Por Ángel Oropeza
“La invencibilidad está en
uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario”.
Sun Tzu
Entre las tareas más
urgentes que se requieren para acelerar el cambio político y ayudar a superar
este trágico momento de nuestra historia, está sin duda la relacionada con la
eficacia política.
De manera genérica,
“eficacia política” se entiende como el grado en el cual la gente cree que
puede incidir sobre su entorno y ejercer influencia sobre el sistema político.
Su importancia viene dada porque la actitud de los ciudadanos (de interés o
desinterés, pesimismo u optimismo) hacia la política, así como su conducta (de
resignación o lucha, de pasividad o activación) depende en parte importante de
la percepción que tiene sobre su propia capacidad política, es decir, sobre su
posibilidad de intervenir y cambiar sus realidades.
Cada vez más
investigaciones destacan la importancia del sentimiento de eficacia política
interna de los ciudadanos sobre su conducta y sobre la materialización de los
eventos políticos. Así, por ejemplo, si en un país determinado la población se
convence que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que lo que
ocurrirá es malo pero además inevitable, que sólo queda rendirse porque no hay
forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el
modelo de dominación comienza a echar raíces y a ser percibido como
irreversible. No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo
autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy
precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir
sobre los hechos políticos y mucho menos de cambiarlos.
Una población con una
baja percepción de eficacia política es la que constantemente se pregunta qué
va a pasar. Y esta pregunta esconde una actitud de observador resignado ante lo
que se supone inevitable y ajeno a su voluntad. Los que sólo preguntan
qué va a pasar suponen que vivimos una película que tiene ya el final grabado y
ante la cual usted sólo se sienta a observar. Lo cierto es que Venezuela hoy no
es una película ya hecha sino una inmensa obra de teatro experimental, en pleno
desarrollo, en la que usted puede subirse al escenario y alterar la trama con
su sola presencia. Por ello, es necesario y urgente cambiar de postura. Es
preciso migrar de la condición de espectador pasivo a la de actor participante.
Es indispensable cambiar de interrogante, y en vez de inquirir inútilmente
sobre qué va a pasar, preguntémonos qué nos toca a cada uno hacer.
Sería una
irresponsabilidad y una falta de respeto intentar desde aquí sugerir lo que
cada uno tendría que hacer en esta colosal tarea colectiva de construir el
cambio político. Eso va a depender de las coordenadas personales, laborales,
familiares y geográficas muy específicas y muy de cada quién. Pero hay al
menos 4 cosas que todos –siempre dependiendo de esas coordenadas- tenemos
frente a nosotros como tarea.
La primera es buscar cada uno su forma específica y concreta de participación. Aunque es una inmensa mayoría de la población la que adversa al régimen, esa mayoría no va más allá de un simple dato numérico hasta el momento que empieza a organizarse y a convertirse en una auténtica fuerza social con articulación entre los siempre diferentes sectores y con direccionalidad política. Hay instancias empeñadas en este esfuerzo de comunicar entre sí a distintos sectores sociales y políticos, como el caso más conocido del Frente Amplio Venezuela Libre, y de avanzar en la organización ciudadana y sectorial en todos los estados del país, pero todavía falta mucho. Pregunte cómo puede usted integrarse, colaborar o sumarse. O diseñar su propia forma de participación. Pero hay una cosa que es segura: la única forma de vencer los obstáculos que el gobierno ha puesto al necesario cambio político es la organización popular. Sin ella, la liberación democrática del país es sencillamente inviable.
Lo segundo es motivar
siempre a otros. Por distintas razones, no todos pueden estar en las siempre
necesarias actividades de organización popular que implican movilización
física. Pero todos sí podemos asumir que en cualquier actividad diaria que
desarrollemos –social, de trabajo, de estudio-, y donde quiera que estemos,
nuestro deber es animar a quienes pudieran estar desalentados por lo larga y
difícil de esta lucha, así como seducir a quien piensa distinto,
solidarizándose con su problema pero ayudándole a entender qué y quiénes están
detrás de su desdicha. Es asumir una actitud de apostolado permanente, que
consiste en nunca dejar de hablar, de denunciar, de convencer, de conquistar
gente para la causa de la liberación.
Lo tercero es no
espantar con mensajes de retaliación y pases de factura a las personas que
todavía militan o simpatizan con el oficialismo gobernante. La batalla por la
liberación pasa también por ayudar a desmontar la polarización artificial entre
venezolanos y a procurar, en nuestro entorno inmediato, el acercamiento de
todos los afectados por esta tragedia devenida en gobierno, no importa sus
creencias o la orientación de sus simpatías. El objetivo es que cada quien,
desde su particular realidad, contribuya con una nueva e inteligente
repolarización social, no la ya gastada entre oficialismo y oposición, sino la
que separa y enfrenta a la mayoría de los venezolanos con quienes los engañan y
explotan para su propio beneficio económico y político.
Y por último, nunca
deje de criticar, fiscalizar y sugerir ideas a los dirigentes de la oposición
democrática. Señale sus errores y vigile siempre que no se desvíen del camino y
de las funciones por las que están allí. Pero no se preste al juego
divisionista del gobierno, que ha puesto en la atomización y destrucción de la oposición
democrática la esperanza de sus sueños de dominación.
La rebelión democrática
popular necesita de más venezolanos que se pregunten qué les toca hacer y no
qué va a pasar. Si no cambiamos la pregunta, quedaremos solo como observadores
pasivos de un montaje que será protagonizado por otros, con consecuencias para
usted y para todos.
14-10-21
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