Miguel Méndez Rodulfo Caracas 27 de septiembre de 2013
Al finalizar la segunda guerra mundial
Alemania, derrotada militarmente y sometida políticamente, decidió afrontar con
imaginación, audacia y pulso firme su reconstrucción. No solamente era el costo
de la ruina dejada por la reciente conflagración, sino que las compensaciones
impuestas por el Tratado de Versalles de 1919 aún pesaban sobre la posibilidad
de la recuperación económica, y se añadían a los préstamos obtenidos para
reconstruir el país tras la devastación de la guerra que recién concluía.
Para 1946 la situación en Alemania era
catastrófica: la inmensa mayoría de la población carecía de alimentos, agua,
electricidad, techo y trabajo; millones de refugiados huían de la ocupación
soviética. Un gobierno débil e ineficaz, además de errático en lo económico
alentaba la inflación y propiciaba la pérdida de confianza en la moneda El
acaparamiento de los productos más fundamentales, el mercado negro, la
especulación y la corrupción estaban a la orden del día y eran una rémora al
desarrollo. La infraestructura estaba en piso: el sistema vial, los puentes,
los puertos y aeropuertos, los edificios públicos y las viviendas; el sistema
eléctrico en lo que se refiere a plantas de generación, tendidos y sistemas de
distribución; el sistema de agua potable y saneamiento; el sistema energético en
cuanto a refinación y suministro de combustibles, tanto para calefacción y
vehículos como para la industria. La agricultura producía muy poco, el mercado
era inestable, la amenaza de inflación era cierta y el hambre campeaba.
Millones de refugiados subsistían en ciudades fantasmas y el país estaba
repartido entre las dos superpotencias victoriosas.
Para 1919 el panorama era semejante,
pero Alemania debía abonar las indemnizaciones por la guerra: 1.000 millones de
marcos por año a Francia. Durante la gran crisis de 1929, la suma fue reducida
a 3.000 millones; aunque Alemania finalmente no pagó esta deuda, eran las
compensaciones que imponía Versalles. Como sabemos los costos de la
reconstrucción y el peso de la deuda, hicieron del país germano una nación endémicamente
inflacionaria y al amparo de este caos económico y la desesperanza de la gente,
se sembró la semilla del nazismo.
En el intento por recuperarse de la
devastación que comenzó una vez liquidado el oprobioso régimen nazista,
Alemania tropezó con el inconveniente que no tenía capacidad exportadora, por
lo que carecía de capitales para invertir en su desarrollo económico. Debido a
esto, era considerada una nación no solvente, de manera que el gobierno carecía
de la capacidad emitir bonos en los sistemas financieros internacionales, para
obtener liquidez. El remedio a esta situación vino de la ayuda norteamericana,
a través del Plan Marshall. Esta modalidad de financiamiento clave para la
recuperación, junto con el cuidado que tuvieron los aliados para no asfixiar
económicamente al país derrotado y las políticas económicas del nunca bien
ponderado ministro alemán de economía Ludwig Erhard, hicieron posible el
llamado Milagro Económico Alemán.
En este escenario lucía casi imposible
una recuperación económica, social y política, mucho menos en un plazo
relativamente corto, sobre todo si se piensa que la actual recuperación de
Grecia, está prevista en el término de una década, cuando ya los helenos tienen
5 años en una aguda recesión; no obstante, para finales de 1950, Alemania se
había convertido en una de las principales potencias económicas de Europa.
¿Cómo lo logró? ¿Qué hizo? ¿Qué medidas tomó para pasar de la ruina total a la
prosperidad absoluta en menos de 15 años? Este tema tan importante para los venezolanos,
que esperamos recuperar un país en ruinas luego de tres lustros de un infame
gobierno, es de sumo interés comprenderlo.
Caracas 27 de septiembre de 2013
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