Por Angelica Alvaray, 17/09/2013
@aalvaray
Cuarenta años es mucho tiempo. En una
sociedad abarca dos o tres generaciones, los jóvenes de entonces son hoy
abuelos, sus nietos quizá tengan la misma edad que tenían ellos; para un
individuo es la juventud, la fuerza, las ganas de cambiar al mundo…
Cuarenta años es mucho tiempo en la vida de
cualquier persona, incluso en la de mi abuela María Teresa, que vivió noventa y
cuatro. Hace cuarenta años la conseguí llorando en la cocina, mientras veía las
imágenes de la destrucción del palacio de La Moneda, que reproducía el
periódico en primera plana. Quiso que le leyera todo el reportaje, buscó en los
noticieros hasta conseguir repeticiones de los pocos minutos que se
transmitieron, volvió a llamar a mis padres, que estaban de viaje, para
cerciorarse que vendrían la mañana siguiente con noticias frescas, pues en
París había mucha gente que se comunicaba con los chilenos, que contaban las
historias de lo que estaba ocurriendo, ¡cómo es posible que los militares hayan
hecho esto!, se lamentaba.
A instancias de ella guardé todos los
recortes de prensa –los de The Times, los del Guardian y de Le Monde, más los
que ella reunió de la prensa venezolana–como recuerdo de un hecho gravísimo,
que no podíamos olvidar: los muertos, las traiciones, la pérdida del socialismo
en democracia. Años después, en la universidad, me regalaron un cassette con la
grabación del último discurso de Allende, el cual guardé como un gran tesoro,
pues ya entonces tenía veinte años y podía entender la gravedad de lo sucedido,
porque ya entonces veíamos en la cinemateca, cada vez que las pasaban, Mourir A
Madrid y Roma Città Aperta, porque ya entonces buscábamos respuestas a tantas
desigualdades, a tanta injusticia.
En cuarenta años conocí muchos chilenos que
llegaron a Venezuela abrigados por nuestra política de asilo, de bienvenida.
Chilenos de izquierda y de derecha, demócrata-cristianos y socialistas, todos
consiguieron refugio en nuestras tierras; unos querían trabajo y una buena
empanada para comer el sábado, otros no cesaban de hablar de política o de su
país, discutían hasta comenzar peleas en las fiestas, pues unos preferían decir
que no había tortura, que el golpe no había sucedido, que todo había sido un
montaje mediático, mientras otros mostraban sus heridas abiertas, o se
encerraban en sí mismos para tratar de olvidar la prisión y la violencia, el
exilio sin retorno posible, la incertidumbre de llegar a un país desconocido y
comenzar de nuevo, salir adelante.
Pero tal parece que la violencia no se
olvida.
Hoy vemos a Chile, veinticinco años después
del plebiscito que le arrebatara el poder a Pinochet, dividido ante el recuerdo
de ese 11 de septiembre de 1973. Curiosamente esta división la representan las
dos candidatas a la presidencia, hijas ambas de generales amigos: uno que se
mantuvo leal al presidente Allende y otro que participó en el golpe. Ambas
construyen futuro, pero cargan todavía con el pasado reciente, que duele. Sin embargo,
a pesar de esta división en el presente, es necesario reconocer que Chile ha
transitado por el camino de la concertación con el afán de fortalecer sus
instituciones y limpiar su pasado, para así poder consolidar su democracia. En
este proceso se formó la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación,
también se publicaron los resultados del Informe de la Comisión sobre Prisión
Política y Tortura, donde se dieron a conocer miles de testimonios que han
servido para comenzar a mover, poco a poco, los juicios contra los responsables
de las violaciones a los derechos humanos; es así como, con mucho dolor,
aprendimos que Salvador Allende se quitó la vida ese día terrible allá en La
Moneda.
Me pregunto cuánto tiempo más necesita un
país para sanar sus heridas y mantener un camino de paz y desarrollo. Me
pregunto cuándo emprenderemos nosotros los venezolanos la senda de la
reconciliación, si todavía nos desconocemos los unos a los otros, si los que
están en el poder prefieren hundir al país antes de ir al diálogo, prefieren
sacar al país de las instituciones internacionales que velan por el
cumplimiento de los derechos humanos, en vez de revisar la situación en las
cárceles, o la imparcialidad de los juicios, o el cumplimiento de la
constitución.
Busco en mis recuerdos el sobre manila con
los recortes de periódico de mi abuela y el cassete ya inservible, que
afortunadamente puedo sustituir con algún link en youtube, para volver a
escuchar esas palabras eternas, llenas de esperanza:
“Sigan ustedes sabiendo que, mucho más
temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el
hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Salvador Allende, 11 de septiembre, 1973
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