Luis Ugalde 09-07-2013
“Los
que siembran con lágrimas cosechan con cantos alegres.
Al
ir iba llorando llevando el saco de la semilla; al volver vuelve cantando
trayendo las gavillas” (salmo 126).
¡Con qué ilusión y esperanza la
mayoría del país confió en Chávez y su proyecto! Para muchos él encarnaba el
repudio de todos los males políticos y sociales de Venezuela y la redención y
reivindicación de las humillaciones y negaciones acumuladas a lo largo de los
siglos. Luego, Fidel encandiló a Chávez, que como un adolescente se enamoró a
ciegas de Cuba y su modelo fracasado. Y empezó la siembra. Han pasado 14
años –3 períodos de gobierno de los de antes - con fabulosos ingresos
petroleros nunca vistos...
Ahora es tiempo de cosecha de lo
sembrado y, con estupor y amargura la gente va viendo que los campos están
estériles, los graneros vacíos y la fuente de dólares con poca agua para las
promesas. ¿Por qué la cosecha es tan escuálida? ¿A dónde se fueron los recursos
y en qué tierra se sembraron los sueños?
Estamos viviendo lo contrario de lo
que dice el salmista al comparar el regreso jubiloso del exilio judío en
Babilonia con la cosecha: la boca se les hace risa y los pies bailan de
alegría. En Venezuela: los tiempos de siembra fueron de júbilo - no de trabajo
creativo-, de ilusiones y de promesas, de un “hombre nuevo”, de felicidad
y amor “socialista”…Con tanta alegría y encandilamiento, se dieron al
baile y ahora, en tiempos de cosecha, vivimos la tristeza, el vacío y la
frustración, pues los campos están yermos y la tierra reseca.
¿Qué pasó? Que en tiempo de la siembra
no se sembró, sino que se cultivaron ilusiones en las nubes, mientras que en la
realidad se escogía el falso camino con un modelo sociopolítico fracasado sin
excepciones. Con la lotería del petróleo a 100 dólares el barril, se creían
ricos para distribuir, gastar, robar y regalar. El país más rico de América,
dirigido genialmente por un líder tan visionario como Bolívar y de tan buen
corazón como Jesucristo.
Ahora no hay más alternativa que
sincerarnos con nuestra realidad, por dolorosa que sea. Ver de frente los hechos de corrupción
multimillonaria, la improductividad y pérdida en toda empresa estatizada, la
violencia y el cultivado enfrentamiento entre venezolanos: son buenos los que
están conmigo y malos y vendidos al imperio los que piensan distinto.
Se persiguió a los productores, pues
es mala la ganancia y en el modelo estatista-socialista no hay lugar para sus
empresas; mejor se van para otro lado… Se despreció a la educación de calidad
en todos los niveles, se empobreció al educador y se sembró día y noche con
ambas manos la división, el enfrentamiento, el odio… Lógicamente esa siembra
trajo esta cosecha: hoy la vida peligra y nos faltan dólares, inversiones,
miles de nuevas iniciativas empresariales, trabajo productivo “decente” con
salario que no se coma la inflación, decenas de miles de escuelas de primera en
los sectores más pobres, clínicas y hospitales públicos de calidad y un régimen
de seguridad social equitativo y sostenible. Esas aspiraciones eran, y son,
nuestros objetivos legítimos. El problema no viene de la sustitución de Chávez
por un discípulo incapaz, sino de la siembra errada de un modelo estatista, con
imposición de una ideología reaccionaria, esterilizante y productora de miseria
y de falta de libertad.
Nuestra democracia anterior tenía
gravísimos problemas y necesitaba una sacudida, pero la solución no va por este
modelo. Ahora - más allá de las impaciencias emocionales actuales- gobierno y
oposición deben sincerarse con el país, llamar a cada cosa por su nombre,
identificar los diez cambios claves que abren la puerta a todos los demás. Lo
más importante y difícil es reconocer el error, reconocerse mutuamente, admitir
que la mitad que le falta a cada lado está en el otro lado y viceversa, por lo
que ninguna de ellas puede gobernar ni desarrollar el país exitosamente. Para
jugar en equipo con jugadores a los que hemos descalificado del modo más
brutal, es imprescindible la valoración humana del adversario, reponer el orden
constitucional violado y retomar sus claves democráticas en igualdad de
condiciones para todos. Cuanto más tarde el Gobierno en admitir su error y
reconocer a la mitad nacional desechada como “derecha fascista”, peor le irá y
el sufrimiento del país irá en aumento.
Y que nadie en la oposición se haga la
ilusión de que su media mitad podría gobernar exitosamente, sin reconocer y
sumar a la otra.
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