Daniel Santolo 07 de abril de 2022
Describir
la grave crisis que atraviesa nuestro país, pareciera un ejercicio innecesario,
pero no lo es, lo complejo de la crisis debe ser debatido y comprendido por
todos. El devenir de nuestra historia nos muestra que nuestros males no son de
estos tiempos, muy por el contrario, son de muy vieja data. Vencer una cultura
política clientelar que se ha instalado en la psiquis de la mayoría de los
venezolanos, no es nada sencillo. Una crisis estructural que atraviesa
transversalmente a toda nuestra sociedad, destruyendo la institucionalización,
ha generado males sociales de carácter socio-político, como la violencia
generalizada, la corrupción a todo nivel, una pobreza estructural, lo que ha
originado que varias generaciones de venezolanos fuesen sumidos en la pobreza,
impidiendo el desarrollo de más de un tercio de la población, que han sido
condenados a vivir en la pobreza.
Frente a esta realidad los partidos siguen siendo las organizaciones político-sociales que corresponden a la mejor forma de integración y representación de la voluntad del electorado en las democracias modernas, pese a todas las críticas y visibles fracasos. Partidos y organizaciones políticas son un imperativo para las democracias. Las democracias necesitan de partidos políticos fuertes, sólidos y programáticos; a partidos fuertes democracias fuertes, a partidos débiles democracias débiles, por lo que no es de extrañarnos la baja calidad de nuestra democracia. Y si, a esta debilidad de los partidos le sumamos la precariedad institucional, la atomización del movimiento sindical, la casi desaparición de los diferentes gremios, y la no aparición de movimientos sociales fuertes, podríamos afirmar que nuestra democracia está en estado crítico, y con muy pocas posibilidades de recuperación, en un corto plazo.
Los
partidos deben cumplir el rol de intermediarios entre la sociedad civil y el
Estado, deben estar arraigados en la sociedad, representando los intereses más
variados y complejos de sus respectivas sociedades. Procesos y movimientos
políticos alternativos a los partidos pueden ser necesarios en ciertos momentos
históricos pero, a largo plazo, debilitan los elementos constitutivos de
funcionamiento de las democracias modernas. Hemos sido testigos de cómo en
Venezuela se ha tratado, por más de veinte años, de sustituir a los partidos
políticos por organizaciones que han pretendido suplantar su rol, logrando con
ello debilitarlos aún más, lo que ha sido contraproducente al esfuerzo de
algunos partidos en superar sus debilidades y falencias.
Un
análisis descarnado sobre el actual estado de los partidos políticos plantea
complejos interrogantes: ¿qué clase de partidos u organizaciones políticas se
necesitan?, ¿cómo establecer niveles de democracia interna y externa desde
donde se puedan evaluar a estos referentes políticos?, ¿cómo son vistas estas
organizaciones políticas por la sociedad del siglo XXI?, ¿cómo se renuevan los
cuadros políticos y las ofertas programáticas que vayan más allá de los hechos
de la coyuntura política y electoral?
En
Venezuela, al igual que en otros países de América Latina, los
partidos políticos casi han desaparecido. En ciertos países, se encuentran en
un letargo permanente, o se debaten en un mar de corrupción, lo que he dado por
llamar la indigencia político-partidista, con una dirigencia política que no ha
logrado superar la dependencia del Estado, lo que los ha llevado a ser
suplantados por liderazgos personalistas fuertes o caudillismos mesiánicos, lo
que para los venezolanos ha sido un continuo en la política, siempre en la
búsqueda de un mesías que nos libere de todos nuestros males.
Daniel
Santolo
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