Fernando Mires 13 de octubre de 2016
Detrás
de encuentros tecnocráticos y económicos con siglas inofensivas suelen
esconderse complejas alianzas políticas internacionales. Fue el caso del XXlll
Congreso de la Energía celebrado el 10 de Octubre de 2016 en Estambul.
En la
sesión inaugural posaron demostrativamente frente a las cámaras tres
autócratas: Tayyip Erdogan, Vladimir Putin y Nicolás Maduro. Signo de que
estamos en vísperas de una nueva coalición geopolítica.
Sin
intentar reeditar la expresión de Bush, “eje del mal”, resulta evidente que
Putin está formando otra estructura destinada a reafirmar sus propósitos
hegemónicos, no solo en el espacio “euroasiático” sino a nivel mundial. Luego,
solo después de las alianzas políticas, vendrán los acuerdos económicos. Por de
pronto Putin ha alargado sus pipelines hacia Turquía. Los pipelines no llegarán
a Caracas pero sí los tentáculos del Kremlin, más largos aún que los pipelines.
Las
condiciones objetivas favorecen a Putin. Erdogan intenta desligarse del
contexto europeo occidental para, libre de todo compromiso, construir su
hegemonía militar y económica en el Oriente Medio. En Europa, las políticas
anti-UE de los nuevos autócratas europeos y de los movimientos
ultranacionalistas –todos pro-rusos- avanzan a pasos agigantados. Y en los EE
UU, Hillary Clinton y Donald Trump discuten acerca de sus respectivos problemas
sexuales.
¿Qué
une a Putin, Maduro y Erdogan? En primer lugar, una aversión radical a la
democracia liberal. Para los tres gobernantes del “i-liberalismo” (Víctor
Orban, dixit), la democracia no es un modo de vida sino un aparataje
instrumental del que se puede hacer uso en términos tácticos según
conveniencias del momento. En segundo lugar, la adhesión a un sistema político
que apunta al desconocimiento de la división de los tres poderes públicos, a la
relativización de los derechos humanos y a la destrucción de la oposición como
fuerza política. No es de extrañar entonces que entre los tres mandatarios
reunidos en Estambul tenga lugar una suerte de mutuo reconocimiento.
La
alianza turca-rusa ha permitido a Putin avanzar más allá que Stalin: Ha
asestado un golpe militar a Occidente sin disparar un solo tiro. Ese golpe ha
sido la neutralización de la OTAN. Pues, si la alianza política entre Putin y
Erdogan continúa, el lugar estratégico hasta ahora cumplido por Turquía dejará
de tener relevancia para los EE UU y Europa. Por si fuera poco –aún no se sabe
como irán a reaccionar los EE UU después de la fiesta electoral- hay que
agregar la central nuclear de Akkuyu, la primera en suelo turco, la que será
construida con tecnología rusa. Si después de eso no se encienden las alarmas
en los países democráticos, no se encenderán jamás.
Si
bien la incorporación de Venezuela al eje anti-democrático internacional no es
relevante, para Putin y Erdogan puede al menos ser una carta a negociar con los
EE UU. Putin y Erdogan no ignoran que, a diferencia de ellos, después de todo,
líderes de amplias mayorías, Maduro está lejos de ser algo parecido.
Para
Maduro la incorporación a la alianza de los autócratas sí es crucial.
Probablemente avista que, si logra destruir la posibilidad del revocatorio –es
su propósito- deberá enfrentar a un fuerte rechazo internacional. Putin,
Erdogan, y otros dictadores, podrán ofrecerle a cambio de su subordinación ese
mínimo de respaldo internacional que necesita para sobrevivir políticamente por
un tiempo más. Al fin y al cabo –eso lo sabía Chávez, furioso amante de todas
las satrapías del mundo- entre dictaduras hay más solidaridad que entre
democracias. Y el diablo siempre termina por juntarlas.
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