Por Olga Ramos, 28/09/2013
Ayer, Caracas amaneció trancada,
para variar.
Esta
vez, la causa era una gandola que, ignorando o desconociendo, la regulación de
altura del puente de Los Ruices, se empotró y quedó atascada. Esa fue la
versión inicial de una de las más terribles noticias que hemos presenciado en
nuestra historia contemporánea.
Un poco más tarde, supimos que las autoridades se estaban haciendo
cargo de la congestión y estaban organizando la extracción del vehículo
atascado. Poco después nos enteramos de que,
antes de llegar las autoridades, un
grupo de “necesitados” se habían dado a la tarea de
“saquear” la carga del camión, mientras un grupo de malandros, se ocupaba de atracar a los carros que
quedaron atrapados en la tranca.
Hasta ahí, la noticia era realmente inaceptable e indignante para cualquier
persona con un mínimo de espíritu cívico o que se precie de llamarse ciudadano.
Pero ahí no quedó la noticia. Posteriormente, nos enteramos que, mientras
ocurría el saqueo, el conductor estaba muerto, o
aún muriendo, en la cabina.
En esta foto publicada en su cuenta por @dnnymdn podemos
ver como los saqueadores tenían que subirse a la cabina para poder robarse la
mercancía. Literalmente,
tenían que montarse en los hombros del conductor y pisarlo, contribuyendo con
la presión de la carga que le ocasionó la muerte.
¿Qué le pasó a esa gente que no fue capaz de
conmoverse y tratar de sacar al conductor antes de iniciar su destemplado
saqueo? ¿A dónde carajo fue a parar la incondicional solidaridad de los
venezolanos?
Muchas fueron las reacciones de indignación ciudadana que pude leer en
las redes -no así, por cierto, las de dirigentes políticos y las autoridades-.
Muchas, aunque, para la importancia de lo sucedido,
absolutamente insuficientes. Finalmente, frente a la parálisis colectiva, nos
alcanzó la barbarie.
Mientras trataba de procesar lo sucedido, y comentaba una nota publicada
por la actriz Carlota Sosa en su muro de Facebook, se plagó mi
memoria de escenas que me permitieron recordar que esa barbarie que vimos
expresarse ayer, existía en el país hace más de 20 años. Entonces, era sólo una minúscula partícula de
barbarie latente que mostraba su cara todos los jueves en las puertas de la UCV, ante la mirada atónita e indignada de buena parte de la comunidad
universitaria, siempre de mano de la capucha que ocultaba a alguno de los que
hoy nos gobiernan.
Con frecuencia secuestraba y saqueaba camiones de pollo; amenazaba a
transeúntes, policías y estudiantes, por igual; y afortunadamente, no con tanta frecuencia, aunque
demasiada para mi gusto, se llevaba la vida o la salud de alguien, en la punta
de una bala. A veces se trataba de uno de los suyos que
“utilizaba como carne de cañón” y quedaba atrapado en medio del fuego en algún
enfrentamiento, otras, las más terribles, se trataba de algún inocente que se
atravesaba la trayectoria de las balas, sin querer. Por cierto, uno de los
sitios preferidos de “manifestación” de estos bárbaros, era la entrada de la
UCV que llevaba al clínico.
Esa minúscula partícula de barbarie,
tenía sus réplicas en la UDO, en LUZ y en la ULA -los principales o preferidos
espacios del “foquismo” “revolucionario” que vivimos en décadas pasadas- desplegaba llamaradas en sus reiteradas
quemas de cauchos y se paseaba por las manifestaciones estudiantiles con sus
morrales llenos de bombas molotov, esperando la orden de su “dirigencia” para
romper filas, torcer la ruta de la marcha y provocar el tan ansiado y
“revolucionario” “enfrentamiento” con la policía.
Todos conocíamos sus intenciones y, por
supuesto, su existencia. Algunos se hacían la vista gorda por miedo, otros por
complicidad o conveniencia y unos pocos, los confrontábamos sin tapujos en las
reuniones nacionales de coordinación de las instancias de representación
estudiantil, en las asambleas nacionales, o en las “ocultas” reuniones de
“factores políticos” que se daban paralelas a las oficiales, antes de las
marchas, en las que siempre la “negociación” se planteaba en los convenientes
términos: “si la marcha pasa de tantas personas, seguimos hasta el ministerio”
Esa minúscula partícula de barbarie que se
expandía por momentos para luego volver a su acostumbrada latencia, tuvo su máxima expansión en febrero de
1989 cuando presenciamos el horror de la
violencia y el saqueo generalizado, pero recibió luz verde desde el inicio del gobierno
pasado, cuando el recién electo presidente Hugo Chavez, dijo en los Próceres
que estaba bien robar, si se hacía por necesidad y
continuó su “oficialización” con el espaldarazo dado a las organizaciones
armadas, “frentes liberadores”, colectivos y malandros en general, que hacen
vida -”política” y delincuente- a plena luz, bajo la mirada cómplice y
alcahueta de los organismos de seguridad del Estado y de las instancias de
gobierno con competencia en la materia.
Esa que fue sólo una minúscula partícula de
barbarie latente; hoy, expandida, desplegada y apoyada, contamina nuestra
cotidianidad y nos resquebraja de tristeza los ojos del alma.
