Por Ángel Oropeza
Una vez que el gobierno, a
través del CNE, decide suspender el proceso ya iniciado de referéndum
revocatorio, las elecciones de gobernadores de estado, y cualquier válvula de
escape electoral a la crisis, ¿qué cree que puede o debe hacer usted ahora?
La pregunta la hicimos en un
estudio nacional que acaba de realizar la Universidad Católica Andrés Bello en
el mes de noviembre, como parte de una investigación sobre creencias y
actitudes de los venezolanos acerca de su país y su realidad política. Las
respuestas obtenidas obligan a una necesaria reflexión: 24.4% de los
encuestados cree que no pueden hacer nada, 20,2% opinan que lo mejor es seguir
las instrucciones de la MUD sobre lo que hay que hacer, 23,4% afirma que se
dedicará ahora a sus cosas personales, y 25,3% no sabe o prefiere no
contestar. Hay además dos porcentajes marginales de respuestas: un 5.2%
que dice estar dispuesto a ir a la calle a enfrentar al gobierno y no moverse
de allí hasta que Maduro se vaya, y un escuálido 1.5% que piensa celebrar
porque el gobierno sigue mandando.
Si bien es importante que 1
de cada 5 venezolanos está a la espera de directrices por parte del liderazgo
democrático sobre qué hacer ahora, proporción de suyo bastante aceptable, no
deja de llamar la atención que 3 de cada 4 compatriotas, puestos frente al
escenario actual, no tengan respuestas, crean que no pueden hacer nada o
piensen ingenuamente que pueden escapar de él escondiéndose en sus propios
asuntos.
La investigación además
arrojó, entre otros, dos datos que merecen ser resaltados. Por una parte, ya
alcanza a 93 el porcentaje de la población que opina que su país está mal o muy
mal. Por supuesto, no todos coinciden ni en las causas ni en lo que habría que
hacer para superar esta tragedia, pero lo cierto es que si existe hoy un gran
consenso nacional y sobre el cual no se discute es en la creencia generalizada
y casi absoluta que Venezuela marcha por mal camino.
El segundo dato es que un
altísimo 78% no sólo piensa que su país está mal, sino que ellos y su familia,
en lo personal, también lo están. Hay que recordar que este dato sobre
percepción de malestar propio se ha encontrado en la literatura sobre crisis
sociales como un indicador peligroso de conductas antinormativas y violentas. Y
si bien nadie ha podido nunca predecir eso que llaman “explosiones sociales”,
dada la multicausalidad de factores que concurren en su aparición, lo cierto es
que en nuestro país se está jugando a acumular mucha paja seca cerca de la
chimenea.
Un venezolano así, que cree
que su país está mal pero él también, y al que le cierran las válvulas para
intentar escapar de la crisis, se vuelve conductualmente un acertijo. ¿Cómo
podría reaccionar si su situación de deterioro continúa, como es seguro que
ocurra, y no se le abren opciones?
Al menos dos escenarios son
posibles. Uno, que la desesperanza termine por agotar su todavía presente
capacidad de lucha y resistencia, y de paso al acostumbramiento y la
resignación ante lo que termina por considerar inevitable y superior a sus
fuerzas. Este escenario, si bien es posible, no parece tan probable en el corto
plazo, dado no sólo la asfixiante tensión que se siente en nuestras calles,
sino también las altas cifras de conflictividad social que se mantienen,
retando incluso la tendencia histórica a disminuir en los últimos dos meses del
año.
El otro escenario es la
adopción de conductas anárquicas y violentas por parte de sectores de la
población, como reacción desesperada y catártica ante la invisibilidad de
opciones para superar su desamparo y su calvario. El riesgo de este tipo
de respuestas, especialmente cuando ocurren de manera desordenada y sin norte,
es que por lo general terminan devolviéndose contra la propia gente,
perpetuando su situación de sufrimiento y justificando la represión del
gobernante y su eventual fortalecimiento.
Por supuesto, existe un
tercer y deseable escenario, en el cual el descontento y la presión popular se
conjuguen con el resto de las modalidades de la lucha política, para que su
efecto se potencia en términos de utilidad y fuerza. Pero recordemos que,
de acuerdo a lo encontrado, 3 de cada 4 de los venezolanos no sabe muy bien qué
es lo que habría que hacer para superar la crisis, y mucho menos cree que él
pueda hacer algo.
Frente a este venezolano
sufriente y confuso, es entonces prioritario asumir una estrategia apremiante
de docencia social para darle direccionalidad política a este descontento,
ofrecer una hoja de ruta creíble para la lucha con sentido, y tratar de
canalizar la rabia para que no se devuelva contra la propia gente. Este es el
reto más urgente de quienes no quieren jugar a escenarios sorpresa.
06-12-16
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