Por Vanessa Davies
Antes de Chávez no éramos
felices y una parte de la población lo sabía, afirma el filósofo e investigador
de la UCV. El gobierno venezolano es una dictadura, pero sin proletariado. Un
pequeño detalle puede llevar al país al precipicio de la muerte
Por la forma como lo cuenta,
Arnaldo Esté se traga todos los noticieros para detectar “lo que está por
debajo de lo que se informa”. Convencido de que “el Diablo está en los
detalles”, Esté busca las pequeñas señales que indiquen si en Venezuela se
desata el cataclismo de la violencia. El filósofo especializado en ética y
educación escribe en el diario El Nacional sobre el diálogo y la
necesidad de construir proyectos comunes. En conversación con Contrapunto,
este defensor del diálogo asegura que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD)
debe permanecer sentada como los boxeadores que siguen en el ring a pesar de
los golpes.
Debilidad de valores
Como filósofo y educador, a
Esté le inquietan los valores; es decir, la ausencia o debilidad de ellos. Y
echa la película para atrás, hasta el nacimiento de la nación. “El proceso de
formación de una comunidad, de un pueblo es un proceso de maceración, como se
maceran los buenos vinos. Mezclan y esperan. En Venezuela, de esa independencia
forzada se pasa a un siglo de caudillismo y de peleas intestinas, que en
Venezuela fueron muy crueles”, comenta.
No se estabilizaron valores
ni referentes en el siglo XIX. Y ya en el siglo XX, “Juan Vicente Gómez
estabiliza a los señores de la guerra, a un costo terrible. Y vino el petróleo.
No es que el petróleo sea malo, mala es la relación que se establece con él.
Hay una debilidad tradicional histórica de valores”. Si el Estado es muy grande
y concentra las riquezas, esto conduce a que quien tenga el poder sea muy
poderoso y lo use a su favor, subraya.
A diferencia de quienes
aseguran que todo era maravilloso antes de Hugo Chávez, Esté no es un
apologista del pasado. “En Venezuela no tiene lugar un ‘éramos felices y no lo
sabíamos’, porque no éramos felices y una buena parte de la población sabía que
no éramos felices. Esa maduración de valores, muy necesaria para la solidez
institucional, no la logramos. Hay un Estado, con un gran poder, que sigue
haciéndolo todo. La incorporación de la sociedad a la maceración del país es
pobre”.
–¿Quiénes maceraron el país
en 50 años?
–En nuestro caso no es un
proceso ni acelerado ni profundo. Eso se verifica en las instituciones, en las
escuelas, en los niños. Hay una tendencia a la dependencia y a esperar que
otros resuelvan, y eso tiene que ver con la dignidad. Tenemos una tendencia a
que otro resuelva, para lo pequeño y para lo grande.
–¿El liderazgo político está
tratando de llevar a la desintegración ética de la que usted habla en sus
artículos?
–Está tratando de hacerlo.
Hay una debilidad para dirigir que es general, pero acentuada en la Presidencia
de la República. El Presidente se siente muy atado a su herencia y reitera con
frecuencia la fidelidad.
–¿Fidelidad a qué?
–A la herencia de Chávez
entendido como mesías y santón, no como ideología. La supuesta ideología del
gobierno es una colcha de retazos, un mandado. Se reunió a un poco de
intelectuales, muchos de ellos no venezolanos, para que hicieran una
argumentación, y la llamaron socialismo del siglo XXI.
–¿Por qué es una colcha de
retazos?
–No tiene consistencia entre
su fundamentación y la forma de implementarse. Pareciera que le entran al
marxismo de lado. Si asumes a Marx, deberías ser un gobierno del proletariado,
que derroca a la burguesía e instaura una dictadura del proletariado.
–¿Y eso no es lo que están
haciendo ahora?
–No. Están haciendo una
dictadura, pero no marxista. Aquí no hay proletariado.
–¿En qué ve la dictadura?
–Se salta un umbral, que es
la suspensión del referéndum revocatorio. Cuando con muy poco estilo se
levantan argumentos para suspender el proceso de recolección de firmas, esa es
una agresión dictatorial. Si uno pone en una balanza lo democrático y lo
dictatorial en el gobierno, pesa más lo dictatorial. El gobierno es
dictatorial. Las medidas dictatoriales tienen una lógica propia: la del poder.
Una medida de represión trae otra medida de represión para justificar la
primera. El malestar dentro de los cuadros medios del gobierno es muy fuerte,
pero no lo expresan por defender el cargo y por ausencia de otras opciones. El
país debe ir hacia la profundización de la democracia, pero eso debe atender la
educación de la gente.
–Una herencia a dedo
–¿Este es un gobierno
militar con marionetas civiles?
–Es un pronóstico que no
puedo hacer. El estado más común y persistente entre nosotros es la
incertidumbre, y eso nos angustia muchísimo, hasta la enfermedad. El país está
enfermo, y esa enfermedad es lo que llamo a la desintegración. La
desintegración lleva a la emergencia del egoísmo, que es el espíritu del
sobreviviente.
–¿Estamos en eso?
–Vamos hacia eso. La gente,
cuando hay violencia y malestar, genera espirales paranoides: los rumores. Lo
cual no quiere decir que no exista el daño, la inseguridad, la incertidumbre.
Todo eso se combina. El tono de la gente es de condolencia, y cuando uno sale
del país el tono es de pésame. Te tocan para decirte “te acompañamos en el
dolor”.
–¿Cómo cree usted que nos
sentimos?
–Tristes, pesimistas,
bañados de incertidumbre.
–¿Es responsabilidad del
liderazgo o de nosotros?
–De ambos. Los líderes no
son casualidades.
–¿Nosotros decidimos que
fuesen esos líderes?
–No. Nosotros decidimos que
Chávez fuese el líder, y con un tono dictatorial Chávez dejó un heredero. Ese
no fue un acto democrático; fue un acto monárquico.
–¿Qué consecuencias tuvo ese
acto?
–Los príncipes a veces
resultan y a veces no. Hay imberbes que llegan a ser reyes, no porque ellos
quisieran. Con frecuencia esos príncipes venían cargados de resquemores hacia
los que también querían el mismo cargo.
–¿Le quedó grande el cargo
al presidente Maduro?
–No le queda grande porque
el cargo no estaba establecido. Maduro no hereda un sistema de instituciones,
ni un Estado conformado. Hereda poder, que había sido cultivado cuidadosamente
en la Fuerza Armada y en el mismo petróleo. Dos elementos fundamentales del
poder en Venezuela son la Fuerza Armada y el petróleo, y los dos están
monopolizados por el Presidente.
La persona, lo más
importante
A Esté lo amarga
especialmente la corrupción que se presume en todos los niveles: “La corrupción
del poder judicial no es una novedad, es una continuación. Hay un manejo
descarado de la justicia. El juez es más responsable de la corrupción que el
gobierno corrupto. En vez de proseguir la maduración de los valores, lo poco
que se ha logrado se regresa. El bachaqueo se legitima, la corrupción se legitima,
y eso tiene que ver con la desintegración. Los valores se debilitan, se
disgregan, y eso es desintegración”.
Las salidas del atolladero
no dependen solo de golpes de timón en la economía, advierte. “Los economistas
han trabajado mucho en las soluciones, pero hay vacíos en la preocupación por
lo ético, que es central”.
–¿A qué se refiere?
–Más importante que la
calidad de la producción es la calidad de la persona. Es mucho más complejo.
Hay que atender primordialmente las condiciones éticas del país. Si se hace un
programa con medidas económicas y se promueve la productividad, si la gente
está igual que ahora, no sé qué va a ocurrir, pero no va a ser bueno. Hay que
hacer proyectos: proyectos nacionales, acordados, convenidos por todos sin
distinción.
–¿Cuál es el diagnóstico del
estado ético del país?
