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domingo, 29 de septiembre de 2013

La barbarie que nos ha alcanzado


Por Olga Ramos, 28/09/2013

Ayer, Caracas amaneció trancada, para variar.
Esta vez, la causa era una gandola que, ignorando o desconociendo, la regulación de altura del puente de Los Ruices, se empotró y quedó atascada. Esa fue la versión inicial de una de las más terribles noticias que hemos presenciado en nuestra historia contemporánea. 
Un poco más tarde, supimos que las autoridades se estaban haciendo cargo de la congestión y estaban organizando la extracción del vehículo atascado. Poco después nos enteramos de que, antes de llegar las autoridades, un grupo de “necesitados” se habían dado a la tarea de “saquear” la carga del camión, mientras un grupo de malandros, se ocupaba de atracar a los carros que quedaron atrapados en la tranca.

Hasta ahí, la noticia era realmente inaceptable e indignante para cualquier persona con un mínimo de espíritu cívico o que se precie de llamarse ciudadano. Pero ahí no quedó la noticia. Posteriormente, nos enteramos que, mientras ocurría el saqueo, el conductor estaba muerto, o aún muriendo, en la cabina.

En esta foto publicada en su cuenta por @dnnymdn podemos ver como los saqueadores tenían que subirse a la cabina para poder robarse la mercancía. Literalmente, tenían que montarse en los hombros del conductor y pisarlo, contribuyendo con la presión de la carga que le ocasionó la muerte.

¿Qué le pasó a esa gente que no fue capaz de conmoverse y tratar de sacar al conductor antes de iniciar su destemplado saqueo? ¿A dónde carajo fue a parar la incondicional solidaridad de los venezolanos?

Muchas fueron las reacciones de indignación ciudadana que pude leer en las redes -no así, por cierto, las de dirigentes políticos y las autoridades-. Muchas, aunque, para la importancia de lo sucedido, absolutamente insuficientes. Finalmente, frente a la parálisis colectiva, nos alcanzó la barbarie.

Mientras trataba de procesar lo sucedido, y comentaba una nota publicada por la actriz Carlota Sosa en su muro de Facebook, se plagó mi memoria de escenas que me permitieron recordar que esa barbarie que vimos expresarse ayer, existía en el país hace más de 20 años. Entonces, era sólo una minúscula partícula de barbarie latente que mostraba su cara todos los jueves en las puertas de la UCV, ante la mirada atónita e indignada de buena parte de la comunidad universitaria, siempre de mano de la capucha que ocultaba a alguno de los que hoy nos gobiernan.


Con frecuencia secuestraba y saqueaba camiones de pollo; amenazaba a transeúntes, policías y estudiantes, por igual; y afortunadamente, no con tanta frecuencia, aunque demasiada para mi gusto, se llevaba la vida o la salud de alguien, en la punta de una bala. A veces se trataba de uno de los suyos que “utilizaba como carne de cañón” y quedaba atrapado en medio del fuego en algún enfrentamiento, otras, las más terribles, se trataba de algún inocente que se atravesaba la trayectoria de las balas, sin querer. Por cierto, uno de los sitios preferidos de “manifestación” de estos bárbaros, era la entrada de la UCV que llevaba al clínico.

Esa minúscula partícula de barbarie, tenía sus réplicas en la UDO, en LUZ y en la ULA -los principales o preferidos espacios del “foquismo” “revolucionario” que vivimos en décadas pasadas- desplegaba llamaradas en sus reiteradas quemas de cauchos y se paseaba por las manifestaciones estudiantiles con sus morrales llenos de bombas molotov, esperando la orden de su “dirigencia” para romper filas, torcer la ruta de la marcha y provocar el tan ansiado y “revolucionario” “enfrentamiento” con la policía.

Todos conocíamos sus intenciones y, por supuesto, su existencia. Algunos se hacían la vista gorda por miedo, otros por complicidad o conveniencia y unos pocos, los confrontábamos sin tapujos en las reuniones nacionales de coordinación de las instancias de representación estudiantil, en las asambleas nacionales, o en las “ocultas” reuniones de “factores políticos” que se daban paralelas a las oficiales, antes de las marchas, en las que siempre la “negociación” se planteaba en los convenientes términos: “si la marcha pasa de tantas personas, seguimos hasta el ministerio”
Esa minúscula partícula de barbarie que se expandía por momentos para luego volver a su acostumbrada latencia, tuvo su máxima expansión en febrero de 1989 cuando presenciamos el horror de la violencia y el saqueo generalizado, pero recibió luz verde desde el inicio del gobierno pasado, cuando el recién electo presidente Hugo Chavez, dijo en los Próceres que estaba bien robar, si se hacía por necesidad y continuó su “oficialización” con el espaldarazo dado a las organizaciones armadas, “frentes liberadores”, colectivos y malandros en general, que hacen vida -”política” y delincuente- a plena luz, bajo la mirada cómplice y alcahueta de los organismos de seguridad del Estado y de las instancias de gobierno con competencia en la materia.

Esa que fue sólo una minúscula partícula de barbarie latente; hoy, expandida, desplegada y apoyada, contamina nuestra cotidianidad y nos resquebraja de tristeza los ojos del alma.

