Rafael Luciani 26 de enero de 2019
La falsa división entre un Papa de
izquierda y unos obispos de derecha
El
actual proceso de reformas eclesiales que preside Francisco busca conceder
mayor autonomía a las Conferencias Episcopales locales. En pontificados
anteriores, la centralización del poder eclesial en manos de la Curia Romana
causó un sin fin de abusos sobre las iglesias locales y regionales fruto de lo
que Francisco describió, al inicio de su pontificado, como la patología
del poder. En términos geopolíticos esto se ha traducido en un trabajo en
conjunto y coordinado entre las autoridades eclesiásticas en Roma y las
directivas de las conferencias episcopales locales. De este modo, la
orientación de la narrativa geopolítica vaticana busca enfocarse en la cura
pastoral y la atención humanitaria de los países en crisis, dejando el recurso
diplomático de la negociación y la apelación a la multilateralidad como vías
que pueden evitar salidas violentas y sangrientas de los regímenes políticos
que se adueñan del poder. Corresponde a los obispos locales la calificación
política y el posicionamiento ético frente a dichos regímenes. El Vaticano,
desde los Pactos Lateranenses que le dieron carácter estatal en 1929, jamás ha
calificado a un presidente de «dictador». No puede hacerlo. Experiencias como
las de China, donde la Iglesia fue expulsada, sólo han podido ser sanadas
muchos años después y con lentas negociaciones.
Sabiendo
esto, el oficialismo venezolano ha buscado, por diferentes vías, debilitar la
credibilidad de la Iglesia. En este juego han caído también sectores de la
oposición polarizando así la dimensión pastoral de la acción eclesial bajo la
idea de una supuesta división entre «un Papa de izquierda y unos obispos de
derecha», o entre «un Papa que reconoce al gobierno ilegítimo de Maduro y unos
obispos venezolanos que no lo reconocen». Este tipo de argumentaciones sólo
otorgan mayor fuerza a la estrategia del gobierno de buscar que el pueblo
pierda la credibilidad en la institución eclesiástica que, por naturaleza
organizacional, actúa siempre de forma colegiada, es decir, con una
inquebrantable unidad entre el Papa, los obispos y los fieles. ¿Acaso los
que hoy critican a Francisco por haber hablado con Fidel Castro, levantaron su
voz cuando San Juan Pablo II le dio la comunión a Pinochet? Ambos torturaron y
asesinaron a miles de hermanos que pedían la misma libertad que hoy pedimos los
venezolanos. Para la Iglesia la fe no es ideológica ni doctrinaria. Su único
interés es la atención pastoral a las personas traducida en la promoción del
bienestar para con los más pobres y sufridos de una sociedad, como lo es hoy la
venezolana, pues —como dice Francisco— no podemos «considerar a nada ni a nadie
como definitivamente perdido en las relaciones entre las naciones, los pueblos
y los estados».
«En la voz de los obispos venezolanos
también resuena la mía»
¿Cuál
es la posición del Papa Francisco? ¿es posible en la Iglesia, que exista un
número 2 por encima del número 1?, ¿acaso la Iglesia funciona como una
democracia? ¿puede existir una división entre la postura del Papa —como pastor
y jefe de estado—, su Secretario de Estado —el Cardenal Parolín—, y la
Conferencia Episcopal venezolana que se ha manifestado en bloque al declarar a
la presidencia de Maduro como ilegítima?
El 8
de Junio de 2017, el Papa Francisco dijo personalmente a los miembros
de la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana que «en la voz de
los obispos venezolanos también resuena la mía». A diferencia de otros
pontificados, el reconocimiento de Francisco es a lo que han discernido y
decidido los obispos locales, quienes conocen su realidad, y no lo que Roma
pueda pensar desde lejos de nuestra realidad. Esto no sólo dice de la honradez
de Francisco ante lo que vivimos, sino también de su humildad al querer llevar
un proceso de reforma y «descentralización» en la Iglesia Católica, como lo
indicó en su primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (n.16).
Las 4 condiciones del Vaticano
siguen hoy vigentes
Hagamos
un poco de memoria sobre los varios llamados públicos de Francisco en torno a
la crisis venezolana. El 10 abril de 2014 hizo un fuerte reclamo a los
líderes políticos por la violencia e instó a respetar la verdad y la justicia.
Un año más tarde, el 1 de marzo de 2015, condenó la muerte de estudiantes
que protestaban pacíficamente. Y en octubre de 2016 cuando aceptó la
petición de facilitación que le hiciera primeramente la propia oposición
nacional, el Vaticano dio a conocer el día 2 de diciembre las cuatro condiciones que
debían acompañar una verdadera negociación con el gobierno: «elecciones,
restitución de la Asamblea Nacional, apertura del canal humanitario y
liberación de los presos políticos».
El
punto más álgido fue la denuncia del Papa ante el incumplimiento de dichas
condiciones por parte del gobierno, lo que llevó a la culminación del proceso
de diálogo y a esto se refirió en la rueda de prensa que ofreció durante el
regreso de su viaje apostólico a Egipto, el 29 de abril de 2017. Ahí dijo que
el diálogo «no resultó porque las propuestas no eran aceptadas» no sólo
por la oposición política que, en ese momento, carecía de unidad política y
estratégica, sino fundamentalmente por el gobierno, cuya falta de seriedad y
coherencia la describió como un: «"sí,sí" pero "no,
no"» y le hizo un «sentido llamamiento al gobierno para que se evite
cualquier ulterior forma de violencia, sean respetados los derechos humanos y
se busquen soluciones negociadas a la grave crisis humanitaria, social,
política y económica que está extenuando la población».
Un día
después de este viaje, ante la crueldad de la represión a miles de personas que
protestaban en el país, el domingo 30 de abril de 2017 en su mensaje Urbi
et Orbe, Francisco difundió y cuestionó para el mundo «la situación en
Venezuela, con numerosos muertos, heridos y detenidos»; abogó por los
«derechos humanos» y exhortó a «soluciones negociadas a la grave crisis
humanitaria».
Algo
que muchos olvidan es que, paralelo a todas estas denuncias, el Papa ya se
había reunido con Susana Malcorra, canciller argentina del recién electo
gobierno de Macri, para conseguir el pronunciamiento en bloque de los gobiernos
de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Perú,
Paraguay y Uruguay sobre la crisis venezolana. Una reunión que llevó
a otras más, como parte del ejercicio silente de la diplomacia Vaticana y que
inspiró lo que luego se crearía bajo el nombre de grupo de Lima.
La movilización de la Iglesia
latinoamericana en contra de la represión del gobierno venezolano
Todas
estas acciones del Papa y los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal
Venezolana produjeron algo que pocos han valorado: por primera vez en la
historia de la Iglesia latinoamericana, todas las entidades locales y
regionales alinearon su posición reiterando, a su vez, las varias denuncias
hechas por el Papa. Veamos a qué nos referimos.
A casi
dos meses del inicio de las protestas estudiantiles, la Conferencia Episcopal
Venezolana (CEV) fijó posición, el 2 de abril de 2014, de forma pública y
oficial, mediante el comunicado que lleva por nombre: «Responsables de la paz y
el destino democrático de Venezuela». Los Obispos comienzan su análisis con una
premisa muy clara: «la causa fundamental de la actual crisis es la
pretensión del partido oficial y autoridades de la República de
implantar el llamado Plan de la Patria, detrás del cual se esconde
la promoción de un sistema de gobierno de corte totalitario». Para
lograr imponer este modelo de corte totalitario, basado en la
lógica del pensamiento único y, por tanto, excluyente de todo
otro modelo sociopolítico, se han puesto «restricciones a las libertades de
información y opinión», se ha incrementado «la inseguridad jurídica y
ciudadana» y se han promovido «los ataques a la producción nacional». Todo
esto, bajo el peso de una «brutal represión de la disidencia política» (num.
2).