–Es difícil, porque las
condiciones éticas no son instrumentales. No puedo decir que tienes honestidad
número 32. Cuando nos sentimos cohesionados es porque sentimos de igual manera
la alegría, el sufrimiento. La solidaridad, como valor profundamente arraigado,
no está. La dignidad, como percepción de nosotros mismos como sujetos de
nuestro propio destino, no la tenemos. Participación, tampoco. La diversidad,
entendida como valor y respeto por el otro, sí la tenemos. Ejemplo de ello es
el bajo nivel de discriminación racial.
–Pero parece que no
soportamos a quienes piensan diferente.
–El gobierno anterior
acentuó mucho la distancia con el opositor, se denostaba del que pensaba
diferente. La gente no se apropió del socialismo. El socialismo se asoció con
personajes de poder, se esperaba que el Presidente resolviera porque tenía
recursos, pero eso no es socialismo.
–¿La gente no votó por el
socialismo en el año 2006?
–No. La gente votó por
Chávez. La gente votó por un santón que hace milagros, que resuelve.
–¿Y cómo está la gente
ahora?
–Con incertidumbre. La
desintegración se expresa en incertidumbre. Las familias se disgregan, se van.
Los jóvenes están sitiados por la pobreza.
El detalle que incendie la
pradera
Arnaldo Esté auspicia el
diálogo entre el gobierno y la MUD “porque la otra alternativa es la muerte y
la violencia. Además, la política es diálogo y entendimiento”.
–¿El diálogo funcionó?
–El diálogo está en proceso.
Lo que ocurre es que los calendarios del poder son inminentes. Como no hay
justicia, el uso de la violencia desde el poder es reiterado y descarado.
Frente a esa inminencia, los opositores no saben qué hacer. Que la oposición afirme
que se mantendrá en la vía de procesos legales y pacíficos es muy bueno. Pero
he metido en mis escritos un tercer actor, que es la crisis general, que tiene
sus propios medios y lenguajes. El hecho de que la inflación aumente, que el
dólar paralelo esté en 4.500 bolívares, todo eso es el lenguaje de la
crisis.
–¿La crisis está sentada en
la mesa de diálogo?
–Es el ambiente en el que
ocurre el diálogo. Las cosas están ocurriendo, la gente tiene hambre y se está
enfermando.
–¿La gente puede esperar los
tiempos del diálogo?
–Parte de mi angustia es que
estoy avizorando un precipicio. No sé qué puede desencadenar ese escenario. En
enero de 2014 ocurrió el asesinato de Mónica Spear: un hecho tan violento, que
impactó en el país más fuerte que cualquier cosa y creó el ambiente para lo que
vino después. Cosas como esa pueden desencadenar procesos. Grandes cataclismos
son desencadenados por detalles.
–¿Podría ocurrir eso en
2017?
–Podría convertirse en una
superficie de condensación de la violencia sufrida. Puede ser que en Pariaguán
ocurra una cosa que desate las demás.
–¿Ve el precipicio a pesar
de la mesa de diálogo?
–El precipicio lo abona la
crisis.
–¿El precipicio puede ser el
juego del gobierno?
–No creo. Se siente muy
acorralado. En el gobierno hay dos grandes grupos; el de los políticos y el de
los corruptos, y no necesariamente son diferentes. Vemos lo que ha sucedido en
Brasil. La corrupción está asustada ante los posibles cambios.
–Un gobierno con 20% de
apoyo, como el del presidente Maduro, no se está cayendo.
–Muchos gobiernos con poco
apoyo están muy estables, porque tienen una tradición democrática e
instituciones, y aquí no los tenemos.
–¿Qué es un precipicio para
usted?
–Pienso en muerte y
violencia. Las decisiones del Mercosur, además de políticas, son morales. La
carta de Almagro y las decisiones de la OEA, además de políticas, son
morales.
–Pero no parecen importarle
a nadie.
–En un mundo en el que
mandan los negocios internacionales, el que la comunidad internacional sancione
a un país implica una sanción económica, porque los inversionistas buscan
ambientes fiables. Venezuela está autosancionada por su dificultad de
comunicación. Salir y entrar de Venezuela es un lío completo. Esa es una
autosanción. Privar al país de servicios de comunicación y transporte es una
sanción. Si el diálogo se para o fracasa es posible que se aviven las sanciones
internacionales contra el gobierno, porque en el ambiente internacional el
diálogo es visto con cierta bendición. Creo que es necesario mantener el diálogo
aún en las condiciones más difíciles. Dialogar es la manera más evidente del
manejo político.
Como los boxeadores
–¿Cómo se mantiene la
oposición sentada si afirma que no se cumplen los acuerdos?
-Como se mantienen los
boxeadores en el boxeo: le están dando y siguen parados. Está bien que destapen
todas las barbaridades que hace el gobierno, pero allí. Lo cual no excluye
otras acciones políticas, como el sagrado derecho a la protesta.
–¿El gobierno es víctima o
victimario?
–No se puede simplificar
así. El gobierno trata de aparecer como víctima, y como maneja poderosos medios
de comunicación, lo hace. Una ilegalidad es el abuso de los medios de
comunicación públicos; el uso de los medios para beneficio parcial es peculado
de uso. Pero si los venezolanos tenemos un victimario, somos nosotros mismos.
Lo que estamos sufriendo no es una calamidad ni una maldición divina, sino un
fabricado nuestro.
–¿Es el liderazgo político
actual un modelo a seguir?
–No. Para la educación son
muy importantes el modelaje, el ejemplo, que educan mucho más que la palabra.
Es dudoso hasta qué punto la palabra transmite. En cambio, el modelaje que hace
un juez cuando viola la Constitución es terrible, porque autoriza al resto de
la población a que lo haga. ¿Qué modelaje hace un líder que sale con un
garrote? Está autorizando la violencia: te dice que el problema se resuelve con
un palo.
–¿Cuáles son las
consecuencias de ese modelaje?
–La legitimación de la
violencia. Hay que llevar a la oposición y al gobierno a acuerdos para que
surjan proyectos nacionales, que no los tenemos ahora ni de un lado ni del
otro. No los tenemos porque no se percibe su inminencia y su necesidad. La
jerga política se come la profundidad. Son procesos de construcción. Eso hay
que reiterarlo y repetirlo. Si no hay un proceso de acuerdo nacional, si los
proyectos no salen con apoyo, se repite el ciclo. El país no va a cambiar por
un cambio de gobierno. Debemos comenzar un proceso de cohesión del país, de
reintegración del país.
Lo mejor para el país…
–¿Al gobierno le conviene
salir del poder?
–Al país le conviene que
este gobierno salga del poder. Políticamente al gobierno le conviene
replegarse, si se percibe como un proyecto político estratégico. Debería ser un
momento de reconstrucción y de repliegue de su proyecto, pero creo que ellos
saben que son superficiales.
–¿Y a la oposición le
conviene tomar el poder ahorita, tal como está el país?
–Es necesario que el
gobierno salga, y la mejor opción para reemplazarlo es un gobierno de coalición,
integrado por la gente más capaz y confiable del país: chavistas, opositores,
independientes. Ese debería ser un gobierno de transición: el inicio de una
reconstrucción ante problemas sumamente graves. Y para eso seguirá siendo
necesario el diálogo. Las transiciones son procesos de reconstrucción.
–¿Qué necesitamos para eso?
–Una profunda convicción
política de la necesidad del entendimiento. No la tenemos. Es posible que el
diálogo la vaya construyendo.
–¿Y mientras tanto?
–Hay que atender la crisis en
todas sus manifestaciones: el hambre y la enfermedad, en primer lugar. Y en
segundo lugar, un trabajo paciente, concertado, de búsqueda de confianza de la
gente en las posibilidades y necesidades de reconstruir el país.
11-12-16
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