Por Ramón Guillermo Aveledo
Escribo con la dificultad de
quien piensa que cuando esta nota sea publicada, en dos o tres días, otros
cambios podrían mancharla de obsolescencia. Riesgo de escribir en Venezuela.
Riesgo, por cierto, muy menor a aquel que corre cualquier habitante de los
barrios que justificadamente teme por su vida y la de su familia ante el FAES y
los malandros, si es que hiciera falta la conjunción copulativa.
El drama de estos días,
crucial y probablemente decisivo, muestra la verdadera crisis de Estado en que
nuestro país se ha ido metiendo.
La crisis de Estado no
empezó el 23 de enero. Tampoco el 10. Fue produciéndose desde que se confundió
al Estado con el PSUV y se agrava sensiblemente cuando éste se confunde con el
pequeño grupo en el poder, ese mismo que como tenemos meses insistiendo, al
expropiarnos lo Público, ha privatizado el Estado en su propio y exclusivo
beneficio. La versión criolla y siglo XXI de esa especie de silogismo clásico
revolucionario según el cual, acaba habiendo una identidad indisoluble entre el
proletariado y el jefe, que antes era el “Comandante Supremo y Eterno” y ahora
vendría a ser el jefe y los que salieron con forzada sonrisa al balcón
palaciego a marcar un contraste, tan revelador como desfavorable para ellos,
entre su magra escena y el gentío inmenso que poblaba la Miranda y la
Libertador en Caracas, y plazas y anchas avenidas en todo el país.
Hay crisis de Estado no
porque haya dos presidentes, uno deslegitimado y con poder de fuego y otro cada
vez más legítimo y sólo armado de la esperanza popular. O dos Asambleas, la
constitucional y la constituyente. O dos tribunales o dos fiscales. Hay crisis
de Estado porque éste casi no sirve para lo que tiene que servir. Aunque
reprima, es incapaz de producir orden. Tiene tribunales que no dictan justicia,
Contraloría que no controla, Defensoría que no defiende. Aunque emite una
moneda, ésta carece de valor. Fija precios que nadie cumple porque no puede
cumplir. Y así, vaya usted sacando la cuenta de las cosas que se supone que
debería ofrecernos pero no sabe, no quiere o no puede, sea luz eléctrica o agua
potable, comunicaciones o infraestructura, educación o salud y un interminable
etcétera.
Hay crisis de Estado cuando
la Constitución, que debe ser el mapa de la República y la guía de la actuación
de sus gobernantes, es ignorada, vulnerada y manipulada por quienes, a despecho
de su juramento, la usan como barricada.
Hay crisis de Estado porque
el crédito de la República está en el suelo. Nadie nos fía, todo hay que
pagarlo al contado y no hay plata y nadie nos presta; casi nada tenemos ya que
vender. Y los que todavía nos compraban, nos vendían o nos prestaban, ya no
están tan dispuestos a hacerlo, porque desconfían de nuestra capacidad de
cumplir. Y uso la primera persona porque como venezolano, soy igual que otros
treinta millones, damnificado del radical descrédito de quienes detentan el
poder y solo lo usan para aprovecharlo y mantenerlo, sea como sea.
Esa es la crisis. Ese es el desafío.
29-01-19
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