Las
cosas no cambiaron. Antes bien, se siguieron agravando y el 31 de marzo de 2017
la Conferencia Episcopal Venezolana se pronunció denunciando
que para el gobierno «todo gira en torno a lo político, entendido como
conquista del poder, olvidando las necesidades reales de la gente». Ante la
decisión del Tribunal Supremo de Justicia de eliminar la Asamblea Nacional y
suplantarla «por una representación de los poderes Judicial y Ejecutivo»,
indicó el episcopado que «no se puede permanecer pasivos, acobardados ni
desesperanzados. Tenemos que defender nuestros derechos y los derechos de los
demás. Es hora de preguntarse muy seria y responsablemente si no son válidas y
oportunas, por ejemplo, la desobediencia civil, las manifestaciones
pacíficas, los justos reclamos a los poderes públicos nacionales y/o
internacionales y las protestas cívicas».
El 4
de abril 2017 se sumó la voz de la Conferencia de Religiosos y
Religiosas de Venezuela contra «la falta de autonomía entre los cinco
poderes públicos: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Ciudadano», y
subrayó «la indolencia del gobierno nacional ante la situación crítica que vive
nuestro pueblo, demostrando una vez más que solo le interesa la lucha por
mantenerse en el poder» en un contexto de «inminente dictadura». El camino
inmediato para salir de la crisis, se lee en el documento, ha de pasar por el
cumplimiento de tres exigencias: «respeto al Estado de derecho, separación de
poderes, legitimidad del Parlamento».
Tres
días más tarde, el 7 de abril 2017, la Compañía de Jesús en
Venezuela, a través de la editorial de su revista SIC del
Centro Gumilla, hizo pública su posición oficial: «nos enfrentamos a una dictadura como
ciudadanos y como cristianos», la cual se consuma, a juicio de los
jesuitas, con «las decisiones asumidas por el Tribunal Supremo de Justicia
en Sala Constitucional de fecha 28 y 29 de marzo que suponen un claro golpe de
Estado y un desenmascaramiento definitivo del gobierno como una dictadura». Y
añadió, en consonancia con la petición del Papa Francisco a través de su
secretario de Estado, que la solución a la crisis actual del país pasa,
necesariamente, por las siguientes condiciones: «democracia con elecciones,
liberación de todos los presos políticos, pleno reconocimiento de la Asamblea
Nacional, apertura a la ayuda humanitaria internacional y entierro de este
modelo fracasado que atenta contra la vida de toda la población». Nada menos de
lo que exigió el bloque político de oposición, que por intereses partidistas no
lograba llegar a una estrategia unitaria y permanente.
A este
movimiento eclesial, se unieron las distintas Conferencias Episcopales
Latinoamericanas. Entre ellas, el 21 de abril 2017, la Conferencia
Episcopal Panameña se solidarizó con la posición de los obispos venezolanos
expresando que «la difícil situación del país cada vez se hace más
insostenible». A este comunicado le siguió el de la Conferencia Episcopal
Colombiana en pro de la labor de «obispos, sacerdotes, religiosos y fieles
laicos que en medio de dolorosas situaciones y privaciones, siguen trabajando
por la defensa de los valores humanos». El día 26 de abril de 2017, la
Conferencia Episcopal Ecuatoriana declaró que «se trata de una situación donde
está muerta y desaparece toda posibilidad de opinión divergente o contraria a
quienes están en el poder, se abre la puerta a la arbitrariedad, la corrupción
y la persecución, un despeñadero hacia la dictadura». A lo largo de ese mes de
abril se solidarizaron también, entre otras, las Conferencias Episcopales de
Uruguay y Chile, así como la boliviana, que el 2 de mayo de 2017 se pronunció
en torno a «la violencia fratricida, pobreza abrumadora y pérdida de la
vigencia de los derechos humanos» en Venezuela.
Una
nueva expresión de la colegialidad eclesial se manifestó,
históricamente, entre el 9 y el 12 de mayo de 2017, cuando se celebró en
San Salvador la XXXVI Asamblea Ordinaria del Consejo Episcopal
Latinoamericano (CELAM). Allí, todas las Iglesias locales de América
Latina y el Caribe decidieron, unánimemente, tomar posición frente a la
situación de nuestro país al observar que «se vuelve insostenible la falta de
alimentación, la falta de medicinas y la falta de libertades». Tras la
discusión se creó una Comisión de seguimiento de la situación sociopolítica y
humanitaria venezolana. Es la primera vez que el conjunto de las Iglesias locales
latinoamericanas se unen para levantar su voz en contra de lo que se vive
sociopolíticamente en uno de sus países.
