Por Gioconda San Blas
Vivía mi adolescencia en
Montevideo cuando el 3 de mayo de 1959 llegó a esa ciudad Fidel Castro, con
aires de campeón de las causas nobles. Ya había estado en Caracas el 24 de
enero de ese año, su primera visita al exterior a 23 días del triunfo de su
revolución y un año después de la caída de Pérez Jiménez. Para entonces, los
venezolanos contábamos ya con Rómulo Betancourt como Presidente electo
(asumiría el 13 de febrero de 1959) y con quien Fidel se reuniría, en búsqueda infructuosa de
apoyo económico.
Pero retornemos a
Montevideo. Se anunciaba un mitin de Fidel en la céntrica Plaza del Gaucho.
Allá nos fuimos mis compañeras y yo a verlo. Fue, si se quiere, mi rito
iniciático en lo que luego resultó mi permanente interés en el devenir político
de América Latina y por supuesto, de Venezuela.
El romanticismo propio de la
edad y los idealismos ingenuos, así como una intensa campaña propagandística y
el magnetismo del personaje nos hicieron pensar que Fidel sería el ejemplo a
seguir para liberar a nuestros pueblos de su miseria histórica, cuando por el
contrario, la guía había que buscarla en ese poco glamoroso presidente que tres
meses antes había asumido por voto popular la presidencia constitucional de
Venezuela y al que siguieron varias otras presidencias en una ruta democrática
que con fallas y muchos aciertos, transitamos hasta 1998.
Desde aquel acto de masas
montevideano, Cuba ha pasado casi 60 años congelada en el tiempo. Ya nunca más
hubo allí libertades de ningún tipo, la economía quedó arruinada y con ella las
penurias del pueblo no hicieron más que crecer, las persecuciones y prisión a
disidentes se convirtieron en elemento recurrente del paisaje cubano, la isla
se convirtió en una cárcel de donde millares pujan por salir. En fin, una
dictadura, la más vieja del mundo.
Finalmente, el tirano
falleció a los 90 años, luego de haberse cobrado con creces el desprecio de
Rómulo, al saquear a Venezuela sin piedad. Ya hacía tiempo que por su deterioro
físico, Fidel había cedido a su hermano Raúl, por derecho monárquico, la
jefatura formal del estado. Desde entonces, él ha efectuado algunas
modificaciones al anquilosado aparato estatal, más cosméticas que de fondo.
Muchas almas ingenuas, entre las que se cuentan líderes y organizaciones políticas del patio, de quienes uno
esperaría más malicia, se han apresurado a manifestar que muriendo Fidel, Cuba
y su sufrido pueblo marchan irrevocable y rápidamente hacia la libertad y que
en consecuencia, en Venezuela el yugo cubano y el local se disolverán por arte
de magia, luego de casi 4 lustros de destrucción del tejido institucional
patrio.
Nada mejor para desmentir
tales aseveraciones que recordar el reciente discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer
Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los
Consejos de Estado y de Ministros, el 8 de julio de 2016, “Año 58 de la
Revolución”. En él, el hermano y sucesor de la dinastía decía, entre tantas
cosas, que “… se proyectan (…) afectaciones en las relaciones de cooperación
mutuamente ventajosas con (…) la República Bolivariana de Venezuela, sometida a
una guerra económica para debilitar el apoyo popular a su revolución”.
Añadía el heredero que “… no
se debilitará, en lo más mínimo, la solidaridad y compromiso de Cuba con la
Revolución Bolivariana y Chavista, con el presidente Maduro y su Gobierno y la
Unión Cívico Militar del hermano pueblo venezolano. (…) Proseguiremos prestando
a Venezuela, al máximo de nuestras posibilidades, la colaboración acordada para
contribuir a sostener los logros alcanzados en los servicios sociales que
benefician a su población”.
Tras estas palabras se esconde
la trama invasiva del aparato cubano en nuestra tierra, un ejército de
ocupación disfrazado de activistas sociales, que en realidad no nos invadió,
simplemente entró con la venia de quienes debían, por mandato constitucional,
defender la patria de cualquier invasión extranjera.
Ojalá esté equivocada y que
en breve, la democracia se instale en Cuba, que el ejército opresor se retire a
su país y que Venezuela retome el camino que nunca debió abandonar, cuando se
dejó seducir por entelequias. Mientras tanto, seré suspicaz. Para mí, Cuba está
lejos de convertirse en democrática. Para Venezuela, la muerte de Fidel no
significará el retiro cubano, ya lo ha dejado claro Raúl. Será decisión nuestra
y de nadie más mantenernos firmes en nuestra lucha para rescatar los valores
libertarios que el régimen local, con apoyo del cubano, nos ha secuestrado.
01-12-16
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