Mientras trataba de procesar lo ocurrido, también leí una publicación en
el blog “Panfleto Negro, titulada: “Apuntes sobre la humanidad, o
la falta de“ que desde aquí pueden
leer y recordé una publicada en la madrugada del 9 de diciembre de 2009, en mi
antiguo blog “Ciudadanía Política“, a raíz
del asesinato de un estudiante, que a continuación les copio.
miércoles, diciembre 09, 2009
A la memoria de Gonzalo Jaurena y
de Jesús Eduardo Ramírez Bello,
dos caras de una triste moneda
Días como hoy hacen presente el
escalofrío sentido cuando nos enteramos de la “masacre de tazón” en 1985, el
mismo sentido unos años más tarde cuando la policía detuvo manifestando a
Gonzalo Jaurena, lo torturó y devolvió a su familia asesinado.
El escalofrío que en esa época sentimos
muchos, ante la terrible muerte del “Hippie” quién fue víctima de sus amigos,
los encapuchados, que lo entusiasmaron, a quiénes inocente y románticamente
acompañó, y quiénes, sin proponérselo, le quitaron, de un tiro, la vida.
El mismo que también sentimos, cuando un
salvaje pesado merideño, cegó de un tiro la vida a un estudiante, sólo porque
se atrevió a orinar en la esquina de su casa.
O también el sentido cuando fuimos al
Congreso Nacional y coincidió nuestra visita con la denuncia de unos torturados
por razones políticas, quienes mostraban a Diputados y Senadores sus torsos
morados, porque fueron molidos a coñazos en la DISIP.
También fue el mismo escalofrío sentido
cuando nos apuntaba una pistola de la DIM a la cabeza, mientras un agente de
civil nos pedía la cédula y nos dejaba seguir porque, creemos nosotros, no
cabíamos en el Jeep en el que se llevaron detenidos a 4 de nuestros compañeros,
que por largas horas no existían para los cuerpos de seguridad y sólo supimos
dónde estaban detenidos, gracias a la amable y solidaria intermediación del
Rector de la USB y de unos Diputados masistas.
Por cierto, nada diferente al escalofrío
sentido cuando metieron preso a Tony y lo golpearon para tratar de que contara
algo sobre lo que nada sabía.
Ese escalofrío que sigue grabado en mis
recuerdos, también debería estarlo en muchos de los que hoy justifican o
taparean salvajadas similares desde el gobierno.
Claro, ese escalofrío, pero más profundo,
está también grabado en mis recuerdos del primer día en el que los grupos
violentos del oficialismo decidieron que tenían derecho a atacar cualquier
manifestación de protesta que en el país se hiciera. Ese día estábamos en el
TSJ, acompañando al Sr Merhi en una huelga de hambre y llegó Lina Ron con sus
grupos a atacarnos. Era como si pretendieran marcar el territorio y tomarlo por
la fuerza. Y de hecho eso hicieron!
Ese día se instauró la violencia en las
calles y la ciudad comenzó a fraccionarse en especies de ghettos.
Desde ese día, lo queramos aceptar o no,
los violentos, guapos y apoyaos, nos declararon abierta y descaradamente la
guerra.
Desde ese día el escalofrío es una
sensación casi permanente y mi corazón se declaró de luto porque agonizan la
paz y la democracia.
Pero ese día también tiene sus
antecedentes en aquellos días de mediados a finales de los años ochenta, cuando
el escalofrío lo sentíamos por el abuso de poder de los gobiernos, pero también
por las manifestaciones que vaticinaban lo que hoy tenemos, el abuso de la
fuerza y de la violencia.
Abuso que nos hizo sentir un profundo
escalofrío la noche que estábamos en la FCU de la UCV en una reunión nacional y
llegó un compañero con la cabeza reventada gracias a un cachazo que, por
arrechera, le propinara uno de los miembros del violento grupo Venceremos que,
en ese momento, hacía vida en esa casa de estudios.
O que sentían a diario los estudiantes de
la UCV cuando los encapuchados armados caminaban libre y retadoramente por los
pasillos o por la tierra de nadie, amedrentándolos sólo para demostrar que
ellos eran los que mandaban en esos predios.
O cuando los llamados “los 12 del
patíbulo” celebraban sus episodios de “foquismo”, sus capítulos de su “lucha
armada”, regularmente los jueves… de ellos, recuerdo con especial escalofrío,
el día que hirieron a Ingrid quién, estudiaba en la UCV, pero por precaución y
porque no pudo entrar a tiempo, estaba viendo la manifestación desde afuera,
detrás de la policía y a quién, desde su alma máter, alcanzó una revolucionaria
bala.
Ellos, los que siempre se defendían
diciendo que no tenían armas, protagonizaron el evento que, de todos esos,
recuerdo con más escalofrío: el día que, en medio de uno de los tristes
“capítulos de la lucha armada”, la herida fue una niña de 8 años, a quién la
bala le llegó, como a Ingrid, desde dentro de la casa de estudios, pero le pegó
por la espalda.
Allí estaba el germen de lo que vivimos
en estos días y quizá, algunos no recuerden el escalofrío porque no lo
sintieron y también quizá, para muchos otros, el escalofrío que compartimos,
sólo lo sintieron porque, en ese momento, estaban de este lado de la cerca.
Olga Ramos
09122009 (en la madrugada)
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