Miguel Méndez Rodulfo Caracas,
14 de septiembre de 2013
Tres cosas ha generado este gobierno
en los pocos meses que lleva de gestión: inflación, desabastecimiento y
descontento. El desgaste lento pero sostenido, se produce de una manera
implacable a pesar de los esfuerzos desesperados del régimen. No bastan las
alusiones al difunto, ni la iconografía apabullante con que pretenden perpetuar
su imagen. Nada detiene el deslizar pausado del convoy gobiernero hacia el
despeñadero. El punto de inflexión lo marca el quiebre de las finanzas
públicas, por efecto de la estabilización del mercado petrolero y por causa de
haber dilapidado inmensas sumas de dinero en la campaña presidencial de 2012.
Las penurias que hoy padecemos se originaron en la decisión insensata de un
gobierno inescrupuloso que, por mantener el poder a toda costa, decidió el año
pasado gastar a mansalva los dineros públicos de por lo menos dos de los
ejercicios fiscales siguientes.
Del crecimiento escandaloso y
sostenido de la inflación, dan prueba las estadísticas oficiales que colocan la
elevación de los precios de los alimentos en 60 %, calculados anualmente. El
desabastecimiento, el fantasma más temido por el régimen, se ha hecho cotidiano
y sobre todo en el interior del país los ciudadanos para poder adquirir un
artículo de primera necesidad como la leche, el aceite o la harina pan, deben
hacer colas desde las 3 de la madrugada, sólo para ver si esos productos se
encuentran en la despensa del supermercado o abasto en que se pernoctó, aunque
el riesgo de no conseguir el aprovisionamiento deseado es muy alto y la
frustración muy brava. En Caracas, y gracias a las redes sociales, cuando en un
local en forma repentina llegan simultáneamente papel higiénico, pollo, carne y
leche, a los pocos minutos se produce un tumulto en que la gente se pelea por
no quedar fuera de la “oferta” momentánea. Por supuesto estos productos se
agotan muy rápido y quién esté trabajando y no pueda pedir permiso, al igual
que la ama de casa que esté haciendo diligencias, no puede surtirse; entonces
la preocupación se apodera de la gente, creando una tensa calma. Lo cierto es que
ha aparecido un mercado negro en el que los buhoneros ofrecen toda la variedad
de productos escasos, pero a cuatro veces su valor, lo cual indigna al
ciudadano.
Los adjudicatarios de las viviendas
construidas por el gobierno, así como los refugiados que aún permanecen en esos
recintos inhumanos, ambos grupos con una frecuencia cada vez mayor, toman las
calles de Caracas y de muchas capitales de estado y también de poblaciones
importantes, para expresar su frustración. Los beneficiarios de la misión
vivienda protestan por el engaño de que han sido objeto. Basta ver el destino
incierto que sufren los residentes del urbanismo El Morro en Petare, que
literalmente se está cayendo, o la constatación que hacen los residentes de
otros desarrollos, de que en la mayoría de esos urbanismos regalados las
paredes son de dry wall, las tuberías generan goteras por todas partes, los
ascensores no funcionan, etc., para caer en cuenta que el gobierno apostó por
la salida fácil de construir donde fuera, sólo porque el interés era meramente
electoral. Lo importante fue crear una percepción en la gente de que el
gobierno solucionaba el problema de vivienda, cuando la verdad era que la
misión vivienda fue un gran fraude político.
Los damnificados, que en su gran mayoría
permanecen en esos lúgubres recintos, cuyo infortunio no les permitió ser
beneficiaros de una vivienda, esperan con cada vez más impaciencia la solución
de su problema habitacional. En tanto que el país se enciende con las protestas
populares, los engañados del hábitat venezolano pronto se pondrán a la
vanguardia del descontento.
Caracas, 14 de septiembre de 2013
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