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viernes, 5 de julio de 2013

Lo que va de El Cairo a Caracas

Por Catalina Lobo-Guerrero 04 julio 2013

La política de Egipto y Venezuela es muy distinta, pero el golpe militar contra Mohamed Morsi puede servirle de espejo a Nicolás Maduro.

La política en Egipto y Venezuela es bien distinta por un sin número de razones, empezando por la ubicación geográfica de ambos países, las variables religiosas, el papel que juegan los partidos y los líderes políticos en ambas sociedades. No obstante, en Caracas, Venezuela la noticia del golpe militar a Morsi motivó una serie de comentarios en las redes sociales, sobre todo entre venezolanos de tendencia opositora, que opinaron que la lucha y resistencia de los egipcios era un ejemplo a seguir en el país. 

Aunque es poco probable que la solidaridad y admiración hacia el pueblo egipcio motive concentraciones al estilo Tahrir en los próximos días en Caracas, hay una serie de coincidencias en la situación política de ambos países que vale la pena analizar. A largo plazo, lo que sucedió en Egipto puede ser un campanazo de alerta para el gobierno venezolano.

Chávez y Mubarak

Los expresidentes Hugo Chávez y Hosni Mubarak tenían varias cosas en común. Ambos eran militares, fueron reelegidos de manera consecutiva por medio del voto popular en más de tres períodos, y ampliaron el acceso a educación, tratamiento médico y mejoría de las condiciones de vida de los más pobres de sus respectivos países.

Tanto Chávez como Mubarak reforzaron la seguridad del Estado e invirtieron considerables recursos en armas. Valga recordar que ambos sufrieron intentos de derrocamiento o asesinato. Chávez lo hizo desmarcándose de Estados Unidos y todo lo que olía a “imperialismo” a quien siempre culpó de estar tras de su cabeza. Mubarak, por el contrario, lo hizo de la mano de los norteamericanos, que por años lo trataron como el amigo en la región, a tal punto que Egipto ha sido el segundo receptor de ayuda militar estadounidense desde 1979 después de Israel, (Colombia ocupa el tercer lugar) y la cifra que invierten en Egipto es de alrededor de dos billones de dólares anuales, según un informe del propio Congreso de los EE.UU.

Durante las últimas elecciones en las que los dos participaron (Chávez 2012 y Mubarak 2005) hubo sendas denuncias de ventajismo electoral y derroche de recursos estatales para favorecer sus candidaturas, que incluyó la movilización obligatoria de los empleados públicos, cuyo número se amplió considerablemente el tiempo que ambos duraron en el poder.

Las denuncias de corrupción en ambos gobiernos son palpantes hoy a pesar de que ya ninguno de los dos gobierna. En 2010, último año de mandato de Mubarak, Venezuela y Egipto marcaban algunos de los puntajes más bajos, 2 y 3,1 respectivamente (el más corrupto es 0) en el Índice Mundial de Percepciones de Corrupción que publica anualmente la organización Transparencia Internacional.

La corrupción y atropellos de Mubarak por 30 años finalmente le pasaron la cuenta de cobro, y en febrero del 2011, las imágenes de los manifestantes egipcios protestando para sacarlo del poder le dieron la vuelta al mundo. Las protestas que se dieron en ese entonces, y que hoy se conocen con el rótulo de la Primavera Árabe, parecían propagarse como virus entre varios países del Medio Oriente y el norte de África, donde los ciudadanos exigían gobiernos más democráticos, libres y transparentes y dónde el uso de redes sociales, si bien no fue la chispa de la revolución, ayudaron a mantener la mecha encendida.

Queda la duda si la renuncia de Mubarak en ese momento fue tan libre o si realmente los militares egipcios también jugaron un papel de presión importante, similar a lo que ocurrió durante el golpe militar a Chávez en abril del 2002, en el cual supuestamente una facción militar lo obligó a firmar también una carta de renuncia a la presidencia. En ambos episodios aún queda mucho por explicar.

En el caso de Chávez, será más difícil porque se ha llevado parte de esa historia a la tumba, luego de morir de cáncer el pasado 5 de marzo. Mubarak, mientras tanto, está siendo juzgado por acusaciones de corrupción y por el asesinato de varios manifestantes. Sus procesos penales se han dificultado, sin embargo, porque al igual que Chávez, Mubarak ha tenido que batallar contra un agresivo cáncer.

Morsi y Maduro

Aparentemente, Mohamed Morsi y Nicolás Maduro no tienen mucho en común. Morsi tiene un doctorado de una universidad en los Estados Unidos, Maduro no tiene educación formal. El presidente de Venezuela es la continuidad de la política chavista, Morsi en cambio, era el candidato que acababa con el legado de Mubarak. Maduro no ha sido reconocido como presidente electo por los Estados Unidos, tras las elecciones del 14 de abril, mientras que Morsi era reconocido como legítimo presidente por los norteamericanos a pesar de algunos comentarios controversiales para los gringos por su tendencia islamista.

De hecho, algo en lo que sí se parecen tanto Maduro como Morsi es que ambos sostienen una relación con los Estados Unidos por debajo de cuerda, que se traduce en acuerdos comerciales, entre otros, mientras que por los micrófonos acusan a los gringos de estar financiando ongs desestabilizadoras que atentan contra su proyecto político.

Culpar a un factor externo es la estrategia clásica de quienes afrontan una situación interna difícil. Y es que ninguno de los dos la he tenido muy fácil desde que llegó al poder. Llevar a cabo reformas políticas, tanto para modificarlas radicalmente o para profundizarlas aún más después de tantos años de sus antecesores en el poder, ha resultado complejo para ambos. La incapacidad para gobernar y hacer una gestión eficaz genera descontento popular.

Adicionalmente, tanto Maduro como Morsi, han enfrentado pujas internas de poder desde que asumieron. Morsi intentó hacer una purga con algunos de los militares. Sin embargo, hoy está siendo derrocado por hombres de uniforme que alguna vez consideró que podría controlar. En el caso de Maduro, está por verse qué tanto control tiene él sobre Diosdado Cabello y otras facciones que están disputándose el poder, como se hizo evidente al revelarse las conversaciones entre el comentarista de televisión chavista, Mario Silva, y un agente cubano hace un mes.

La puja interna de poder con los militares y los poderes religiosos, más el creciente descontento de los ciudadanos egipcios que empezaron a ver como su nuevo presidente se tornaba cada vez más autoritario, islamista, radical y anti sionista, fueron la mezcla perfecta para sacar a Morsi del poder. La indignación ciudadana quizás no habría sido suficiente presión para obligarlo a deponer, y un golpe militar, sin contar con un descontento popular masivo, quizás no habría sido aceptado por el pueblo egipcio que hoy celebra como si fuera año nuevo en el Cairo.

El derrocamiento de Morsi puede servirle de espejo a Maduro. Si bien el presidente venezolano no ha enfrentado protestas masivas de descontento con su gestión como las de Tahrir en los últimos días, de no lograr solucionar varios de los apremiantes problemas que enfrenta Venezuela y de no adoptar una actitud más conciliadora que radical, podría toparse con un descontento social que ponga a tambalear su gobierno. Es poco probable que las protestas de opositores y chavistas desencantados lo obliguen a renunciar, pero la presión ciudadana sería la excusa perfecta para que sus enemigos lo saquen por la fuerza, así la movida tenga plena acogida popular y un manto de legitimidad, como los militares egipcios han querido presentar su maniobra contra Morsi ante el mundo.


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