Por Arnaldo Esté
Mientras escribo oigo al
presidente reiterar su discurso, pretendiendo ignorar la nota mayor del país,
su desintegración, su ruptura ética.
Alaba el proceso cubano
olvidando que esa revolución está terminando en un retorno a lo que fue la Cuba
de Batista: Sun, Sex and Sand.
Nuestra desintegración no es
el efecto de una fuerza externa, no es que el destino o algún diablo generador
se han ensañado. No, somos nosotros los actores de esa desintegración. Durante
años dilapidamos lo que teníamos, más producto de la generosidad de la
naturaleza que de su manejo apropiado, el trabajo empecinado y la creatividad.
Esto, por mucho que se ha repetido, no deja de ser verdad.
Ahora, extenuado el recurso
minero y apagado el santo portador de su vela, miramos para otros lados en la
búsqueda de culpables.
En esa búsqueda de
culpables, y precozmente agotados por la difícil tarea de salir de abajo,
miramos para los lados maliciando de los vecinos.
El entendimiento no solo es
necesario para cambiar el régimen, que en desastres, ineptitudes y turbideces
ha domiciliado las angustias, las carencias y la incertidumbre. Es necesario
para armar proyectos nacionales y ponerlos a andar.
El entendimiento y la
comprensión de la necesaria diversidad es un valor político imprescindible. Es
natural y necesario que se discuta y discrepe, pero la menor inteligencia
política exige discreción, concentración de esfuerzos y jerarquización de
propósitos. Eso, que ya de por sí es difícil, se incrementa con las
preocupaciones por la imagen y la presencia de los micrófonos,
Es natural que el gobierno
se atrinchere y maniobre usando recurso legales, ilegales y borderline. Es
natural que, invocando la fidelidad al santón y la devoción por el fetiche
cansado de la revolución, trate de conservar la unidad de sus confusos
dirigentes. Es natural que estén nerviosos con la custodia y destino de sus mal
habidos dineros. Si tal cosa es natural, por qué ha de sorprendernos. No es una
novedad política. La historia de este y todos los países está llena de
marrullerías y dobleces, de promesas incumplidas y papeles rotos. Hay que
insistir.
Entonces, ¿para qué
agotarnos en miradas laterales? El hambre y la angustia abonan esta
desintegración que no muestra su fondo. Una desintegración que, con la
desesperación que la acompaña, comienza a buscar otro resolvedor. Otro santón
no inmadurado.
Es tarea difícil y larga
mucho más que un cambio de régimen o “modelo”. Es buscar y construir los
valores de la creación, el trabajo y la dignidad.
Hay que pensarlo, porque en
este barranco nadie es imprescindible.
10-12-16
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