Por Valentina Oropeza
Unas 30 personas hacen fila
para comprar pan a un lado de la tarima. Esperan recostados de la pared,
mientras un equipo de la Asamblea Nacional ajusta cables y prueba sonido. Viene
Juan Guaidó para un cabildo abierto en la UD-4 de Caricuao. Es sábado, 19 de
enero de 2019. Cuatro mujeres están sentadas en un andamio, bajo una sombra.
Encima hay una plataforma donde medios nacionales e internacionales instalaron
cámaras.
Pregunto por qué vienen al
cabildo y se miran sorprendidas. “Para sacar al bicho ese”, dice una y todas se
ríen.
—¿Cómo es que no entiendes
que Nicolás Maduro es un usurpador y no puede seguir en Miraflores porque se
robó las elecciones? Ya lo dijo Guaidó cuando asumió la presidencia de la
Asamblea Nacional el 5 de enero.
El Parlamento declaró
la usurpación de la Presidencia de
la República el pasado 15 de enero, luego de la juramentación de Maduro para un
segundo mandato, el 10 de enero de 2019.
—¿Tú como que no has oído a
Guaidó, mijita?
—Sí, pero no entiendo cómo
van a lograr un cambio de gobierno —respondo.
—Chica, como no tenemos
presidente legítimo, Guaidó tiene que ser presidente. Para eso estamos aquí.
“Aquí” es el sector las
Queseras del Medio. Hay que caminar una cuesta larga desde la avenida principal
de Caricuao para llegar a la tarima. La oposición no realizó actos de calle en
Caricuao el año pasado. Los vecinos pusieron barricadas con basura y recibieron
lacrimógenas disparadas por tanquetas militares a mediados de 2017.
Año y medio después, la
dirigencia opositora, con Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional,
rescata los cabildos abiertos de la historia
independentista venezolana para pedir a la gente que salga otra vez a
manifestar el próximo miércoles 23 de enero, cuando se cumplirán 61 años de la
caída de Marcos Pérez Jiménez, un hito de la democracia.
Investido como presidente
del Parlamento, Guaidó
encabezó el primer cabildo abierto frente a la sede del
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Altamira, enclave tradicional
de la oposición y sus marchas. Estuvo en Caraballeda después de que unos
agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional lo detuvieron y lo
soltaron, en un impulso inexplicable que no siguió orden ni mando, según el
ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez.
Guaidó estuvo en Santa Rosa
de Lima, rodeado por electores que siempre han sido afines a la oposición.
Caricuao es el primer sector popular de Caracas que pisa fuera de la
tradicional zona opositora, mientras los partidos organizan cabildos en Aragua,
Anzoátegui, Barinas, Bolívar, Carabobo, Lara, Miranda, Nueva Esparta, Táchira y
Zulia.
Los coordinadores de
logística llaman a los vecinos por un micrófono para que cuenten sus
expectativas sobre el cabildo y la marcha del 23 de enero. Las mujeres no
quieren decir sus nombres, no sea que se metan en problemas por hablar con
periodistas.
A una la llamaremos
Josefina. Tiene 63 años y se mudó a la UD-5 en 1992, cuando Hugo Chávez estaba
“armando zaperoco”, dándole un golpe de Estado a Carlos Andrés Pérez. Es
maestra jubilada y su marido era contador. Murió hace 17 años. Compraron ese
apartamento de cinco habitaciones y dos baños con un crédito. Ahí crió a cinco
hijos y vio emigrar a la menor, Mariana, maestra también. Se fue en diciembre
de 2016, cuando tenía 28 años. Mariana no tuvo tiempo de enamorarse, casarse y
tener hijos en Venezuela. El día que intentó comprar un kilo de carne para la
casa y se dio cuenta de que no le alcanzaba el sueldo, le dijo a su mamá que se
iría a Chile. “Estoy en este cabildo porque si se va ese gran carajo, voy a
tener a mi hija de vuelta”, dice Josefina con los ojos llorosos, esforzándose
para que la escuche mientras el micrófono pasa de un vecino a otro.
—¡Tú como que eres chavista,
güevón! ¡Cállate! —grita María, una de las amigas de Josefina, que va con una
gorra tricolor y un pito rabioso para censurar a los vecinos blandos.
El abucheo crece pero el
vecino no se amilana. Pregunta a los dirigentes que administran el micrófono
cuál será el plan B de la oposición si la tesis de la usurpación no prospera.
Pregunta qué van a hacer más allá de los cabildos abiertos para que no se
enfríe la calle y se logren los objetivos.
—¡Quítenle el micrófono a
ese pajúo!
El abucheado alcanza a dar
las gracias por el derecho de palabra y devuelve el micrófono. Nadie le
contesta. Se abre paso entre la gente que comienza a hacerse gentío. Se llama
José Guaina y tiene 49 años. Es ingeniero informático y tiene una hija de seis.
No quiere irse de Venezuela. No quiere darle a su hija el ejemplo de que la
única salida es marcharse. Asiste al cabildo porque sabe que la calle es
importante, pero sobre todo porque quiere escuchar de qué va la estrategia
opositora: medios, métodos y objetivos. Percibe lo mismo en sus amigos
chavistas y en los opositores: emocionalidad y violencia. Está
preocupado.
Se enciende el micrófono de
la tarima principal y piden a todos que se acerquen. En unos minutos llegará
Guaidó. Levanto el teléfono y hago una foto para ver cuánta gente hay. Se
pierden de vista desde donde estoy. Richard Blanco, Rafaela Requesens, Stalin
González, Yon Goicoechea y otros voceros sirven como teloneros de Guaidó, que
llega vestido con una camisa blanca, corbata azul marino de lunares blancos y
un pantalón azul.
