HASAN ROHANÍ 20 SEP 2013
Tanto nosotros como nuestros homólogos
internacionales hemos pasado mucho tiempo hablando de lo que no queremos hacer,
y no de lo que sí queremos
Hace tres meses, mi programa de
“prudencia y esperanza” obtuvo un amplio mandato popular. Los iraníes acogieron
con entusiasmo mi postura sobre los asuntos nacionales e internacionales porque
pensaron que era necesaria desde hacía mucho tiempo. Estoy decidido a cumplir
las promesas que hice a mi pueblo, incluido mi compromiso de entablar una
relación constructiva con el resto del mundo.
El mundo ha cambiado. La política ha
dejado de ser un enfrentamiento de todo o nada para convertirse en un terreno
multidimensional en el que es frecuente que la cooperación y la competencia
sean simultáneas. La edad de las reyertas de sangre ha quedado atrás. Los
líderes mundiales deben ser capaces de ser los primeros en transformar las
amenazas en oportunidades.
La comunidad internacional afronta
muchos retos en este nuevo mundo --el terrorismo, los extremismos, las
injerencias militares extranjeras, el narcotráfico, el cibercrimen y las
invasiones culturales--, en un contexto que ha dado especial importancia al
poder duro y el uso de la fuerza bruta.
Debemos estar atentos a las
complejidades de estos problemas para poder resolverlos. Y aquí entra mi
definición de diálogo constructivo. En un mundo en el que la política global ha
dejado de ser un juego de suma cero, no tiene sentido --o no debería tenerlo--
perseguir sus intereses sin tener en cuenta los intereses de los demás. Un
enfoque constructivo de la diplomacia no significa renunciar a los propios
derechos. Significa dialogar con los homólogos en una situación de igualdad de
condiciones y mutuo respeto, abordar las preocupaciones comunes y los objetivos
comunes. En otras palabras, lograr resultados en los que todos salgan ganando
no solo es positivo sino posible. La mentalidad de suma cero propia de la
Guerra Fría es mala para todos.
Por desgracia, el unilateralismo todavía
suele eclipsar las estrategias constructivas. Se busca la seguridad a costa de
la inseguridad de otros, con consecuencias desastrosas. Cuando han pasado más
de 10 años y dos guerras desde el 11-S, Al Qaeda y otros combatientes
extremistas siguen causando estragos. Siria, una joya de la civilización, se ha
vuelto escenario de una violencia desgarradora, incluso de ataques con armas
químicas, que condenamos firmemente. En Irak, 10 años después de la invasión
dirigida por Estados Unidos, sigue habiendo docenas de muertos por la violencia
cada día. Afganistán padece una sangría endémica similar.
Es evidente que el punto de vista
unilateral, que ensalza la fuerza bruta y engendra violencia, es incapaz de
resolver los problemas que nos afectan a todos, como el terrorismo y el
extremismo. Digo todos, porque nadie es inmune a la violencia extremista,
aunque estalle a miles de kilómetros. Los estadounidenses lo aprendieron hace
12 años.
Mi estrategia de política exterior
pretende resolver estas cuestiones abordando sus causas esenciales. Debemos
colaborar entre todos para acabar con las perniciosas rivalidades e injerencias
que alimentan la violencia y nos separan. Y debemos tratar de comprender la
cuestión de la identidad como motor fundamental de tensiones en Oriente Próximo
y otras regiones.
En el fondo, los feroces combates
librados en Irak, Afganistán y Siria son disputas por las identidades de esos
países y el papel que desempeñan en nuestra región y en el mundo. La
importancia crucial de la identidad afecta también al caso de nuestro programa
de energía nuclear para usos pacíficos. Para nosotros, poder controlar el ciclo
del combustible atómico y producir energía nuclear no solo es necesario para
diversificar nuestros recursos energéticos sino que tiene que ver con quiénes
somos los iraníes como nación, con nuestra demanda de dignidad y respeto y
nuestro lugar en el mundo. Si no comprendemos la importancia de la identidad,
será imposible resolver muchos de los problemas que afrontamos todos.
Me comprometo a abordar nuestros retos
comunes mediante una doble estrategia.
En primer lugar, debemos unir nuestras
manos para avanzar de manera constructiva hacia un diálogo nacional, tanto si
es en Siria como en Bahréin. Debemos crear una atmósfera en la que los pueblos
de la región puedan decidir sus propios destinos. Como ejemplo, anuncio que mi
gobierno está dispuesto a ayudar a facilitar el diálogo entre el gobierno y la
oposición en Siria.
En segundo lugar, debemos hacer frente
más en general a las injusticias y rivalidades que alimentan la violencia y las
tensiones. Un aspecto esencial de mi compromiso de mantener relaciones
constructivas es el esfuerzo sincero de dialogar con los países vecinos y otras
naciones para encontrar y obtener soluciones que beneficien a todos.
Tanto nosotros como nuestros homólogos
internacionales hemos pasado mucho tiempo --tal vez demasiado-- hablando de lo
que no queremos hacer, y no de lo que sí queremos. Y no ocurre solo en las
relaciones internacionales de Irán. En un clima en el que gran parte de la
política exterior depende directamente de la política nacional, centrarse en lo
que no queremos es, para muchos dirigentes mundiales, una forma sencilla de
salir de situaciones difíciles. Para decir lo que sí queremos hace falta más
valor.
Tras 10 años de conversaciones, está
claro lo que todas las partes no quieren en relación con nuestra cuestión
nuclear. Lo mismo sucede en las diferentes posturas sobre Siria.
Esta estrategia puede ser útil para
evitar que las guerras frías se calienten. Ahora bien, para superar una
situación de punto muerto, ya sea en relación con Siria, el programa nuclear de
mi país o sus relaciones con Estados Unidos, debemos apuntar más alto. En vez
de centrarnos en cómo impedir que las cosas empeoren, debemos pensar --y
hablar-- sobre cómo mejorarlas. Para ello, es preciso que seamos valientes y
empezar a comunicar lo que queremos --de forma clara, concisa y sincera--,
además de respaldarlo con la voluntad política de tomar las medidas necesarias.
Esta es la esencia de mi enfoque de las relaciones constructivas.
En el momento de emprender viaje a
Nueva York para la apertura de la Asamblea General de la ONU, insto a mis
homólogos a que aprovechen la oportunidad que ofrecen las recientes elecciones
en Irán. Les animo a que saquen el mayor partido posible del mandato de diálogo
prudente que me ha otorgado mi pueblo y a que respondan con sinceridad a los
intentos de mi gobierno de emprender un diálogo constructivo. Y, sobre todo,
les pido que miren hacia el horizonte y que tengan el valor de decirme lo que
ven, si no por sus intereses nacionales, al menos por su legado, nuestros hijos
y las gneraciones futuras.
Hassan Rohaní es el presidente de
Irán.
© THE WASHINGTON POST 2013
Traducción de María Luisa Rodríguez
Tapia
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