Por Gregorio Salazar
El objetivo ha sido
alcanzado con creces. Ya el régimen y la diminuta cúpula que lo rodea, la que
todo decide y a la que nada le falta, a la que no perturba ni la hambruna ni
las muertes de venezolanos en altamar, cuenta con una Asamblea Nacional totalmente
a su mandar para continuar su obra de copar hasta el más recóndito espacio de
poder en Venezuela.
No importa que cada siete de diez venezolanos no haya querido saber nada de ese pretendido proceso electoral. Y mucho menos que el “logro” no aporte un ápice a la reinstitucionalización del país ni vaya a tener reconocimiento internacional. Lo primero forma parte del esquema de sojuzgamiento. En lo segundo les basta que los reconozcan los socios a los que han abierto una privilegiada cabeza de playa en el continente para retar a los EEUU y, tal vez, negociar uno que otro escombro de la industria nacional.
Tiene, pues, Maduro su
parlamento tamaño bonsái. Con sus diputaditos, su mesita directiva y sus
comisioncitas y una sabana sin tranqueros para imponer por la “vía
legislativa”, por ejemplo, la ambiciosa geometría de poder comunal que no se
atrevió a presentar en un proyecto de constitución llevado a referéndum. Ni con
el ventajismo obsceno actual multiplicado por siete hubiera pasado la prueba,
tal es la orfandad en sus bases.
Lo acompañará en ese
remedo de parlamento una exigua representación no chavista a la que
lamentablemente le tocará cumplir el papel de la rémora que va adherida al
tiburón: nadará con él, comerá de sus sobras pero nada puede hacer por incidir
en el rumbo perverso de este voraz escualo rojo.
Obtener 24 de los 253
escaños en disputa no da ni para sugerir un punto en el orden del día. Pintados
como un grafiti en las paredes del hemiciclo.
Sin negar que no todas
esas fuerzas puedan tildarse de corruptas o colaboracionistas, lamentablemente
para ellas también quedaron cobijadas por el signo de la «Operación Alacrán»:
venta y traición. Y así los percibió el grueso de una población, hoy para su
desgracia, totalmente descreída de la vía del voto, lo que es igual a anular el
poder de un inmenso caudal electoral.
Para no perderlo todo,
digamos que el despliegue ventajista del régimen ha servido para que la
comunidad internacional perciba con mayor nitidez todas las maniobras que
conforman el andamiaje del ventajismo electoral, del cual constituyen piezas
clave la criminalización y la hegemonía comunicacional. ¿Cómo se desmontarán
esos avasallantes bastiones para la ruta pacífica y comicial?
También ha quedado
evidenciado el alarmante grado en el que el chavismo logró avanzar hacia el
modelo cubano del partido único. No estará en la Constitución, pero así ha
comenzado a operar: siete partidos cambiaron de manos en apenas 35 días
mediante intervenciones “exprés” de novísima invención por Nicolás Maduro y su
entorno. Y ahora quienes se prestaron para esa degollina han quedado, con
las siglas sí, pero estampados en la pared.
Frente a ese cuadro que
devastaría al optimismo más delirante, está la oposición encabezada todavía por
Juan Guaidó. También esgrimiendo su millonaria cifra de apoyo popular emanada
de la Consulta Popular. Una respuesta obligada, importante, necesaria en la vía
de darle basamento a su interinato, y a la que la ciudadanía respondió en buena
medida, si nos atuviéramos a los muestreos visuales.
Las otras dos cabezas
visibles de la oposición, Capriles y Machado, exigen a Guaidó que se haga a un
lado. La primera atrapada en el realismo mágico (Eliot Abraham dixit) de
la intervención militar extranjera y en posición irreconciliable con todo lo
electoral y “cohabitacional”.
El exgobernador, por su
lado, ganado para empujar lo electoral pero a contracorriente del sentir de una
mayoría a la que en los dos últimos años solo se le vendió la salida exprés.
Sin embargo, hoy está más cerca de Guaidó si tomamos en cuenta que el jefe
político de este, Leopoldo López, también ha hablado de elecciones. No dice
para cuándo, pero algo es algo.
Elecciones regionales,
revocatorio y presidenciales, quiérase o no, es territorio desértico pero real,
que se abre ante la oposición y hacia el que algún día reencaminará su pasos.
Para que esta nota no
termine como un compendio de pesimismo (sorry, no nos lo propusimos) diremos
que al aludido tiburón rojo la falta de apoyo popular y la devastación
económica lo mantienen no en mar abierto, sino encerrado en una pecera. Si esas
dos condiciones son capaces de romperle los cristales lo veremos con la
branquias secas y rabeando en el piso su agonía.
Gregorio Salazar es
Periodista. Exsecretario general del SNTP.
20-12-20
https://talcualdigital.com/un-inutil-remedo-parlamentario-por-gregorio-salazar/
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