Mientras trataba de procesar lo ocurrido, también leí una publicación en el blog “Panfleto Negro, titulada: “Apuntes sobre la humanidad, o la falta de que desde aquí pueden leer y recordé una publicada en la madrugada del 9 de diciembre de 2009, en mi antiguo blog “Ciudadanía Política“, a raíz del asesinato de un estudiante, que a continuación les copio.
miércoles, diciembre 09, 2009

A la memoria de Gonzalo Jaurena y
de Jesús Eduardo Ramírez Bello,
dos caras de una triste moneda

Días como hoy hacen presente el escalofrío sentido cuando nos enteramos de la “masacre de tazón” en 1985, el mismo sentido unos años más tarde cuando la policía detuvo manifestando a Gonzalo Jaurena, lo torturó y devolvió a su familia asesinado. 
El escalofrío que en esa época sentimos muchos, ante la terrible muerte del “Hippie” quién fue víctima de sus amigos, los encapuchados, que lo entusiasmaron, a quiénes inocente y románticamente acompañó, y quiénes, sin proponérselo, le quitaron, de un tiro, la vida.
El mismo que también sentimos, cuando un salvaje pesado merideño, cegó de un tiro la vida a un estudiante, sólo porque se atrevió a orinar en la esquina de su casa.
O también el sentido cuando fuimos al Congreso Nacional y coincidió nuestra visita con la denuncia de unos torturados por razones políticas, quienes mostraban a Diputados y Senadores sus torsos morados, porque fueron molidos a coñazos en la DISIP.
También fue el mismo escalofrío sentido cuando nos apuntaba una pistola de la DIM a la cabeza, mientras un agente de civil nos pedía la cédula y nos dejaba seguir porque, creemos nosotros, no cabíamos en el Jeep en el que se llevaron detenidos a 4 de nuestros compañeros, que por largas horas no existían para los cuerpos de seguridad y sólo supimos dónde estaban detenidos, gracias a la amable y solidaria intermediación del Rector de la USB y de unos Diputados masistas.
Por cierto, nada diferente al escalofrío sentido cuando metieron preso a Tony y lo golpearon para tratar de que contara algo sobre lo que nada sabía.
Ese escalofrío que sigue grabado en mis recuerdos, también debería estarlo en muchos de los que hoy justifican o taparean salvajadas similares desde el gobierno.
Claro, ese escalofrío, pero más profundo, está también grabado en mis recuerdos del primer día en el que los grupos violentos del oficialismo decidieron que tenían derecho a atacar cualquier manifestación de protesta que en el país se hiciera. Ese día estábamos en el TSJ, acompañando al Sr Merhi en una huelga de hambre y llegó Lina Ron con sus grupos a atacarnos. Era como si pretendieran marcar el territorio y tomarlo por la fuerza. Y de hecho eso hicieron!
Ese día se instauró la violencia en las calles y la ciudad comenzó a fraccionarse en especies de ghettos.
Desde ese día, lo queramos aceptar o no, los violentos, guapos y apoyaos, nos declararon abierta y descaradamente la guerra.
Desde ese día el escalofrío es una sensación casi permanente y mi corazón se declaró de luto porque agonizan la paz y la democracia.
Pero ese día también tiene sus antecedentes en aquellos días de mediados a finales de los años ochenta, cuando el escalofrío lo sentíamos por el abuso de poder de los gobiernos, pero también por las manifestaciones que vaticinaban lo que hoy tenemos, el abuso de la fuerza y de la violencia.
Abuso que nos hizo sentir un profundo escalofrío la noche que estábamos en la FCU de la UCV en una reunión nacional y llegó un compañero con la cabeza reventada gracias a un cachazo que, por arrechera, le propinara uno de los miembros del violento grupo Venceremos que, en ese momento, hacía vida en esa casa de estudios.
O que sentían a diario los estudiantes de la UCV cuando los encapuchados armados caminaban libre y retadoramente por los pasillos o por la tierra de nadie, amedrentándolos sólo para demostrar que ellos eran los que mandaban en esos predios.
O cuando los llamados “los 12 del patíbulo” celebraban sus episodios de “foquismo”, sus capítulos de su “lucha armada”, regularmente los jueves… de ellos, recuerdo con especial escalofrío, el día que hirieron a Ingrid quién, estudiaba en la UCV, pero por precaución y porque no pudo entrar a tiempo, estaba viendo la manifestación desde afuera, detrás de la policía y a quién, desde su alma máter, alcanzó una revolucionaria bala.
Ellos, los que siempre se defendían diciendo que no tenían armas, protagonizaron el evento que, de todos esos, recuerdo con más escalofrío: el día que, en medio de uno de los tristes “capítulos de la lucha armada”, la herida fue una niña de 8 años, a quién la bala le llegó, como a Ingrid, desde dentro de la casa de estudios, pero le pegó por la espalda. 
Allí estaba el germen de lo que vivimos en estos días y quizá, algunos no recuerden el escalofrío porque no lo sintieron y también quizá, para muchos otros, el escalofrío que compartimos, sólo lo sintieron porque, en ese momento, estaban de este lado de la cerca.
Olga Ramos
09122009 (en la madrugada)


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