Un
último ámbito de conciencia eclesial internacional que no podemos pasar por
alto es el comunicado publicado por la Asociación de Universidades Confiadas a
la Compañía de Jesús en América Latina. El 27 de abril de 2017, unas treinta
universidades de catorce países latinoamericanos expresaron su «condena a los
actos de represión que el gobierno está ejerciendo sobre quienes legítimamente
salen a las calles a manifestar su protesta ante esta situación». Todas las
universidades jesuitas del continente se unieron para denunciar «la
intolerancia a la discrepancia y la militarización de la sociedad», y
demandaron «a todos nuestros gobiernos y organismos internacionales que
defiendan el Estado de derecho, la institucionalidad democrática y el libre
ejercicio de la ciudadanía en Venezuela».
El llamado del Vaticano a
desconocer la Constituyente y retomar las 4 condiciones
Ante
todos estos pronunciamientos internacionales, el 13 de mayo de 2017, poco antes
de que oficiara la misa solemne en Fátima, el secretario de Estado del
Vaticano, el cardenal Pietro Parolín, «número dos» de Francisco, declaró
nuevamente que «la solución para la grave crisis en Venezuela son las
elecciones». Como es lógico, toda elección supone un cambio de gobierno o
transición política. Por ello precisó, como ha dicho el Pontífice en repetidas
ocasiones, que «se necesita mucha buena voluntad, empezando por el gobierno,
que debe dar señales de que desea resolver la crisis y tener en cuenta el
clamor del pueblo».
Esto
llevó a que el 4 de agosto de 2017, el mismo Papa enviara de nuevo un
comunicado muy fuerte a través de la Secretaría de Estado diciendo que: «la
Santa Sede pide a todos los actores políticos, y en particular al Gobierno, que
se asegure el pleno respeto de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales, como también de la vigente Constitución; se eviten o se suspendan
las iniciativas en curso como la nueva Constituyente que, más que
favorecer la reconciliación y la paz, fomentan un clima de tensión y
enfrentamiento e hipotecan el futuro; se creen las condiciones para una
solución negociada de acuerdo con las indicaciones expresadas en la carta de la
Secretaría de Estado de diciembre de 2016, teniendo en cuenta el grave
sufrimiento del pueblo a causa de las dificultades para obtener alimentos y
medicamentos, y por la falta de seguridad». Nuevamente se recuerdan las 4
condiciones que han de marcar la hoja de ruta hacia el restablecimiento de la
democracia en Venezuela: «elecciones, restitución de la Asamblea Nacional,
apertura del canal humanitario y liberación de los presos políticos».
Un
hecho aparentemente controversial sucedió el 10 de enero (2019) durante la juramentación
de Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia para un nuevo período de
gobierno. Dicho mandato ha sido desconocido por la comunidad internacional. La
Secretaría de Estado del Vaticano decidió enviar a un Encargado de
negocios ad interim, en vez de al Nuncio en Caracas. Hecho que no
ha de pasar desapercibido cuando el protocolo vaticano siempre ha prescrito la
presencia de un Nuncio, sea el del propio país o de otro vecino que lo
represente en su calidad de Jefe de Misión en tales actos de investidura.
Aquí se optó por un funcionario de menor rango, prácticamente desconocido. Ante
las reacciones que surgieron, el Vaticano emitió un comunicado el pasado lunes
14 de enero explicando que «la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con
el Estado venezolano. Su actividad diplomática tiene como finalidad promover el
bien común, tutelar la paz y garantizar el respeto de la dignidad humana», y
añadió nuevamente el principio de colegialidad geopolítica bajo el cual actúa,
siempre en coordinación con los obispos locales. Por eso, dice el comunicado,
«la Santa Sede y los obispos del país trabajan juntos para ayudar al pueblo
venezolano, que sufre las implicaciones humanitarias y sociales de la grave
situación en la que se encuentra la nación».
