FÉLIX PALAZZI* sábado 13 de
julio de 2013
Doctor en Teología Dogmática
Sin
la verdad perdemos de vista todo el horizonte que posibilita nuestra referencia
e identidad
Estamos acostumbrados a escuchar
discursos que llaman a la tolerancia, no obstante, en muchas de estas arengas
se esconde una arraigada actitud de intolerancia en la que no existe realmente
espacio para el diálogo. Ese tipo de tolerancia, a la larga, tiende a
confundirse con la complicidad o la omisión, porque el verdadero diálogo nace
sólo desde el interés o la pasión por la verdad.
La tolerancia, en su sentido positivo, tiene como objetivo la búsqueda de la verdad. La misma se nos transforma en una tarea impostergable, porque cuando no hay verdad lo que está en riesgo es nuestra propia noción de ser humano. Sin la verdad perdemos de vista todo el horizonte que posibilita nuestra referencia e identidad. La desvalorización de la verdad conduce a la degradación de la vida humana. Cuando la verdad deja de ser una exigencia y un valor en nuestra vida, entonces todo se relativiza, pues cualquier criterio es considerado igualmente válido. Vivimos tiempos difíciles, pero sin la pasión por la verdad y sin la creación de espacios y actitudes amplias y plurales, será imposible reconstruir nuestra realidad e identidad.
Pero, ¿qué es la verdad? Esta pregunta ha inquietado el interés humano a lo largo de la historia. Más allá de toda consideración referida al orden del conocimiento, la verdad se presenta como lo dado, nunca es una realidad puramente subjetiva o personal. Es decir, la verdad siempre nos es donada, entregada, confiada, correspondida. A la verdad se le puede acoger o rechazar, buscar o ignorar, pero nunca dependerá, única y exclusivamente, de nuestros propios criterios o experiencias: siempre será una verdad compartida o correlativa a la realidad.
La verdad es siempre plural en una unidad de sentido y significado. No se trata de una pluralidad en la que todos tienen razón porque una tal razón de esas no logra dar sentido a nada. A esta visión de la realidad Benedicto XVI la ha denominado el "imperio del relativismo". La podemos explicar con una experiencia común, sencilla y fácil de exponer: cuando nos referimos a Dios y creemos que en esa palabra cabe todo y todo es igualmente válido, terminamos privando a Dios de su contenido y dejándolo referido a un ser absolutamente neutral que no tiene ningún significado en la existencia más allá de una energía extrasensorial superior a todo bien o mal en el mundo. Por eso decíamos que la pasión por la verdad genera la tolerancia, en el sentido de que permite el establecimiento de un diálogo que consiente en percibir la unidad y el significado de las diversas afirmaciones o posturas. Y este ejemplo es aplicable a todos los ámbitos, desde el político hasta el personal. Cuando la pasión por la verdad se extingue y sólo asentimos ante nuestra verdad, sin dar lugar a una verdad mayor, entonces somos incapaces de percibir, significar, transformar la realidad y vivir en ella.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/130713/la-tolerancia-y-la-pasion-por-la-verdad
La tolerancia, en su sentido positivo, tiene como objetivo la búsqueda de la verdad. La misma se nos transforma en una tarea impostergable, porque cuando no hay verdad lo que está en riesgo es nuestra propia noción de ser humano. Sin la verdad perdemos de vista todo el horizonte que posibilita nuestra referencia e identidad. La desvalorización de la verdad conduce a la degradación de la vida humana. Cuando la verdad deja de ser una exigencia y un valor en nuestra vida, entonces todo se relativiza, pues cualquier criterio es considerado igualmente válido. Vivimos tiempos difíciles, pero sin la pasión por la verdad y sin la creación de espacios y actitudes amplias y plurales, será imposible reconstruir nuestra realidad e identidad.
Pero, ¿qué es la verdad? Esta pregunta ha inquietado el interés humano a lo largo de la historia. Más allá de toda consideración referida al orden del conocimiento, la verdad se presenta como lo dado, nunca es una realidad puramente subjetiva o personal. Es decir, la verdad siempre nos es donada, entregada, confiada, correspondida. A la verdad se le puede acoger o rechazar, buscar o ignorar, pero nunca dependerá, única y exclusivamente, de nuestros propios criterios o experiencias: siempre será una verdad compartida o correlativa a la realidad.
La verdad es siempre plural en una unidad de sentido y significado. No se trata de una pluralidad en la que todos tienen razón porque una tal razón de esas no logra dar sentido a nada. A esta visión de la realidad Benedicto XVI la ha denominado el "imperio del relativismo". La podemos explicar con una experiencia común, sencilla y fácil de exponer: cuando nos referimos a Dios y creemos que en esa palabra cabe todo y todo es igualmente válido, terminamos privando a Dios de su contenido y dejándolo referido a un ser absolutamente neutral que no tiene ningún significado en la existencia más allá de una energía extrasensorial superior a todo bien o mal en el mundo. Por eso decíamos que la pasión por la verdad genera la tolerancia, en el sentido de que permite el establecimiento de un diálogo que consiente en percibir la unidad y el significado de las diversas afirmaciones o posturas. Y este ejemplo es aplicable a todos los ámbitos, desde el político hasta el personal. Cuando la pasión por la verdad se extingue y sólo asentimos ante nuestra verdad, sin dar lugar a una verdad mayor, entonces somos incapaces de percibir, significar, transformar la realidad y vivir en ella.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/130713/la-tolerancia-y-la-pasion-por-la-verdad
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico