Álvaro Vargas Llosa VIERNES 31 DE ENERO DE 2014
Han hecho bien los prestigiosos
comentaristas que han criticado la incoherencia entre lo que pasa en Cuba y los
principios escritos de la Celac, cuya tercera cumbre se ha realizado en la isla
caribeña. Tambiénhizo bien la diplomacia de Obama en recordarles a los jefes
de Estado y de gobierno, mediante un comunicado, que debían tener contacto con
la sociedad civil cubana para promocionar la democracia y la libertad de
expresión.
En el momento en que llegaban las
delegaciones extranjeras a Cuba, se desataba una cacería contra más de 200
líderes civiles a los que el gobierno acosó para impedirles algo tan elemental
como una pacífica “cumbre alternativa” destinada a dar su versión de lo que
allí sucede. Es un recordatorio de la brecha sonrojante que existe
entre los propósitos que enuncia el documento original de la Celac y lo que la
treintena de líderes mundiales aceptó al prestarse a ir a esa cumbre sin poner
la menor condición. Y sin hacer, con la excepción de la delegación
costarricense, gestos de respeto a las víctimas.
No es necesario romper relaciones con
un país o dejar de visitarlo para exhibir una actitud digna y principista. Hay
muchas formas de hacer eso sin declarar guerras ideológicas, violar reglas
diplomáticas o crear más problemas de los que hay.
Por eso los líderes de las principales
democracias occidentales que viajan a países dictatoriales buscan formas de
expresar sus desacuerdos, unas veces con pronunciamientos francos y otras,
reuniéndose con figuras simbólicas de la oposición perseguida o la sociedad
civil sofocada.
Es triste comprobar que, con excepción
del gesto del panameño Ricardo Martinelli, que no acudió a La Habana (el
salvadoreño se ausentó por razones de salud), ningún gobernante buscó
formas de preservar espacios de coherencia democrática dentro del marco
legitimador de esa eterna dictadura que fue la cumbre. Ni una palabra,
gesto o mueca. Naturalmente, la única protesta vino de Washington, que no
participa en la Celac. Nos quejamos a menudo de que EE.UU. se meta en
los asuntos latinoamericanos. En casos como éste, eso sólo tiene un culpable:
la propia América Latina. El, Puerto del Mariel, donde fue la cumbre,
por ejemplo, ha sido construido por Odebrecht con financiamiento del gobierno
brasileño y en sociedad con una empresa cubana controlada por el Ministerio de
las FF.AA. Revolucionarias.
El origen de la Celac es el extinto
Grupo de Río, cuyo antecedente es el Grupo de Contadora que impulsó la paz en
Centroamérica en los 80. Aunque en ese proceso buena parte de América Latina
tomó distancia del papel estadounidense en los conflictos, Contadora mantuvo
una línea crítica también frente a la violencia de los grupos comunistas y al
gobierno sandinista. La Celac, heredera lejana de Contadora y creación de
Hugo Chávez y los Castro, ha modificado la naturaleza del propósito inicial de
Contadora, que tenía que ver no sólo con la paz sino con su condición
indispensable: la legitimidad democrática. Y lo ha hecho porque América
Latina ha arrojado la toalla con respecto a sus responsabilidades, plasmadas en
documentos como la Carta Democrática Interamericana. Con o sin reformas en la
isla, Castro puede contar con una palmada en el hombro exenta de condiciones
mínimas.
Todas las proclamas democráticas de
los documentos hemisféricos son papel mojado. No han surgido todavía
líderes dispuestos a restablecer un cierto balance en América Latina entre
lo que dictan las reglas de las relaciones entre estados y lo que exigen
valores como el estado de derecho y el respeto a los DD.HH. Y eso, los Castro y
Maduro lo saben bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico