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viernes, 7 de octubre de 2016

Carlos Blanco: “Maduro es hoy un buey ojeroso y cansado”, por Enrique Meléndez



Enrique Meléndez 07 de octubre de 2016

El economista Carlos Blanco afirma que el régimen que gobierna a Venezuela va de salida, y que para el presidente Nicolás Maduro “sería preferible renunciar” antes de salir por los votos en el revocatorio.

¿El hambre no tumba gobiernos? Tal como está la situación, ¿llegaremos a 2019 sin un cambio de gobierno?

El país está viviendo una devastación asombrosa. Venezuela es un país en escombros, y hay hambre. Vi la encuesta reciente, que señalaba que el 12% de los venezolanos se acuesta con dos o menos comidas al día. Lo cual ya representa en sí mismo un escándalo, porque estamos hablando de más de tres millones de personas. El testimonio que uno ve en todas partes es el de las colas, rostros de gente afligida: jóvenes, viejos, ancianos.

El hambre está campeando en el país, la escasez, la inflación, todas las cosas que sabemos de la economía que ha producido un inmenso descontento y pudiéramos decir, una inmensa furia. Pero el descontento y la furia no necesariamente se traducen en una voluntad de cambio.

Es cierto que la gente está descontenta, pero para pasar del descontento, de la desesperanza, del desencanto, de la furia, a la acción hace falta una dirección política lúcida, que tenga capacidad de entender la situación, que tenga la perspicacia para saber hasta dónde la gente está dispuesta a llegar, y que tenga la voluntad de promover el cambio.

Usted cree que la MUD no está llenando ese requisito?

La MUD está sufriendo una transformación, que yo no sé a dónde va. Pero es una transformación positiva. Hasta hace muy poco la MUD era un grupo de cuatro partidos que no se reunían con el resto de los partidos, y que no tenían intercambio fluido con la sociedad civil. A partir de la semana pasada se han dado unos pasos que considero importantes.

Por una parte, se produjo la agrupación de varios partidos en el llamado G-15, donde están Vente Venezuela, Alianza Bravo Pueblo, Proyecto Venezuela y otros partidos, y estableció un diálogo con el grupo de los cuatro partidos que habían controlado la MUD, y que la controla todavía. Se ha dado, yo diría, un ambiente de diálogo entre todos los partidos políticos opositores, y entre esos partidos y organizaciones de la sociedad civil.

Eso dio por resultado que el lunes pasado en el Polideportivo Miranda (Caracas) se produjera un evento que creo que es significativo por dos razones: la primera, es que, pese a los pequeños problemas que surgen en las mezquindades, se presentó una oposición bastante unida. Ahí estuvieron María Corina Machado; Richard Blanco a nombre de Antonio Ledezma; Julio Borges; Henry Ramos; Henrique Capriles; Andrés Velásquez; y muchos otros dirigentes políticos y sociales. Ese es un hecho que yo considero positivo.

Por otra parte, se produjo un documento que yo creo que hay que leerlo varias veces, porque se trata de un documento que establece que el cambio del régimen de Maduro es este año. El referéndum tiene que realizarse este año o si no se pasa a un proceso de desacato, de desobediencia cívica, para imponer el cambio.

Esa es una definición en la cual convergen, al menos en términos de lo que podemos observar hoy, todos los grupos opositores formales e incluso veo que sectores que se han desprendido del chavismo están en la línea de impulsar, promover, apoyar el revocatorio, sin que eso, necesariamente, los identifique con la MUD o con los partidos de la oposición.

¿Cómo se puede catalogar ese fenómeno?

Yo diría que se ha producido una convergencia de los de abajo para enfrentar a los de arriba, es decir, a los del régimen. Creo que hay conciencia de eso. Porque, aunque sea por provocación, ya dirigentes del partido de gobierno comienzan a hablar de quién puede ser el vicepresidente y lo hacen tanto en público, como en privado: quién puede ser la persona que se encargue una vez que Maduro se vaya del poder.

La verdad es que yo creo que va a haber mucha resistencia al cambio. Pienso, además, que para Maduro sería preferible renunciar al cargo que ejerce, antes de que lo saquen de manera ignominiosa los votos del referéndum. Pero en todo caso, creo que el régimen va de salida. Maduro es hoy un buey ojeroso y cansado, que está en una tierra seca, donde la semilla se ha podrido, donde los arbustos y los árboles se han secado, sin perspectiva y sin esperanza.

El síntoma más importante del agotamiento del régimen es que antes tenían proyectos, que uno pudiera calificar de los locos o estar en desacuerdo con ellos: el Eje Orinoco Apure; la base de misiles en Guayana; la fábrica de autos; los gallineros verticales; la ruta de la empanada. Tenían proyectos: unos locos o unos viables. Pero, en fin, tenían proyectos. El único proyecto de este régimen de Maduro es llegar al día siguiente.

La OPEP acaba de aprobar un techo de producción para sus miembros, y de inmediato los precios han repuntado. ¿Eso no oxigenaría al Gobierno, tomando en cuenta el aumento del ingreso petrolero?
En este momento el Gobierno lleva a cabo una serie de maniobras económicas y financieras para sobrevivir. Y, desde luego, el incremento de los precios del petróleo, manejando los ingresos petroleros como lo hacen, favorece los propósitos del régimen, porque permite apaciguar en algunos sectores el descontento, permite paliar la crisis de manera temporal para alguna gente.

Lo mismo ha sucedido con la emisión de bonos para cambiarle el perfil a la deuda, los 7 mil millones de dólares de vencimiento que tenemos en perspectiva. Es decir, todas estas cosas están ocurriendo, pero el Gobierno no tiene credibilidad internacional: al poner el 51% de las acciones de Citgo como garantía en esa emisión de bonos, lo que hace no es garantizar los bonos, sino poner en peligro a Citgo, porque estamos en bancarrota fiscal, con un déficit fiscal de más de 30%, con una inflación anualizada hasta julio de más de 480%, con deterioro del salario real brutal.

Un Gobierno que no puede resolver el problema económico, puede paliarlo, porque la resolución del problema económico pasa por el restablecimiento de las relaciones económicas y financieras internacionales, y para lograr eso tiene que llevarse cabo un cambio institucional muy importante, respecto a la propiedad privada.

No seguir atacando a los empresarios, abrir un diálogo real con este sector para que, efectivamente, pueda producir y desarrollarse. Respeto a los sindicatos para que puedan luchar libremente por sus reivindicaciones, independientemente de que estén afiliados o no a alguna corriente gubernamental. Acabar con la inseguridad personal, que está en este momento desbordada y en un proceso metastático gravísimo. Hay vinculaciones entre el crimen organizado, el narcotráfico, distintos móviles criminales, ciertos niveles de las policías corrompidos, el pranato gobierna desde las cárceles, hay un proceso metastático en el crimen que, por supuesto, afecta la inversión privada, afecta la producción. No hay seguridad jurídica, porque de repente a estos personajes les da una puntada de hígado y entonces expropian, incomodan, intimidan.

Es más, esos tímidos cambios que alguna vez se han asomado en el régimen de Maduro desde el 2013, en varias oportunidades, y el último con Pérez Abad, naufragan en el mar de la ideología rígida que los determina, pues ellos son prisioneros de la ideología, y una ideología de la izquierda más decadente del mundo. Herederos de una derrota de décadas.

En segundo lugar, Maduro no tiene capacidad de moverse en forma independiente. Él no es un líder como Chávez que podía imponer sus decisiones. Él es uno más, entre otros, a la par de Diosdado Cabello, de Ameliach, de Bernal, de Cilia, de Elías Jaua; de manera que cuando él quiere moverse, se lo impiden estos personajes, especialmente Diosdado Cabello, que ha aprendido una cosa que se debe enfatizar: Diosdado Cabello gobierna, como hacía Chávez, desde la televisión. Posiblemente no tenga fuerza para decidir lo que hay que hacer, pero tiene poder de veto para impedir que se haga lo que él no quiere que se haga, y lo realiza desde la televisión.

Precisamente, ha señalado el gobernador de Carabobo, Francisco Ameliach, que, de llevarse a cabo el referéndum en 2017, Cabello podría asumir la presidencia de la República. ¿Qué piensa usted?
Sobre eso tengo dos comentarios: primero, esa hipótesis pudiera estar en el campo de las provocaciones, para decirle a la oposición: si ustedes insisten con el tema del referéndum, lo que van es a tener a Diosdado de presidente. Yo no tengo elementos para hablar del grado de seriedad que ese planteamiento tenga, sin embargo es evidente que pone de manifiesto que el referéndum revocatorio en 2017 no es lo mismo que en 2016.

Por eso, el movimiento unitario opositor que habló el lunes pasado dijo con mucha claridad que el cambio tiene que ser, indefectiblemente, este año 2016. Si no se da en este año cuando hay toda la fuerza y toda la energía social para que se obtenga, no creo que vaya a tener lugar en 2017. Entre otras cosas, porque la decisión que hay en el régimen es no contarse, es no salir con los votos y, por el contrario, la única manera de revertir esta situación es que la presión que se ha producido y que se está produciendo a lo largo y ancho de Venezuela, se mantenga para lograr, no solamente las firmas, sino para que la manifestación más popular que va a haber de millones de personas el 26, 27 y 28 de octubre, en la práctica haga irreversible la necesidad del cambio este año.

Al paso que vamos, tampoco habrá elecciones de gobernadores este año, ¿no le parece?
Debían haberse realizado este año, de acuerdo a la Constitución. Pero ya sabemos que la Constitución es violada sistemáticamente por parte del régimen, y yo lo que creo es que en este momento el país está concentrado en el revocatorio, porque se pensaba que inmediatamente después de que se produjese dicho proceso, hipotéticamente, a los treinta días debían realizarse elecciones presidenciales.

Entonces, en ese escenario, que sería el ideal, la realización de las elecciones de gobernadores y las elecciones presidenciales podrían tener lugar conjuntamente o en forma muy cercana, dada la crisis que está viviendo el país.

El deber ser del diálogo

¿Cómo ve usted la intermediación del Vaticano en el proceso de diálogo que está planteado entre el gobierno y la oposición?
Mi posición frente al diálogo es la siguiente: el diálogo es una reivindicación de la civilización. Nadie se opone al diálogo, y todo el mundo está a favor de él. El tema con el diálogo en Venezuela es que ha sido pervertido y corrompido, porque, en primer lugar, los mediadores no son tales, sino que son tres expresidentes que forman parte de la estrategia del régimen; en segundo lugar, porque no está representada toda la oposición. No lo estuvo ni en la República Dominicana, como tampoco tuvo representación en las recientes intervenciones de Rodríguez Zapatero aquí.

En tercer lugar, porque en un diálogo, aunque tú no metas las cámaras de televisión en las mesas donde están dialogando las partes, las fuerzas democráticas están obligadas a informarle al país cuándo comienzan las reuniones, cuándo terminan las reuniones y cuál es la agenda.

Yo creo que para que se dé un diálogo, que sería lo deseable para una transición pacífica, tiene que estar claro el objetivo: la transición hacia elecciones presidenciales, universales, libres y justas, lo cual implica cambios en el CNE, cambios en el TSJ, además de observación internacional abierta y garantizada.

Luego, el diálogo necesita otros mediadores. Si el Gobierno insiste en mantener a Torrijos, Zapatero y Fernández, la oposición debería tener el derecho de postular a gente, como Luis Almagro, a Andrés Pastrana, a Felipe Calderón, Laura Chinchilla, Tuto Quiroga y otras personalidades de este tipo. Es decir, que si el Gobierno tiene tres mediadores, la oposición tenga tres mediadores, y el Vaticano venga a ser como una especie de observador de buena fe.

La otra condición es que haya una agenda clara, una agenda donde yo sugeriría temas como el de la libertad de los presos políticos, retorno de los exiliados, medidas para garantizar la asistencia alimentaria al país, que haya el cese de la represión; es decir, una agenda que contemple un conjunto de medidas específicas.

Yo soy de los que piensan que el diálogo no puede ser una coartada para rebajar el nivel de las luchas que esta sociedad ha emprendido por el rescate de la democracia. El diálogo no puede ser para que Maduro se quede, sino para el retorno de la democracia. Cualquier diálogo que sea una especie de tente allá para marear a las fuerzas democráticas del país, creo que es inútil, inconveniente y desmoralizante.

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