Por Ángel Oropeza
En una maniobra casi
desesperada de mercadeo político burlón, y bajo el irónico nombre de “Plan
Navidades felices y seguras”, Maduro y los burócratas de la clase política
gobernante “decretaron” que a partir del 15 de octubre pasado se iniciara “una
Navidad feliz para todos los venezolanos”, y han “ordenado” que la gente baile,
se ría y sea feliz, aunque sea a juro.
La decadente propaganda
oficial nos asfixia con unas cuñas empalagosamente falsas, que muestran
venezolanos inexistentes preparando hallacas, intercambiando regalos y
celebrando sonrientes una Navidad que solo existe en los palacios y mansiones
de quienes nos gobiernan. Lo cierto es que, a diferencia de esta falsía
mediática, el signo de estos tiempos en Venezuela no es la alegría, sino la
tristeza y la rabia contenida.
La Navidad de 2020
encuentra a Venezuela como el país de mayor pobreza de ingresos de todo el
continente, con 79,3% de nuestros compatriotas sin saber cómo cubrir la canasta
de alimentos, y como el segundo país de la región con mayor desigualdad e
injusticia social, al punto de que hoy el 7% más rico de la población –los
mismos que apoyan y sostienen a la dictadura– se queda con casi 60% del ingreso
nacional. Nos hemos convertido no solo en un país muy pobre, sino además
profundamente desigual.
En la víspera de la
Nochebuena de 2020, y como un doloroso mentís al sarcástico lema oficialista de
“Navidades felices y seguras”, Venezuela se mantiene como uno de los países con
mayor número de muertes violentas en el mundo, y donde los cuerpos represivos
del Estado resultan más involucrados en estos delitos. Según Provea, solo en el
primer semestre del año los cuerpos policiales y militares de Venezuela
asesinaron a 1.611 personas, un promedio de 9 personas por día, la mayoría de
ellos jóvenes pobres, entre 18 y 30 años de edad.
La Navidad de 2020 nos
encuentra con la mitad de nuestros niños y jóvenes sin asistir a la escuela
todos los días, con 30% de nuestros niños con desnutrición crónica, con uno de
cada 5 venezolanos comiendo una sola vez al día (porcentaje que entre los
pobres sube a 40%), y con una crisis de salud, alimentaria y de seguridad que
han reducido la esperanza de vida promedio de la población en 3,7 años.
La propaganda de
“Navidades felices y seguras” de nuestra decadente oligarquía no puede ocultar
los asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas,
detenciones arbitrarias, torturas y demás tratos crueles, inhumanos o
degradantes que se cometen hoy a diario en Venezuela, y que han llevado a la
propia ONU a reconocer que tales crímenes forman parte de un patrón coordinado
con las altas autoridades del gobierno de Maduro y constituyen una política
sistemática del Estado venezolano.
Como desgarradora comprobación
de las consecuencias de una crisis humanitaria sin precedentes de la región, la
víspera de la Navidad nos arroja ahora a la cara la imagen lacerante de más de
20 cadáveres de compatriotas venezolanos, varios de ellos niños, ahogados en el
mar de su propia patria buscando escapar del hambre. Los “balseros de Güiria”
son, en vísperas de la Navidad, el más reciente grito de dolor de un pueblo
explotado y sufriente, que clama al cielo en busca de justicia.
La característica
principal de nuestro paisaje cotidiano es la explotación y la
angustia: hiperinflación, caída brutal de los ingresos, hambre,
deficiencia (cuando no ausencia) de los servicios básicos, desaparición de las
instituciones democráticas, delincuencia desatada y represión política. Para
2021, todos los pronósticos aseguran un empeoramiento de estas condiciones, lo
que hará más comprometida y difícil la supervivencia de la población.
Si se asume la Navidad
como la concibe la oligarquía madurista, esto es, como una conveniente excusa
para mirar hacia otro lado y distraernos de la hiriente realidad, o como un
evento circunscrito a la banalidad del festejo vacuo, ciertamente no tiene
ningún sentido celebrarla en medio de este desierto de dolor, sufrimiento y
muerte. Más que celebración, es una insultante burla. O quizás una excusa para
seguir reprimiendo. Herodes, rey de Judea para el momento del nacimiento de
Jesús, también quería “celebrar” la Navidad. Según se lee en el Evangelio de
Mateo, Herodes pide a los magos que le digan el lugar exacto del nacimiento del
Mesías “para ir también él a adorarlo”. La inteligencia de los magos en
adivinar sus verdaderas intenciones, y el consecuente episodio de la “matanza
de los inocentes” al sentir Herodes frustrados sus planes, lo han convertido en
el arquetipo de los gobernantes opresores, esos que son capaces de cualquier
cosa con tal de no perder el poder.
Hace poco más de 2.000
años, un pueblo explotado y sin rumbo recibió la buena noticia de que su
liberación se había iniciado. Esa fue la primera Navidad. Desde entonces, su
celebración es una invitación a la reflexión y al compromiso sobre la
permanente y continua redención. La redención de la persona es así la razón
última de ser de la Navidad. Redención de toda violencia, egoísmo, orden
injusto, opresión y exclusión que impide que las personas sean felices, que es
lo que Dios quiere para todos sus hijos.
Para los venezolanos de
estos tiempos de odio, cinismo, tristeza y profunda injusticia, la Navidad no
es una fiesta oficial obligada y cínica, sino una oportunidad para rescatar su
esencia como símbolo y advenimiento de liberación –en la persona y mensaje del
niño de Belén– de todo aquello que no nos permite crecer como personas, como
sociedad y como país.
Hoy, la única forma de
celebrar con sentido la Navidad en Venezuela es rescatando ese, su verdadero
significado.
17-12-20
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