Le agarra la mano a su
esposa, Fabiana Rosales. La suelta. Se arremanga la camisa. Mientras los
compañeros de partido abonan la indignación de los asistentes porque no hay
autobuses, comida o medicinas, Guaidó se agacha cada tanto y recibe papelitos
que le entrega la gente. Y dos estampitas del arcángel Miguel.
—El peo es que esto se
vuelve pura propaganda —le dice un hombre a otro que está a mi lado.
—Aquí lo importante son tres
cosas: alimentos, seguridad y salud —responde el otro.
Guaidó conoció Caricuao el
día que conoció el Metro, cuando su abuela lo llevó desde Macuto a visitar a
una tía. Él tenía 6 años y quedó impresionado con el Metro. Esa tía le abre
paso a un dolor colectivo:
—¿Cuántos aquí tienen
familiares que se fueron del país?
Casi todos los asistentes
levantan la mano.
—¡Mis dos hijos se fueron
del país, Guaidó! —grita María, la del pito y la rabia, con voz quebrada.
Guaidó dice que falta agua
corriente y se baña con tobo, la comida es impagable y no hay gas para cocinar.
La panadería cierra, una fila larga se queda sin pan. Recuerda que la Asamblea Nacional acaba de aprobar un
acuerdo para autorizar el ingreso de ayuda humanitaria a
Venezuela y le pide a los organismos multilaterales de cooperación que no le
entreguen los recursos al gobierno porque es el culpable de la emergencia.
—Esos del gobierno quieren
tener un pueblo de pelabolas —dice el que está a mi lado. Su amigo asiente.
Fotografía de Federico Parra
| AFP
Guaidó dice que “bien
puestas” están esas sanciones de Estados Unidos contra los ladrones que se
robaron el dinero de los servicios públicos. Y así como Venezuela nació en un
cabildo abierto en abril de 1810, cuando el capitán general Vicente Emparan
renunció porque le dijeron que no lo querían, así renacerá la esperanza.
Una mujer cerca de la tarima
vocifera contra Maduro.
—Que su palabra vaya por
delante —responde Guaidó y todos ríen.
Le pide a cada vecino que
llegue a su bloque y cuente lo que pasó allí, que expliquen que van a convocar
elecciones y van a iniciar un gobierno de transición. Que organicen cabildos en
sus edificios antes del 23 de enero.
—¿Quién tiene Facebook,
Twitter, Instagram? —pregunta Guaidó.
Todos levantan las manos.
—¿Quién tiene megas?
Casi todos.
—Usen algunos de esos megas
y multipliquen el mensaje.
Pero advierte: cuidado con
las cadenas con información falsa que circulan en las redes sociales.
—Juan Guaidó va al diálogo
—dice como ejemplo.
—Yo sabía, es un sucio —se
burla y vuelven a reír.
La alegría desaparece cuando
habla de la Fuerza Armada, “el actor fundamental para que se logre la
transición”, dice. Los abuelos de Guaidó fueron militares: uno sargento de la
Guardia Nacional, el otro sargento de la Armada. Por eso sabe que la obediencia
y la jerarquía determinan el proceder de los soldados. En 2016, Voluntad
Popular impulsó en el Parlamento la aprobación de la ley de amnistía y
reconciliación nacional, que buscaba la liberación de su fundador, Leopoldo López,
y otros 75 presos políticos. En 2019, la oposición firmó un acuerdo que
replantea la amnistía y se ofrece a todos, civiles y militares, que ayuden a
restablecer la Constitución, es decir, que traicionen a sus jefes en el
gobierno y colaboren con su salida.
—¡Fuera los cubanos de la
Fuerza Armada! —grita un anciano al fondo.
Guaidó busca recuperar el
ánimo y cita lo que considera algunos logros: las sanciones contra funcionarios
del gobierno, el reconocimiento internacional a la Asamblea Nacional, los 47
países que desconocieron la juramentación de Maduro.
—¡Guaidó, te amo! —grita una
señora.
—Yo también, mi vida
—responde.
Su afición a los Tiburones
de La Guaira, que ya no cuenta los años que lleva perdiendo, también lo preparó
para este momento. Dice que el gobierno ya no gobierna en la cabeza de la
gente.
—¡Elecciones sin Tibi!
—grita un muchacho frente a Guaidó.
—Que la manden para el
infierno —responde en voz baja una señora que graba el acto con el teléfono.
Guaidó pide disciplina para
el 23 de enero. No explica detalles de la convocatoria, pero alerta para no
caer en provocaciones, como la contramarcha que convocó Diosdado Cabello para
el mismo día, la sempiterna estrategia de bloquear calles y accesos al Metro,
para que sea incómodo y difícil marchar.
—Antes sonreía porque
abrazaba a mi familia. Estaban todos aquí —Guaidó hace una pausa larga y la
audiencia responde con absoluto silencio—. Ninguno de ustedes merece ver a sus
hijos irse.
Guaidó saca una de las
estampitas del arcángel Miguel y lee la oración. Termina poco más de 20 minutos
de discurso con un anuncio: en los próximos días dará un mensaje importante a
los militares, a los gobiernos de fuera y al electorado opositor.
María le da la vuelta al
teléfono. Ha estado grabando el discurso para que su hijo lo vea por
videollamada de Whatsapp. No aguanta el llanto. Le da miedo decir dónde vive
ahora.
—¿Viste, hijo? Estoy segura
de que muy pronto podrás volver.
20-01-19
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