) y Edmundo González Urrutia (EGU) como presidente electo, al menos
para buena parte de la comunidad nacional e internacional es así. Les guste o
no, es un liderazgo legitimado en primarias primero y luego en las elecciones
del 28 de Julio. Desconocer está realidad es buscarle 5 patas al gato. Y
políticamente es una inmadurez, una falta de sensatez y una mezquindad.
2) Lo
mismo podemos decir de desconocer a la Plataforma Unitaria como el principal
centro de dirección política. Más allá de cualquier crítica, gracias a ella
hemos llegado hasta aquí: fue posible hacer las primarias, hacer una campaña
exitosa en medio de grandes adversidades, defender los votos en las mesas y
avanzar en todas las gestiones internacionales para lograr el respaldo que hoy
tiene la oposición democratica en la exigencia de que se respete el resultado
expresado por el pueblo venezolano en las urnas electorales.
Entonces
cabe la pregunta ¿Acaso es posible la UNIDAD -superior o como la llames- sin
MCM, EGU y la Plataforma Unitaria? ¿O esa unidad debe ser “en torno a nosotros”
que representamos algo distinto a la “oposición tradicional” o a “los
políticos”? Con el mínimo de sensatez llegaremos a una respuesta racional,
obvia podríamos decir. ¡No!
En
estos días, conversando con uno de estos valiosos grupos minoritarios, me
decían “no tenemos problema en reconocer el liderazgo de MCM, EGU y la
Plataforma Unitaria pero sumarnos no puede ser un acto de incondicionalidad. Es
necesaria una comunicación más franca y tener claridad sobre nuestra
participación”. No dudé en admitir su argumento como válido, lo que nos conduce
a asumir que la unidad requiere de una disposición real de ambas partes. Es
cierto que a veces las organizaciones más grandes y sus líderes actúan con
prepotencia y su arrogancia radicaliza a los partidos más pequeños, cuyo aporte
es esencial en los cruciales momentos que vive la República. El “todos somos
necesarios” no termina de asumirse como una práctica política en el mundo
opositor y salvó excepciones, vale decir que esa es la conducta dominante.
Se
requiere entender que la oposición es diversa y coexisten múltiples visiones,
que es posible que existan diferentes formas de abordar el problema y que nadie
es dueño de la razón. Es indispensable esforzarse en vencer las mezquindades,
por ejemplo: yo no milito en el partido de Enrique Márquez, pero no tengo
problemas en saludar los esfuerzos que hace y valorar sus iniciativas como
positivas, entendiendo que su “apego” a la institucionalidad no significa que
ésta exista, ni supone esperar una respuesta de esas “instituciones”. Es
simplemente otra forma de luchar exactamente por lo mismo que se plantea desde
la Plataforma Unitaria.
Es
deseable -no necesariamente indispensable- que Enrique Márquez sume su esfuerzo
a la Plataforma Unitaria y viceversa, lógicamente. Aunque perfectamente pueden
coexistir múltiples iniciativas, siempre que el objetivo sea el mismo. ¿Cuál es
el problema? Lo que sería inaudito es que el juego de la mutua descalificación
termine por lesionar a la causa democrática y no exista un mínimo entendimiento
entre las partes.
A
veces el problema no son los partidos sino los “analistas” que pululan en la
galería: no tienen influencia, hablan pendejadas sin saber, no mueven un solo
voto pero hacen mucho ruido. Andan con un hacha en la mano, cazando a cualquier
partido, dirigente o grupo de la sociedad civil que no le sea simpático o
difiera de su forma de pensar. Se parecen al chavismo y hasta repiten las
mismas descalificaciones que pone a rodar el gobierno, mostrando una insaciable
vocación destructiva. Se dicen de oposición pero disparan con saña contra ella
y hasta creen que la política es el arte de disfrazar intereses colectivos como
intereses particulares, expresiones de la anti política que rayan en la estupidez.
En esta materia, el gobierno si aventaja a la oposición: cohesionados por el
poder y el dinero mal habido, mantienen la unidad requerida y hacia afuera
disimulan sus conflictos, aunque sabemos que existen.
En
todo caso, no es cierto que todos los partidos en la oposición son iguales o
todos están prácticamente destruidos pero esa retórica es suicida, sin dudas.
Ahora, si fuera cierto ¿Cómo impulsar entonces el anhelado cambio en Venezuela?
Es aquí donde la anti política cree ganar la partida: hablan de soluciones
mágicas, de mesías independientes, sueñan con una invasión yanqui y apuntan a
salidas extra constitucionales o fantasiosamente subversivas.
Afortunadamente
esa práctica perversa de deshuesarnos entre nosotros está reducida a grupos
minúsculos, sobre todo en las redes sociales. Lo insólito es que pretenden
incluso censurar la actuación de la sociedad civil organizada, que no debe
asumirse como oposición, ni como gobierno y cuya autonomía conviene respetar.
Por ejemplo, nos encontramos con gente que desconoce la cantidad de
organizaciones y líderes sociales que se agrupan en el Foro Cívico, así como su
democrática dinámica interna, sin embargo -con pasmosa ligereza y sin
argumentos serios- se atreven a descalificar a ese espacio de encuentro y sus iniciativas.
Espero que no sea envidia y dudo que sea mera ignorancia y más bien pareciera
que el régimen ha logrado inocular el virus de la intolerancia en distintas
esferas de la sociedad. Y por esa vía, la mezquindad ha ganado terreno.
Quizás
sin querer, esa irresponsable manera de asumir el desafío de la unidad
democrática, le hace el juego a la estrategia de “las oposiciones” que tiene en
marcha el gobierno. Hay que salirle al paso, excluyendo a los llamados
alacranes –pues son parte del gobierno- aquí hay una sola oposición que es
inmensa, es una evidente mayoría, amplia, plural y muy diversa. Nos diferencian
muchas cosas, pero nos une la urgente necesidad de un cambio democrático en
Venezuela y el compromiso con vastos sectores de la población que padecen la
severa crisis social y económica.
Ciertamente,
hoy vivimos una tragedia y nuestro pueblo ha sufrido tanto pero tanto que uno
se pregunta ¿Qué hace falta que suceda en Venezuela para que el liderazgo
nacional -no solo político- asuma honestamente y con absoluto desprendimiento
el compromiso de la unidad y la exigencia de cambio que recorre al país? Para
ello hay que ser mucho más tolerante que el gobierno que se aspira cambiar. La
unidad es como el amor, no basta con declararlo, sino que debes demostrarlo con
acciones a cada paso. Demuestren todos con su actitud que la unidad es mucho
más que un discurso. ¡Dios bendiga a Venezuela!
Richard
Casanova
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