Fernando Mires 15 de octubre de 2016
Hay a
mi juicio dos errores que he venido señalando en recientes publicaciones con
respecto a las posiciones asumidas por algunos miembros de la oposición en
Venezuela. El primero dice que la acción política depende de la definición del
régimen. El segundo afirma que la MUD está obligada a tener un plan B en el
caso de que fracase el RR16.
Comencemos,
como es natural, por el primero. Si definimos al régimen como dictadura,
afirman no pocos, será necesario pasar a la resistencia y a la desobediencia
civil. Solo si no es dictadura hay que asumir una línea institucional y
democrática. Desde el punto de vista de la lógica formal, un razonamiento
correcto. El problema es que la lógica de la política no es formal.
El
curso de la política depende no tanto de definiciones “duras” sino de
caracterizaciones periódicas (otros las llaman, análisis de coyuntura). La
diferencia entre una definición y una caracterización es en este caso
importante. Una definición, determina. Una caracterización, describe.
Y
bien, a diferencia de la física mecánica, la política depende más de descripciones
que de determinaciones. Más todavía si se tiene en cuenta que en todo el mundo
han aparecido regímenes autoritarios que no son dictaduras totales (como fueron
las militares sudamericanas del siglo XX) ni totalitarias (como eran las
dictaduras comunistas o como son hoy las de Cuba y Corea del Norte). El régimen
chavista o madurista está lejos, como creen muchos venezolanos, de ser un
fenómeno demasiado original.
Ahora
bien, en dictaduras totales y totalitarias no hay espacios democráticos.
Tampoco es posible la existencia de una oposición políticamente organizada,
como sucede en Venezuela. Espacios y oposiciones que por supuesto no son un
regalo del régimen. Dichos espacios han sido conquistados por la oposición. En
la realidad venezolana, negar esos espacios sería lo mismo que negar las
conquistas alcanzadas por la oposición.
Habría
que ser muy obtuso para negar que la oposición ha arrebatado espacios al
régimen. La oposición, cada vez más grande, ha impedido que Venezuela sea, como
es el propósito del régimen chavista, otra Cuba.
En
Venezuela, además de poseer alcaldías, gobernaciones, la AN y otros reductos,
la oposición es mayoría hegemónica. Esa hegemonía si bien no es ejercida
(todavía) en el Estado, sí lo es dentro del marco que los sociólogos llaman
“sociedad civil”, es decir, en esa suma de múltiples organizaciones no
gubernamentales, partidos políticos, sectores religiosos y representantes del
mundo de la cultura.
No por
último, así lo demostró el 1-S, las calles de las grandes ciudades pertenecen a
la oposición. Y por si fuera poco, gracias al nombramiento de Baltazar Porras
como Cardenal (la deuda política de los demócratas con el Papa Francisco es
grande en ese punto) el cristianismo opositor ejerce su hegemonía dentro del
pueblo cristiano, rasgo que acerca aún más a Venezuela a la experiencia vivida
durante la Polonia de Solidarnosc.
Las
tareas que ahora corresponden a la oposición tienen que ver, evidentemente, con
la extensión de su hegemonía desde la sociedad civil hacia el aparato del
Estado, incluyendo al estamento militar. Y bien, ese es justamente el sentido
del RR16: desarrollar un movimiento político y social cuya culminación debe ser
la conquista de un orden político plenamente democrático. Pero a la vez -así lo
han formulado los principales dirigentes de la MUD- es imposible alcanzar ese
nuevo orden utilizando formas de luchas no democráticas. Por eso la ruta ya ha
sido trazada: es constitucional, es democrática, es pacífica y es electoral.
Podría agregarse también: es social y es popular.
¿Y si
mediante el uso de los aparatos judiciales y militares que controla, el régimen
logra de todas maneras obstruir (o destruir) el camino hacia el RR16? ¿Tiene la
MUD un plan B?
El
famoso Plan B. Ese es el segundo error. Un error que como muchos, parte de una
premisa errada. Esa premisa es la siguiente: la de que el RR16 corresponde a un
plan. Lo que no siempre se tiene en cuenta es que la acción política no está
sujeta a planes diseñados por arquitectos encerrados en sus oficinas. La
realidad ha mostrado permanentemente lo contrario. Nunca los grandes
acontecimientos históricos han ocurrido de acuerdo a un plan.
El
RR16 no solo no es un plan. El RR16 es un movimiento social y político
configurado alrededor de un medio y un objetivo de lucha surgido desde el
interior de la MUD como resultado de largas (quizás demasiado largas)
discusiones.
El
RR16 es un movimiento en cuyo interior coexisten muchos planes los que se van haciendo
y deshaciendo –cometiendo errores y rectificando, como debe ser- en la medida
en que los acontecimientos se van desencadenando.
¿Quiere
decir entonces que si el régimen logra destruir la alternativa revocatoria
destruiría al movimiento revocatorio? Así sucedería si las luchas democráticas
terminaran en el RR. Por eso no está de más repetir que el RR16 surgió no solo
como un fin sino también como un medio: un medio para alcanzar la democracia.
Eso supone que, aún sin el RR16, la lucha asumiría otras fases y otras formas
que solo pueden ser entendidas y continuadas a partir del éxito o “asesinato”
del RR16. Tal vez hay que explicar ese último punto; es fundamental.
Cualquier
medio, cualquiera maniobra o trampa que use el régimen para impedir el RR16, es
inconstitucional. Visto así, la lucha por el RR16, en caso de que el régimen
rompa definitivamente de modo explícito, abierto y público con la Constitución,
se transformaría de inmediato en una lucha por la defensa, no solo del RR, sino
de toda la Constitución. A partir de ese momento las luchas democráticas
alcanzarían una nueva cualidad: además de democráticas, serían
constitucionalistas. No se trata de un simple detalle.
Cualquier
historiador puede demostrar sin esfuerzo que los grandes movimientos de
transformación política habidos en América Latina, desde la Revolución
Mexicana, pasando por la Revolución Cubana –antes de que los Castros entregaran
el país al imperio soviético- hasta llegar al plebiscito chileno, han sido en
sus orígenes movimientos constitucionales y/o constitucionalistas.
En
cierto sentido el RR16 es para el régimen un puñal de doble filo: si acepta el
RR16 “puede perder” acatando el mandato constitucional (salida honrosa). Si no
acepta el RR16 “debe perder” (salida deshonrosa), pues así se habrá convertido,
no frente a la oposición sino que ante sí mismo, en una dictadura total.
¿Habrá
llegado entonces la hora de la desobediencia civil? Depende de lo que
entendamos por ese término.
Cuando
la ciudadanía lucha por el restablecimiento de la Constitución frente a un
régimen que la viola, la lucha ciudadana asume una nivel que puede ser
calificado como de desobediencia. En ese sentido, toda la lucha que viene
librando la MUD junto a amplios sectores de la ciudadanía a favor del RR16, es y
ha sido desde el comienzo, desobediente y civil. Hablar de desobediencia civil
como otra fase diferente de lucha sería en este caso una simple redundancia. El
RR16 es desobediencia civil.
Ahora,
con respecto al tema de las formas concretas que deberán asumir en el futuro
inmediato las luchas democráticas venezolanas, nadie puede predecirlas de
antemano. Mucho menos desde la distancia. Es por eso que en este artículo solo
me he limitado a precisar algunos términos de uso corriente en la teoría y en
la práctica política, aplicadas al ejemplo venezolano. Es solo una forma
modesta de colaborar con una causa legítima, legal y justa.
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