«El nuevo período presidencial es
ilegítimo y abre una puerta al desconocimiento»
Todas
estas acciones y posiciones, frutos de una acción colegiada entre el Papa, los
obispos y los fieles católicos, quedó claramente expresada y reconocida
el 9 de enero de 2019 en la exhortación que lleva como título: «Lo que
hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron» (Mt
25,40). Ahí, la Conferencia Episcopal Venezolana en pleno exigió al gobierno
«el cambio que el país pide a gritos: la recuperación del Estado de Derecho
según la Constitución y la reconstrucción de la sociedad venezolana, en
dignidad, libertad y justicia para todos». Por tal motivo, dice la
exhortación: «reiteramos que la convocatoria del 20 de mayo (para elegir
el Presidente de la República) fue ilegítima, como lo es la Asamblea Nacional
Constituyente impuesta por el poder ejecutivo. Vivimos un régimen de facto, sin
respeto a las garantías previstas en la Constitución (...). La pretensión de
iniciar un nuevo período presidencial el 10 de enero de 2019 es ilegítima por
su origen, y abre una puerta al desconocimiento del Gobierno».
Así
como los obispos han sido claros en no reconocer la legitimidad de Maduro, el
Papa fue el primero en desconocer a la asamblea nacional constituyente impuesta
por Maduro sin voto popular. No olvidemos que las acciones de una diplomacia
muchas veces silente y poco perceptible iniciaron un proceso de concertación
entre gobiernos latinoamericanos y conferencias episcopales locales, que fueron
alzando sus voces para pedir, con el Vaticano: «elecciones, restitución de
la Asamblea, apertura del canal humanitario y liberación de los presos
políticos».
Venezuela, Nicaragua, Yemen y
Siria...
La
decisión del Papa de incorporar a Venezuela el 25 de diciembre de 2018 en la
lista de países que nombra en su mensaje Urbi et Orbi, es otro
reconocimiento de un país que vive una severa tragedia humanitaria y en
condiciones de estados fallidos, como Yemen y Siria, o totalitarios como
Nicaragua. Es un mensaje fuerte y profético de la diplomacia vaticana que ha
pasado desapercibido para muchos, y que ha sido enviado con contundencia a la
comunidad internacional, reconociendo así, la necesidad de un cambio político
urgente.
Hoy el
Papa, en medio de nuevas críticas por parte de académicos y políticos
latinoamericanos, especialmente de oposición, vuelve a insistir, el 7 de enero
de 2019 en su Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado
ante la Santa Sede: «Deseo para la amada Venezuela que se encuentren vías
institucionales y pacíficas para solucionar la crisis política, social y
económica, vías que consientan asistir sobre todo a los que han sido afectados
por las tensiones de estos años y ofrecer a todo el pueblo venezolano un
horizonte de esperanza y de paz». Vías que, como explicaron los obispos
venezolanos, pasan por reconocer que «la Asamblea Nacional, electa con el voto
libre y democrático de los venezolanos, actualmente es el único órgano del
poder público con legitimidad para ejercer soberanamente sus competencias».
Lo que
el Papa desea sigue siendo hoy el clamor de los nuevos líderes de la única y
legítima Asamblea Nacional, elegida bajo el voto popular con una mayoría
opositora abrumadora: «elecciones, restitución de la Asamblea, apertura del
canal humanitario y liberación de los presos políticos». Es esta la hoja de
ruta vaticana para un proceso de transición hacia la democracia en Venezuela.
Es la voz que llevan hoy nuestros jóvenes diputados con un mensaje que ha
devuelto la esperanza en un cambio político en Venezuela que mira al bien común
y se aleja de los intereses partidistas e ideológicos tanto de la oposición
política como del oficialismo castrista.
No nos
dejemos robar la esperanza, no perdamos la fe en las personas e instituciones
que están trabajando por un cambio en Venezuela. Recordemos las palabras de
Francisco en Paraguay: «las ideologías terminan mal, no sirven, las ideologías
tienen una relación incompleta, enferma o mala con el pueblo porque no asumen
al pueblo» (Visita Apostólica al Paraguay, 2015).
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
Profesor
de la Universidad Católica Andrés Bello y del Boston College
Miembro
del Equipo Teológico Pastoral del CELAM
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