Por Simón García
La Navidad solía ser un
encantamiento. A pesar de vivir en un país con dos estaciones climáticas, algún
halo ancestral irrumpía bajo una especie de extraño anhelo por la nieve.
Entonces amanecía con frío y había alegría.
Diciembre eran vacaciones y
sus dulces, comidas y bebidas típicas. Días de estrenos y de soñar con el
regalo que, al despertar, traería el Niño Jesús. Diciembre fue siempre el
mes más casero, fiesta de hogar y de celebración con los amigos. Música y
sorpresas.
Al menos dos de ellas
estaban ligadas con la tradición popular cristiana. La presencia de Dios
revelada como infancia y la no menos extraordinaria aparición de unos magos que
eran reyes. Jesús niño muestra, con el prodigio de la primera vez, la unión de
lo divino con lo humano. Mientras que en la taparita de los tres reyes, laten
dos imágenes de poder. Una, que el mago antecede al rey. La otra, que el poder
terrenal rinde culto al poder espiritual.
Según Voltaire, en la
entrada que dedica a la palabra Navidad en su Diccionario Filosófico, Jesús
nació nueve meses después de haber sido concebido el 24 de marzo, durante
el reinado de Augusto. Es un nacimiento ampliamente asociado a una espera.
Toda buena espera contiene
una esperanza. Dice el Breve Diccionario Etimológico de Gómez de Silva que
espera es: “….permanecer en un lugar hasta que ocurra algo que se prevé.”
Vista así, la esperanza es
un optimismo basado en una probabilidad.
Desde un punto de vista más
activo, la Navidad debería volver a ser el momento para la formulación de
nuevos planes. Pero esta vez, viendo al país desde la pandemia y desde su
crisis terminal, se impone la percepción realista del abismo que existe entre
el país realmente existente y el que deseamos todos.
Es hora de admitir que
estamos pasando a la historia como la primera generación que va a legar a los
venezolanos por venir un país peor al que recibimos.
Y no basta con
entristecerse, lamentarse o voltear hacia un «eso no es conmigo».
Hay que actuar para reducir
los daños transgeneracionales que estamos causando. Por supuesto que el daño
mayor lo ocasionan los que detentan el poder, si es que eso alivia la
destrucción general de Venezuela.
Sabemos que no es cuestión
de asignar culpas, ni de recetarios de autoestima o de repetir discursos
políticos invocando salidas inviables. Se protege mejor el interés general
cultivando con excelencia la pequeña parcela, en vez de invocar un abstracto
destino superior.
Es ocasión para rectificar e
innovar. Para unificar a los venezolanos con base en una propuesta concreta de
entendimiento nacional antes que el país normalice su colapso. Si las élites
opositoras no dan este giro, hay que ayudar a que nuevos actores entren en
escena.
Esa es la fuente del
optimismo que necesitamos. El del entusiasmo para una verdadera acción de
cambio, así sea pequeña. Hay mucha gente con ganas de arriesgarse a demostrar,
cívicamente, que la esperanza viable no es un aguinaldo.
Mientras tanto, los espero
en el 2021. ¡Felicidades!
Simón García es Analista Político. Cofundador del
MAS.
27-12-20
https://talcualdigital.com/diciembre-era-un-encanto-por-simon-garcia/
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