Laureano Márquez 25 de enero de 2019
Soldados:
Ya,
desde la palabra que los nombra, la cosa se complica un poco: soldar es unir
firmemente algo y el soldador el que realiza la acción de soldar. Pero la
naturaleza metálica de la palabra “soldado” tiene otro origen: según el
diccionario etimológico, viene del latín “solidus”, que era la moneda de oro
con la que se les pagaba a los centuriones, dinero sólido, de donde dimana
también sueldo (con razón Borges amaba tanto las etimologías). Así pues la
milicia está más cerca del sueldo que de la unión firme, aunque la de firme sea
la posición que mejor les define. Los soldados tienen las armas de una nación.
Algunos pensamos que un mundo sin armas sería muchísimo mejor, pero hay
demasiados intereses involucrados, que impiden este sueño. El ser humano es a
la vez maravilloso y decepcionante: fabrica artefactos de increíble ingenio,
pero que solo sirven para el exterminio de sus congéneres.
La
fuerza armada, por su propia naturaleza está gobernada por la obediencia y la
disciplina. Tiene lógica, en el fragor de una batalla, las órdenes del
estratega (en griego “strategos” era general) no pueden ser cuestionadas. Este
binomio de autoridad y obediencia hace pensar a muchos que las sociedades deben
ser gobernadas militarmente, que uno solo debe mandar y el resto obedecer.
Pero
la historia demuestra lo contrario, que tanto mejor, más querida y respetada es
la fuerza armada, cuanto más está al servicio de la democracia y la libertad,
que no hay cosa peor que un soldado que vuelve las armas en contra de su pueblo
para reprimirle y asesinarle. Ya lo había dicho el general Bolívar (no olviden
que ustedes son bolivarianos) en diferentes pensamientos:
“El
sistema militar es el de la fuerza, ya la fuerza no es gobierno”;
“Es
insoportable el espíritu militar en el mando civil”;
“Un
soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el
árbitro de las leyes ni del gobierno. Es defensor de su libertad”
y la
consabida: “Maldito sea el soldado que vuelve sus armas contra su pueblo”.
Pero
en una hora tan trascendente como la que vivimos, que marca la diferencia entre
la esclavitud y la libertad (¡también la de ustedes y sus familias, por
cierto!) les animo con aquella magnífica exhortación que Charles Chaplin hizo
en el discurso final de El gran dictador y que no tiene en este momento
desperdicio alguno:
“Soldados:
No os
entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan
vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.
Os
barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No
os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y
corazones de máquina.
Vosotros
no sois ganado, no sois máquinas, sois hombres. Lleváis el amor de la Humanidad
en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que no aman
y los inhumanos.
Soldados:
No
luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas
se lee: “El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino
en todos los hombres…” Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear
máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y
hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.
En
nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos
por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la
juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas,
las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas
ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan
al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para
liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición,
el odio y la intolerancia.
Luchemos
por el mundo de la razón.
Un
mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados:
En
nombre de la democracia, debemos unirnos todos.”
Laureano
Márquez
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