Por Claudio Nazoa
Esto de ser articulista es
una tarea gratificante y a la vez difícil.
Cuando el lector abre el
periódico, no imagina que detrás de cada artículo hay un trabajo que requiere
tiempo y concentración.
Lo que sí es seguro es que
el oficio hace al columnista, y que la disciplina proporciona la habilidad para
intuir lo que el lector quiere leer al comprar el periódico o al encender la
computadora.
Como articulista de El
Nacional, me siento apachurrado en mi página. Me tienen arrinconado en este
huequito con barrotes de tinta. Arriba, aplastado por los textos de mi jefe
Miguel Henrique y hacia un lado, me empuja nada más y nada menos que la agudeza
del duro de Armando Durán. ¡Qué angustia!
Sé que es feo hablar de uno
mismo, pero el egocentrismo me obliga. Me considero buen hablador más que buen
escritor, por eso trato de escribir como si estuviera echando un cuento. No me
gusta escribir erudito porque no lo soy. Es más, soy un plagiador, ya que un
inteligente puede fingir ser bruto, pero jamás un bruto podrá fingir ser
inteligente y ese es mi caso.
Para escribir una crónica
hay que leer bastante. Es importante estar al día y captar lo que flota en el
ambiente. Hay que escribir universal, es decir, que lo que se haya escrito sea
comprendido por la mayoría de los lectores.
Acostumbro conversar con
Leonardo Padrón, quien al parecer sí sabe escribir. También con Laureano
Márquez, columnista de Tal Cual, quien, al igual que yo, es otro buen
hablador. Los tres coincidimos en lo difícil que resulta escribir aunque sea
mal.
La mayoría de las veces,
quienes ejercemos este oficio recibimos mucho cariño y amor. Si no fuera por mi
profesión, aún sería virgen. Sin embargo, también se reciben ofensas de
insultadores profesionales, radicales de derecha y de izquierda, valga la
redundancia, quienes aprovechan las redes y generalmente el anonimato, para
insultar y amenazar al columnista cuando no están de acuerdo con él.
Acepto críticas de todo
tipo. Lo que no acepto son insultos y vilipendios de los pendejos. Hace tiempo
aprendí que lo mejor, en esos casos, es ignorarlos o bloquearlos.
Escribir es un privilegio.
Al hacerlo, hay que darse un baño de humildad.
He tenido la suerte de tener
excelentes maestros que me han guiado en este sabroso oficio: el
cardenal in pectore profesor Germán Flores, y mi voluptuosa y
abnegada profesora de literatura Digna de Rivas. Es más, cualquier reproche o
felicitación, diríjanla a ellos, que fueron quienes crearon al monstruo.
10-10-16
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