Por S.J. Luis Ugalde
Parece de mal gusto pero
vuelvo a publicar unas citas que salieron en un artículo mío hace 13 años.
Desde entonces, los hechos han avanzado de tal manera hacia el desastre
anunciado, que viene a cuento lo denunciado por Vaclav Havel en 2003 sobre las
palabras comunistas para ocultar realidades; ellas ponen en evidencia la agonía
de la farsa criolla y nuestra tragedia. Havel durante décadas vivió la amargura
del paraíso comunista, luego sufrió sus cárceles y más tarde, tras la caída del
régimen, fue dos veces presidente democrático. Sus palabras son sabias y
orientan a los venezolanos, pues desenmascaran el engaño y alimentan la
resistencia y la esperanza de una pronta liberación, si actuamos con
lucidez.
“Pienso que uno de los
instrumentos más diabólicos para avasallar a unos y embelesar a otros es el
singular lenguaje comunista. Es un lenguaje lleno de doblez y subterfugio, de
consignas vacías y de figuras retóricas estereotipadas. Se trata de un lenguaje
capaz de maravillar enormemente a las personas que no hayan descubierto su
falsedad, o a las que no hayan tenido que vivir en un mundo manipulado por él.
A la vez en otras personas, ese mismo lenguaje es capaz de infundir el miedo y
el terror, hasta sumirlas en un estado de perpetuo disimulo.
“También en mi país hubo
generaciones enteras de personas que se dejaron desorientar por ese lenguaje
lleno de bonitas palabras sobre la justicia, la paz y la necesidad de luchar
contra los que –supuestamente al servicio de maléficas potencias extranjeras–
se oponían al poder que ese lenguaje esgrime. La gran ventaja de ese lenguaje
es que todas sus partes se entrelazan firmemente dentro de un sistema cerrado
de dogmas que excluye todo lo que no se acomode a él. Cualquier idea un tanto
original o independiente, cualquier palabra que no pertenezca al vocabulario
oficial, se tilda de diversionismo ideológico, y esto, parecería, casi antes de
que nadie pueda expresarla. La red de dogmas que justifican cualquier
arbitrariedad del poder suele por ende adoptar la forma de una utopía, es
decir, que todo cuanto no se avenga a su estructura tenga que ser suprimido,
prohibido o destruido, en aras de un futuro feliz”.
Son los comunistas
convertidos en poder que parece omnipotente, incluso cuando está a punto de
derrumbarse. En Checoslovaquia ayer, y hoy entre nosotros, quieren aparentar
seguridad y sembrar la resignación. “La experiencia de mi país fue muy
sencilla: cuando la crisis interna del sistema totalitario se hace profunda
hasta tal punto que ya para todos es obvia, y cuando un número cada vez mayor
de personas aprende a hablar en un lenguaje propio y a rechazar el lenguaje
charlatán y mentiroso del poder, la libertad ya está muy cerca, casi al alcance
de la mano”.
La responsabilidad de luchar
por la justicia, la paz, la dignidad y la libertad continuará: “Nuestro
mundo en general, no se encuentra en buen estado, y avanza quizás por un
derrotero muy ambiguo. Pero esto no significa que tengamos el derecho de
abandonar la libre y culta reflexión, para reemplazarla con un puñado de
consignas utópicas. No lograríamos con ello un mundo mejor, sino un engendro.
Por el contrario, lo que esto significa es que debemos hacer más por nuestra
propia libertad y por la libertad de los demás”.
El comunismo fue utopía
atea, pero aquí quieren vendernos como Reino de Dios estos terrenales
espejismos autoritarios.
En Venezuela es la hora de
la unidad nacional que incluya a los desengañados de este régimen y a los
opositores. Muchos, luego de haber vivido con fe ciega esa utopía redentora,
ven hoy con claridad su naturaleza corrupta y destructiva. Otros (incluido el
CNE) llaman a cerrar filas, ocultar con palabras-disfraces para mantenerse en
el poder y resistir, como en un castillo sitiado; aunque ya no creen en ningún
socialismo.
Solo con una verdadera
fuerza espiritual, que lleva a la reconciliación, seremos capaces de
reconstruir sin caer en revanchas destructivas y de asumir con verdad y hechos
una economía de fuerte y libre creatividad y productividad acompañada por el
rescate de un Estado eficiente, con instituciones sanas y ordenadas a dar
respuestas solidarias y eficaces a la tragedia de la pobreza nacional.
Lo peor es evadir las
respuestas a los problemas concretos y ponerles un vendaje de altisonantes
palabras revolucionarias vacías de contenido, pues con ello corremos el peligro
de que la grave herida se gangrene.
01-09-16
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