Fernando Mires 19 de septiembre de 2013
Sabelotodos
y sabelonadas han formado una gran coalición convirtiendo el caso sirio en
oscuro objeto de sus deseos. Aunque difícil es no captar las altas cuotas de
desprecio, el eurocentrismo mezquino con que son juzgadas las culturas
islámicas, los prejuicios anti-árabes y no por último, la arrogancia con la
cual se trata de adulterar el sentido y carácter de rebeliones y movimientos
surgidos en el Oriente Medio desde 2011.
En
el análisis del caso sirio la mentada coalición ha tenido la dudosa virtud de
integrar en un solo frente a los analistas de izquierda con los de las más
reaccionarias derechas. Ambos grupos están de acuerdo en que los militares
egipcios, así como la dictadura de Asad, enfrentan a una oposición dominada por
islamistas.
La
identificación del Islam con el islamismo y del islamismo con el terrorismo es
de breve data.
El
concepto "islamismo" surgió después del 11.09.2001 y su propósito, de
acuerdo al famoso discurso de Bush después del ataque a las torres, fue
diferenciar a los grupos terroristas de una mayoría islámica pacífica.
El
islamismo, en esa versión, era un concepto destinado a definir fracciones
islámicas que levantaban como programa el odio a Occidente, la supremacía de la
ley religiosa y al califato como forma de gobierno.
Poco
después de su discurso de 2001, Bush cambió de tono y comenzó a hablar de
"cruzada". A partir de ese momento la palabra islamista, en el
lenguaje del “bushismo”, pasó a ser sinónimo de musulmán. Hoy la mayoría de los
periódicos designan como islamista a cualquier grupo religioso que profese el
Islam.
La
por Bush definida como "guerra en contra del terrorismo
internacional" es una artimaña esencialista. Enlaza una religión con un
orden político y con una actividad criminal. Su objetivo no es otro sino la
demonización del Islam.
Pero
Bush no estaba solo. Hubo un co-autor: Vladimir Putin. Basta recordar que la
guerra de Chechenia iniciada por Putin en 1999 -uno de los más grandes
genocidios ocurridos después del fin de la Guerra Fría- fue presentada a partir
de 2001 por el astuto Putin como una batalla más en la guerra en contra del
"terrorismo internacional".
"Ustedes
en Afganistán, nosotros en Chechenia" era la divisa exportada desde Rusia.
Las masacres en Chechenia, tanto o más salvajes que las de Milosevic en el
Kosovo (también en contra de la población musulmana) fueron entendidas en
Europa como un aporte ruso a la causa común.
Los
resultados de la "cruzada" de Putin en Chechenia no han sido del todo
evaluados. Pero no hay informe con menos de seis cifras en cantidades de
muertos. Todavía se encuentran en las cercanías de Grozny -convertida por los
rusos en ciudad fantasma- fosas comunes con cadáveres chechenios.
Durante
los días de Chechenia los políticos europeos miraron para otro lado. Al fin y
al cabo Putin es un gran proveedor de gas, y sus acueductos traspasan las montañas
de Chechenia. Incluso el Primer Ministro alemán Schroeder sugirió la
integración de Rusia en la OTAN.
Nunca,
ni siquiera en los tiempos de Roosevelt y Stalin, las relaciones entre Rusia y
los EE UU fueron más amistosas que durante el genocidio cometido por Putin en
Chechenia. Y para sellar la amistad, Putin procedió a la anulación del tratado
sobre misíles, cerró las bases rusas en Cuba y Vietnam y aceptó observadores
estadounidenses en Georgia.
Ahora
¿hay una relación entre Chechenia y Siria? Por supuesto. En los dos casos tuvo
lugar un exterminio masivo de la población civil musulmana. En los dos casos
las matanzas formaron parte de un plan imperial. En el de Chehenia, por
conservar el "espacio natural" del imperio ruso. En el segundo, para
mantener las alianzas que contrajo la antigua URSS con los regímenes
socialistas de la zona árabe (partidos Baad).
No
se trata entonces de que EE UU ha perdido en Siria su carácter de potencia
mundial. Lo que sí ha perdido son aliados europeos, ganando en cambio otros en
el mundo islámico. De ahí, menos que analizar el peso de los EE UU en la
política internacional, es importante constatar que atravesamos por un periodo
en el cual las alianzas de la Guerra Fría están siendo de-construidas, dando
lugar a nuevas constelaciones internacionales.
Importante
es, además, señalar que el enfrentamiento indirecto entre Rusia y los EE UU en
el Oriente Medio no ha terminado con la pausa revisoria de armas químicas
propuesta por Putin. Quizás ahí ha comenzado. En los mismos momentos en que
escribo estas líneas, Asad ha lanzado una nueva ofensiva en Damasco. Si es con
armas químicas rusas no lo sabemos. Sí sabemos que la población civil está
siendo diezmada.
Cuánta
estupidez hay en quienes ven en Putin un agente de la paz en contra de la
beligerancia de los EE UU. Cualquiera observación dice justamente lo contrario:
Putin ha logrado una cierta legitimidad a favor de Asad, una disminución del
apoyo internacional a los EE UU y la intensificación de las masacres en Siria.
Los
pacifistas europeos están felices. La izquierda mundial continúa festejando a
Putin como el héroe que hizo retroceder al imperio. La derecha mundial continúa
criticando a Obama por apoyar a la oposición siria en contra de una dictadura
que es un dique -lo dijo el mismo Asad- frente a Al Quaeda. Mientras tanto el
genocidio continúa su marcha. ¿A quién importa eso? Después de todo, ¿son los
rebeldes sirios personas muy buenas?
No,
no lo son. Como no lo eran los hermanos egipcios –ya políticamente derrotados
durante el gobierno Morsi- que hoy sufren en las mazmorras de la dictadura.
Pero tampoco todos quienes se opusieron a las dictaduras comunistas europeas
eran "buenos". Y el hecho de que hoy la mayoría de los países
post-comunistas estén gobernados por mafias, no justifica las crueldades de las
tiranías comunistas. Mucho menos fueron “buenas” las chusmas sanguinarias
deleitadas en las calles de París -basta ver solo algunos cuadros de Jacques
Louis David- al contemplar las ejecuciones de la guillotina. ¿Vamos a tomar
partido por el absolutismo monárquico?
La
oposición siria es heterogénea. En el CNS, frente que agrupa al sesenta por
ciento de la oposición, hay grupos de izquierda, nacionalistas, desertores de
la dictadura, partidos kurdos y armenios. Por cierto, también están apoyados
por cofradías musulmanes. ¿Y cuál es el problema? ¿No fueron los frentes
populares antifascistas en Europa agrupaciones donde cabían comunistas y
monárquicos? El puzzle político sirio no es fácil. Pero ¿dónde lo ha sido?
La
guerra de los buenos en contra de los malos nunca ha tenido lugar. Pero sí ha
habido cruentas luchas en contra de atroces dictaduras. A estas últimas
pertenece la de Asad. Nadie, a menos de que sea uno de esos amantes de
dictaduras que pululan en el mundo, puede equivocarse.
Quienes
de verdad estamos por la paz en Siria sí sabemos algo: La paz, si no es la de
los cementerios, nunca surgirá de ese binomio siniestro formado por Putin y
Asad.
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