Por Gregorio Salazar
La golpiza ha sido de
campana a campana y sin el minuto reglamentario de descanso. Después de castigo
tan inclemente, lo normal es que los sentidos estén aturdidos, que usted se
sienta exhausto y anonadado, como vulgar Sísifo que ve desesperado rodar
nuevamente pendiente abajo la mole que estaba a punto de depositar en la cima.
A estas alturas resulta
difícil no convencerse que la sevicia no sea premeditada, que la cúpula del
gobierno no le está cobrando con saña a la población ese darle la espalda de
manera tan rotunda, ese repudio creciente que es palpable en cualquier ámbito
de las grandes ciudades o del confín más remoto del país.
La semana pasada en este
mismo espacio decíamos lo riesgoso que se ha vuelto diciembre en estos años de
revolución, cuando la gente pone su atención en pasar de la mejor manera
posible navidades y fin de año, y que “no sorprenderían nuevas desmesuras y
perversidades”. Horroriza tener que recordar esas palabras porque toda
suposición se ha quedado corta.
Saque la cuenta: hemos
tenido “corralito” bancario, rebajas forzosas impuestas por soeces caporales,
decomisos multimillonarios de mercancía, detenciones de empresarios, recogida
masiva de papel moneda, cierre de la frontera y nuevo madrugonazo del TSJ a la
AN ratificando en sus cargos a dos de las dóciles piezas del gobierno en el
CNE.
Si usted le huye al
televisor y se lanza a la calle tiene que ponerse en guardia para que la
realidad no lo apabulle. Llega a la esquina y allí se entera por boca de los
jóvenes del automercado que cerrarán el 31 de diciembre. Primero se vaciaron
los anaqueles. Después los retiraron porque desiertos ofendían la vista de los
comisarios del gobierno. Ahora el negocio no llega ni a verdulería. Son 12
muchachos que, en medio de esta hiperinflación, quedarán sin ingresos.
A media cuadra ya se
tropieza uno con la larga fila de impacientes ciudadanos esperando para
entregar en un banco sus billetes de a cien. Más allá está la carnicería, donde
el dueño informa que el kilo de pollo subió de un tiro Bs. 800 ese mismo día.
Se acerca al kiosco de los periódicos y quien lo atiende pone el dedo sobre el
nuevo precio de uno de los diarios: Bs. 700. Al frente está la panadería, donde
ya no hay cola de 14 horas al día porque no hay ninguna clase de pan y los
cachitos pasaron de Bs. 1.000 a 1.300.
“Eso ya lo sabemos, no nos
mortifique más”, nos ataja usted con toda razón. “Lo importante es saber qué
vamos a hacer ahora”. Menuda pregunta después que el diálogo, con Vaticano y
Unasur incluidos, ha sido vilmente burlado. La dirigencia opositora paga el
costo de imprecisiones y de la burla malandra, afloran desencuentros y el poder
de convocatoria luce a la baja.
¿De dónde sacaremos entonces
el aliento para no rendirnos antes las adversidades y las grandes amenazas que
ya se vislumbran para el año 2017? Después de hacer el inventario de daños y
otear los graves riesgos del futuro, la dirigencia opositora debe estar convencida
que ya no se trata de alcanzar un pacto electoral, porque ni siquiera está
asegurado el derecho a elecciones libres. Se trata de evitar el
desbarrancamiento definitivo del régimen de libertades.
Echar a andar de nuevo la
movilización de toda la fuerza opositora, luchar con nuevo impulso y
creatividad, es el primero y más grande de los retos. Frente al pacto de mafias
en que se ha convertido el gobierno tendrá que surgir un nuevo pacto de las
fuerzas democráticas. Entre los mismos partidos y de estos con la población. El
mejor pegamento de la unidad fue, desde sus principios, la necesidad de la
supervivencia. Se logró y partiendo de una minoría se obtuvieron importantes
avances y victorias. El pueblo opositor es notoriamente mayoritario, pero eso
de nada valdrá si no se comprueba en las urnas de votación. Ejercer ese derecho
se ha convertido en la primera bandera de lucha para el 2017. El año en que nos
va a unir y nos va a movilizar el instinto de supervivencia.
18-12-16
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