Por Luis Carlos Díaz, 13/09/2013
Estas elecciones municipales serán una nueva oportunidad oportunidad para probar herramientas y campañas desde plataformas Web 2.0 asociadas a realidades locales. A pesar de la polarización y los portaaviones que intentarán armarse en torno a los ojitos de Chávez y la gorra de Capriles, hay una realidad micro, cotidiana, que los candidatos a alcalde pueden poner a prueba si desean mirar al siglo XXI con su propia lógica de sociedades-red y organizaciones digitales.
Un primer paso a resolver es la brecha tecnológica que los mismos políticos parecen traer en su estructura genética. No se trata de edades sino de actitudes ante el ejercicio de la política y el poder. Mientras las prácticas tradicionales parecen apoyarse en el caudillismo, la verticalidad y la imposición de criterios, las nuevas audiencias digitales, que en Venezuela ya superan el 40% de la población, reconocen otras formas de relación más deliberativa, conversacional, participativa y abierta.
Para abrir la puerta a esas estructuras de relacionamiento, es necesario no sólo una nueva actitud de poder como servicio, sino además un manejo honesto de las comunicaciones a la hora de generar interacciones con el público de medios digitales.
Algo inédito en estas elecciones de diciembre es que el electorado opositor, por ejemplo, carece de una señal televisiva que lo aglutine y le permita mantener rituales de consumo informativo fiable, que lo ponga en contacto con sus líderes y le permita saberse parte de un colectivo. Esa fue la gran tarea avanzada desde la hegemonía gobernante cuando apostó por el silenciamiento y la domesticación de medios audiovisuales. Con la prensa, a pesar de las peleas cazadas y la ineficacia para mantener el suministro de papel, aún el PSUV se resguarda y confía en su limitado campo de acción, casi restringido a las capas más formadas de la población.
Sustitución de canales
En ese casi vacío de plataformas aglutinantes es donde toca sembrar y cosechar en tiempo récord la mayor cantidad posible de relaciones entre ciudadanos electores y las estructuras del partido que van desde el líder de la oposición hasta el candidato de cada localidad, pasando por los equipos movilizadores y las maquinarias partidistas.
La insistencia de Capriles Radonski, por ejemplo, de utilizar el teléfono e Internet para estar comunicados estos meses, exige una tarea extra de la ciudadanía: ayudar en su curva de aprendizaje a mucha gente que usa los aparatos tecnológicos a su mano para lo más básico. Esa tarea de incorporación a la sociedad de la información y del conocimiento es algo que ni siquiera han logrado de forma masiva los Infocentros gubernamentales. Desde que Chávez desintegrara su sentido social para convertirlos en trincheras y bayonetas de su batalla política, como los bautizó en una de sus alocuciones, los Infocentros perdieron su oportunidad.
Cuando se habla de incorporar a la ciudadanía al uso de herramientas digitales, en realidad se habla de transferencia y reparto del poder, además de un estímulo masivo hacia la autonomía de los individuos y las organizaciones civiles. Pensar en zombies digitales que repitan frases, #etiquetas y obediencia es mantener el viejo paradigma de los autómatas. En este caso no se trata de buscar solamente los votos por una coyuntura, sino más bien de encontrar a más gente ganada a la idea de vivir una ciudadanía digna y corresponsable del acontecer político, no como beneficiarios de favores, sino como sujetos constructores de convivencia y acuerdos de progreso.
Por eso las redes plantean campañas que pueden motorizar la afectividad y la emoción que nos despierta cada justa electoral, además de nutrirse de datos, experiencias compartidas, producción colectiva y relaciones que generan confianza.
Tareas digitales
Hay al menos dos acciones concretas que pueden conectar estos conceptos con una campaña basada en Web 2.0, que, ya sabemos, en este punto de la historia digital va más allá del combo básico de tener un perfil en Facebook, una cuenta Twitter y un canal en YouTube.
La primera misión de una campaña local es conectar una agenda de compromisos de gestión con las necesidades planteadas por los electores. En la política tradicional se resume a visitas casa a casa (que aumentan la exposición) y promesas al aire. En una lógica digital, implica abrir el radar para la escucha activa de las audiencias en sus entornos, saber de qué hablan, participar con ellos y enriquecer los diagnósticos. Luego construir discursos coherentes y satisfactorios sobre su atención, y después, hacer seguimiento a los compromisos.
Así, es necesaria una campaña sincera en sus alcances y despliegue, con muchos canales de comunicación que mantengan informados a los electores según sus intereses. Eso es posible lograrlo con bases de datos que sirvan para envío de correos electrónicos y SMS masivos pero diferenciados. No vale la pena hacer el desperdicio de comunicación del INEA cuando recomienda usar el chaleco salvavidas a gente que vacaciona en los Médanos de Coro o que no sale de su ciudad.
Un candidato juega en el terreno de las percepciones, y en estas elecciones el mandado no está hecho por los resultados de las pasadas presidenciales, ni siquiera en los corredores electorales urbanos.
La segunda gran tarea de un candidato en la era 2.0 es la producción de contenidos. Allí es donde muchos fallan o no saben delegar funciones. Es necesario un relato de campaña transparente, que le permita a los electores saber qué se está haciendo, cómo se puede incorporar, dónde están los espacio para sus propias iniciativas, sin dejar de construir un auditorio a tono con quien desee liderar el proceso.
Las campañas más novedosas se han apoyado en bitácoras colaborativas donde el candidato, su equipo y sus seguidores construyen el registro de los días: por eso se invita a etiquetar fotos colectivamente, se juega con el geoposicionamiento, se crea contenido referido a las localidades visitadas, se hace protagonista a la gente e incluso se publican los financiamientos de la campaña. Si algo tomó importancia en las campañas de Obama de 2008 y 2012 fue el seguimiento que se le podía hacer a los microfinanciamientos. Eso en el contexto venezolano sería realmente revolucionario, sobre todo cuando la corrupción fue un tema forzado en la agenda pública en el que ahora los políticos desean tener una buena foto. A mayor transparencia en el juego, más fuerte puede ser el vínculo con los electores.
Por eso hablar de Política 2.0 no es restringirse a nuevas plataformas y perolitos fascinantes (dejemos eso para los cursos), sino más bien entender las actitudes y nuevas destrezas necesarias para enfrentar a los usuarios-electores que se desea seducir con una propuesta política. Ese incentivo es más poderoso que esperar su movilización desde el hastío y el voto castigo.
http://prodavinci.com/blogs/politica-2-0-una-apuesta-local/
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