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domingo, 29 de septiembre de 2013

El espejismo de la clase media latinoamericana


Por Eduardo Levi Yeyati, 28/09/2013

BUENOS AIRES – El aumento del ingreso en los países en desarrollo llevará a que para 2020 se sumen 400 millones de personas más a los 1,8 mil millones que actualmente constituyen la clase media mundial. Su creciente poder de compra, especialmente de bienes y servicios de consumo no esenciales, es saludado como la gran esperanza de la economía mundial. Pero un examen más profundo de sus circunstancias económicas sugiere que estos nuevos consumidores no son ni tan ricos ni tan sólidos como parece.

La inmensa mayoría de quienes se incorporan a la clase media viene de los países emergentes de Asia. Pero un cambio socioeconómico similar en América Latina ofrece importantes lecciones para el resto del mundo en rápido crecimiento. La clase media latinoamericana se elevó en aproximadamente el 50 % entre 2003 y 2009, y llegó a los 152 millones de personas, cerca del 30 % de la población del continente, una proporción que indudablemente ha continuado en alza.

Esta notable transformación económica ha sido presentada como prueba del éxito de las políticas de crecimiento redistributivo implementadas en décadas anteriores. Tanto el aumento del empleo y de los salarios como las transferencias de dinero a los pobres y el sistema público de pensiones explican estos avances. Pero, si las políticas que redujeron la enorme pobreza y desigualdad de ingresos de los 90 seguramente deben ser aplaudidas, las mejoras en el bienestar asociadas con este desempeño pueden resultar menores de lo esperado.

Un problema obvio reside en que medimos el tamaño de la clase media según los datos de ingreso de los hogares, pero sabemos poco sobre sus patrones de ahorro. Si los elevados ingresos actuales se consumen y los ingresos futuros caen (algo probable si la economía se desacelera), los hogares de clase media sin ahorros para amortiguar esa merma fácilmente podrían recaer en la pobreza.



Y, como indicamos en un reciente informe del Banco Mundial (preparado con Augusto de la Torre), si bien los datos de riqueza, las encuestas sugieren que las familias de ingresos bajos y medios, especialmente en Brasil y Argentina, tienden a comprar activos de consumo durable como automóviles y televisores, que se deprecian con el tiempo, antes que activos de inversión como la vivienda. Esas familias son especialmente vulnerables si consumen a crédito: si sus gastos aumentan más rápidamente que sus ingresos (y la diferencia es financiado con deuda), podrían acabar en una situación peor que al comienzo –una ironía que a menudo es pasada por alto por quienes promueven un mayor acceso a los servicios bancarios.

Tampoco las transferencias y las pensiones proporcionan una base demasiado sostenible para el gasto. Casi todos los sistemas de seguridad social de la región arrojan pérdidas. Las contribuciones de los trabajadores cubren una proporción cada vez menor de las prestaciones y son pocos los países que ahorran lo suficiente como para solventar los déficits. Eventualmente habrá que hacer cuadrar las cuentas y probablemente esto se haga a expensas de los gastos sociales futuros.

Otro motivo –tal vez el más importante– que hace aguar la fiesta es que los mayores ingresos no necesariamente se traducen en una mejor calidad de vida. La canasta de consumo está compuesta en gran parte por bienes y servicios provistos por el sector público. El nuevo trabajador de clase media que disfruta hoy de un ingreso real mayor es el mismo que sufre diariamente un viaje de dos horas en trenes o autobuses abarrotados y peligrosos, o que paga un seguro privado de salud para evitar las largas filas en hospitales colapsados o una educación privada para que sus hijos eludan los paros o el deterioro edilicio de la educación pública.

En alguna medida, los deficientes servicios públicos pueden verse como la contracara del boom de consumo de la clase media en economías emergentes. Los subsidios y transferencias estatales han impulsado el ingreso privado, pero a menudo lo han hecho a expensas de la inversión pública en servicios.

En este punto, la diferencia entre ingreso y bienestar se vuelve fundamental: hay una distancia entre una sociedad con una clase media creciente y una “sociedad de clase media” donde el estándar de vida es elevado (e igualado) por la calidad de los bienes públicos que proporcionan.

A primera vista, esto puede parecer un desequilibrio obvio y de fácil solución. Pero hay motivos políticos que se interponen. Los votantes tienden a dar crédito por los salarios mínimos, las pensiones y las transferencias sociales al gobierno que los proporciona. Por el contrario, los beneficios de la inversión pública se perciben más lentamente y sus responsables son más difusos. No sorprende entonces que, a la hora de asignar el gasto, los políticos que operan en ciclos electorales cortos prefieran las transferencias a las inversiones.

Pero, a medida que las sociedades se enriquecen y resuelven sus problemas más urgentes, las demandas del electorado se vuelven más sofisticadas. Cuando los votantes de clase media desencantados salgan a las calles, los líderes latinoamericanos tendrán que explicarles que para tener mejores escuelas, hospitales y trenes mañana es preciso ahorrar más hoy.

http://prodavinci.com/2013/09/28/actualidad/el-espejismo-de-la-clase-media-latinoamericana-por-eduardo-levi-yeyati/

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