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viernes, 25 de octubre de 2024

Navegando en la bruma / Ángel Oropeza @angeloropeza182

 


Hay pocos rasgos que sinteticen y al mismo tiempo describan mejor la realidad psicosocial de los venezolanos de hoy que la incertidumbre. Nadie sabe qué pasará en el país mañana, cómo estaremos incluso en el corto plazo y cómo será nuestra existencia más allá del día de hoy. Y esta incertidumbre, en vez de reducirse, no hace sino aumentar. 

Los psicólogos definen la incertidumbre como la falta de certeza o de predictibilidad sobre una situación o evento, lo que genera una sensación de inseguridad, inquietud y falta de control sobre nosotros mismos y lo que nos rodea.  Esta falta de control percibido, a su vez, termina provocando ansiedad y hasta miedo en las personas, al no saber qué tendrán que enfrentar y tampoco cómo hacerlo. 

Esta sensación de no poder saber ni anticiparse con seguridad a lo que sucederá a continuación, está reñida con nuestra necesidad psicológica de seguridad y control. Por ello resulta tan incómoda y aversiva. Las personas perciben estar viviendo como si estuvieran navegando en medio de una oscura y densa bruma, que no sólo les limita la visión sino su propio quehacer.

Los efectos de una crónica incertidumbre en las personas y en una población han sido ampliamente estudiados. Las principales consecuencias son dificultad para planificar, ansiedad (con su carga de preocupación y nerviosismo), altos niveles de estrés, desazón e incomodidad psicológicas, sensación de frustración, problemas de sueño (tanto en cantidad como en calidad), dificultades para la concentración, sensación de amenaza y vulnerabilidad, y problemas de salud física provocados por el estrés, como enfermedades cardiacas, gastrointestinales y debilitamiento del sistema inmunológico.  A largo plazo, la incertidumbre crónica o continuada puede contribuir también al desarrollo de síntomas depresivos, como la tristeza recurrente, la desesperanza y la falta de interés en actividades cotidianas, y a trastornos de la salud mental.

Así entonces, la exposición continuada a la incertidumbre tiene consecuencias significativas en el bienestar emocional de la población, limitaciones y hasta parálisis en el proceso de toma de decisiones de las personas, y finalmente efectos nocivos en su calidad de vida. Esto hace además que la crónica incertidumbre contribuya a una mayor vulnerabilidad psicosocial de la población y a una disminución del Capital Social del país. 

Es por ello que el problema de la crónica incertidumbre no puede ser tomado a la ligera como si fuera sólo un dato anecdótico. Sus efectos sobre los venezolanos son graves. 

Por supuesto, nuestra ya larga incertidumbre no tiene su origen en los propios venezolanos ni tiene nada que ver con nuestra cultura ni con nuestra psicología colectiva. Su génesis y causa está en el entorno político. Lo ideal y deseable es que los actores políticos que generan con su conducta y decisiones este cuadro de crónica incertidumbre, muchas veces de manera intencional, actúen en contrario, y el país pueda contar pronto con reglas claras y predecibles que permitan la convivencia civilizada y democrática. Sin embargo, y mientras ello ocurre, los venezolanos debemos aprender a desarrollar estrategias de resiliencia y afrontamiento que al menos ayuden a reducir el impacto nocivo de la incertidumbre.

Lo primero es entre todos entender que la incertidumbre, aunque generalmente negativa por sus efectos, en ocasiones puede ser una oportunidad para la creatividad y la innovación.  Al no estar en nuestra zona deseada de confort psicológico, la incertidumbre nos desafía a enfrentar lo desconocido con inteligencia, valentía y resiliencia. Sobre todo porque, a pesar de no verlos ni saber de ellos, los acontecimientos del entorno se siguen sucediendo y hay que estar preparados para afrontar el rumbo que puedan tomar. Ya lo decía con mucha razón el psicólogo argentino Jorge Catelli: “El único beneficio que genera el estar en incertidumbre es el entrenamiento para los momentos en que debemos tomar decisiones inesperadas”.

Desde el punto de vista de lo que puede hacer cada persona, es importante desarrollar estrategias para gestionar la incertidumbre, como enfocarse en el presente más que en el futuro incierto; practicar técnicas de atención plena; aprender a contrarrestar los pensamientos catastróficos;  identificar lo que está fuera de nuestro control y enfocarnos en lo que podemos controlar, centrándonos en acciones concretas y realizables; desarrollar una mentalidad de aprendizaje que nos permita ver la incertidumbre como una oportunidad de entrenamiento y desarrollo de habilidades de afrontamiento; evitar la sobreinformación (sobre todo la proveniente de fuentes no confiables o serias), y buscar apoyo social y emocional en amigos y familiares cuando sea necesario. Con respecto a esto último, los profesionales de la salud mental pueden proporcionar perspectivas nuevas y recursos adicionales para afrontar la incertidumbre de manera más efectiva.

Desde una perspectiva más social e integral, para reducir la incertidumbre en una población se pueden implementar también varias estrategias. Algunas de ellas son, por ejemplo, diseñar mecanismos transparentes y claros de comunicación para mantener a la población alimentada con información verídica y actualizada que ayude a reducir la especulación y el miedo; ofrecer apoyo psicológico y emocional a través del acceso a servicios de salud mental como líneas de ayuda y consultas, para ayudar a las personas a gestionar su ansiedad y estrés; fomentar la resiliencia comunitaria, a través del fortalecimiento de los vínculos de cohesión social y de apoyo mutuo dentro de las comunidades; y estar preparados para los diferentes escenarios que puedan suscitarse a partir de situaciones de crisis.

Lo importante es entender que, a pesar de las consecuencias nocivas y perjudiciales que generalmente provoca la incertidumbre crónica, es posible desarrollar estrategias personales y sociales de afrontamiento ante ella, de modo de enfrentar lo desconocido con mayor inteligencia. Adoptar ante la incertidumbre una actitud de aprendizaje, puede transformarla en una oportunidad para hacernos más fuertes y preparados para los escenarios que habrán de venir.

https://www.elnacional.com/opinion/navegando-en-la-bruma/

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