LUIS UGALDE 19 DE SEPTIEMBRE 2013
¿Adónde vas Francisco y a qué? El Papa
camina dando señales elocuentes. Va a Roma para hacer que Jesús sea más visible
en el gobierno de la Iglesia católica, en sus signos y en su modo de actuar. La
aspiración es muy elevada: que el Vaticano sea signo trascendente de Jesús,
encarnación del amor gratuito de Dios; del Jesús que no vino a condenar sino a
sanar, que entró en la casa del ladrón Zaqueo sin reproche, llevando el perdón,
la conversión y la vida nueva; que rechazó el apedreamiento hipócrita de la
adúltera y le dio la mano para que se levantara; que pidió agua a la
samaritana, que no era creyente judía, ni de vida correcta; que tocó a leprosos
y enfermos y los curó incluso en sábado.
La Iglesia es de carne y hueso y de
condición frágil y pecadora; sin caer en angelismos necesita estructuras para
gobernar una muchedumbre humana de 1.300.000.000 católicos de todas las razas,
pueblos y culturas y lograr su unidad de espíritu en la pluralidad. Lo inaceptable
es que el rostro más llamativo del Vaticano sean las túnicas y símbolos del
pagano Imperio romano, el poder impositivo de la cristiandad carolingia o las
intrigas y corruptelas palaciegas de una corte renacentista. El Papa insiste en
que no quiere “príncipes” de fachada, sino el pueblo de Dios, hombres y mujeres
tocados del amor de un Dios que se hace visible en los múltiples rostros que
viven con alegría y esperanza, que consuelan, que acompañan, curan y ayudan a
levantarse. Hoy una de las grandes, complejas y esperadas reformas es hacer
visible que la Iglesia no son los clérigos, sino el pueblo de Dios con el
obispo de Roma, que no es una monarquía vaticana sino un primado colegiado con
las conferencias episcopales del mundo en toda su variedad y pluriculturalidad
expresada en sínodos y otras formas de gobierno universal. Un gobierno de Roma
con menos cardenales y más laicos, hombres y mujeres creyentes y competentes
servidores.
Benedicto XVI con su renuncia por
inspiración interior hizo un extraordinario servicio al dar paso a otros que lo
pudieran hacer mejor. Hay mucha santidad en la Curia romana, pero necesitamos
que sean más visibles los signos trascendentes que hizo Jesús. No ayudan los
que sólo aspiran a ascender y perpetuarse en los cargos. Necesitamos muchos
que, tras ocupar altos cargos ayer, estén hoy en las comunidades al servicio
humilde de los pobres, enfermos, presos y desorientados.
La Iglesia necesita inspiración,
doctrina y disciplina, pero corre el peligro de sacralizar los medios
históricamente cambiables y hacer inamovibles personas, gestos, ritos,
doctrinas y disciplinas, con peligro de que la letra ahogue el espíritu. Nada
vale todo eso, si no, no hay inspiración que lleve al mundo los signos y vida
de Jesús. La Iglesia no puede renunciar a la doctrina, disciplina y
organización, pero reconoce con alegría que el Espíritu actúa más allá de esas
fronteras y que la conciencia de las personas es más que la disciplina. La
pregunta evangélica del papa Francisco: “Quién soy yo para juzgar a un gay si
él busca al Señor y tiene buena voluntad”, vale también para el divorciado,
agnóstico, budista, preso y para la conciencia de todos, que nos lleva a
aquella milenaria frase feliz: “De internis neque Ecclesia iudicat”, de lo
íntimo de la conciencia ni la Iglesia juzga. Doctrina y normas disciplinares
sí, pero por encima de todo el diálogo de la conciencia personal con Dios. No
estamos para condenar sino para acompañar, dar la mano, llevar el agua del amor
de Dios y la esperanza. Es lo que más necesitamos en este mundo, y sin ello la
disciplina eclesiástica es vacía y los templos se convierten en museos.
Uno de los signos más alentadores de
la renovación es el reciente nombramiento del nuncio en Venezuela Pietro
Parolin como secretario de Estado. Lo conocemos y apreciamos como hombre
humilde, inteligente y servicial con espíritu evangélico y visión universal. La
torpeza ideologizada de nuestro Gobierno lo ignoró durante tres años, lo que
aprovechó él para acercarse, escuchar y compartir con las comunidades
cristianas más sencillas y hacer de enlace entre la Iglesia venezolana y el
obispo de Roma. Necesitamos que los nuncios sean a futuro menos representantes
de un Estado ante otro y más signo de fraternidad cristiana y comunión
universal. Este nombramiento es una gran noticia para toda la Iglesia y
especialmente para los venezolanos, pues nos conoce, aprecia y sabe bien lo que
en Venezuela estamos viviendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico