Fernando Ochoa Antich 23
septiembre, 2013
@FOchoaAntich
Las recientes declaraciones de
Henrique Capriles en Miami vinieron a ratificar en mí el convencimiento de que
el dilema nacional está planteado entre escoger el camino de una posible
solución política a la crisis que enfrenta Venezuela o tomar el atajo del golpe
militar. Esta realidad ha sido confirmada por las permanentes acusaciones de
Nicolás Maduro sobre una supuesta conspiración de la oposición y el
señalamiento que hizo Diosdado Cabello al sostener “que no saben nada de golpes
de Estado y están preparando uno”. Lo que parecen olvidar, tanto Maduro como
Cabello, es que los golpes militares los dan los cuadros de la Fuerza Armada
Nacional y que los señalamientos que ellos hacen comprometen su lealtad
públicamente.
Los golpes militares en Venezuela
siempre han sido producto de graves errores políticos del grupo que controla el
poder. Éste ha sido un axioma inmutable en nuestra historia. Ojalá, Maduro y
Cabello, lo entiendan de una vez por todas y dejen de inventar conspiraciones
en donde no existen. Capriles fue muy claro en su conferencia en Miami: “lo
peor que puede pasar en Venezuela es un golpe de Estado”. Así ha ocurrido
siempre en nuestro país. La oposición trata, por todos los medios, de evitar
que ocurra la intervención militar, planteando soluciones acertadas a la
compleja situación política. De manera sorprendente, el grupo gobernante se
suicida políticamente al rechazar la alternativa planteada por la oposición
produciendo las causas del golpe de Estado.
Veamos dos ejemplos. El 18 de octubre de 1945 ocurrió por tres
equivocaciones de Isaías Medina: no conceder el voto universal, directo y
secreto, designar un ministro de Guerra y Marina sin suficiente prestigio y al
enfermar Diógenes Escalante, no escuchar a Rómulo Gallegos que le exigió lanzar
un candidato independiente. Las respuestas: la candidatura de Ángel Biaggini y
el alzamiento militar. El golpe de Estado contra Marcos Pérez Jiménez ocurrió,
por su falta de visión política, al convocar el plebiscito de diciembre de
1957, en lugar de aceptar la solicitud de la oposición democrática de convocar
a elecciones, reconociendo como su candidato a Rafael Caldera. Las respuestas:
la insurrección militar del 1 de enero de 1958 y su derrocamiento el 23 de
enero de ese mismo año.
La actual situación política,
económica y social que enfrenta Venezuela es de suma gravedad. Es imposible
negarlo. Esa inmensa crisis empezó a ser inmanejable como consecuencia de la
falta de legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro. Esta debilidad pudo
haberse resuelto durante el proceso electoral del 14 de abril. Inicialmente, el
régimen entendió el reto al aceptar realizar una auditoría del proceso
electoral. Después, equivocadamente, rechazó, sin mayor explicación, una
exigencia de la MUD de que dicha auditoría debería hacerse utilizando los
cuadernos de votación. Ese error político
provocó el retiro de la oposición. A partir de ese momento, su debilidad
se ha incrementado de manera tan peligrosa que ha empezado a comprometer la
estabilidad de su gobierno.
Nicolás Maduro no tiene ningún interés
en lograr un acuerdo nacional que permita resolver los grandes problemas
nacionales. Su único objetivo, como también lo fue el de Hugo Chávez, es lograr
establecer una hegemonía política. En este momento, solo piensan en destruir a
la oposición y a sus principales dirigentes. Hacia ese fin está orientada la
Ley Habilitante. La crisis económica es inmanejable. Los 5.000 millones de
dólares que nos prestó China desaparecerán en medio de la corrupción y la
ineficiencia. La inflación compromete la estabilidad de todos los sectores nacionales,
las reservas caen, las empresas quiebran y los servicios públicos colapsan en
todas partes. Este complejo panorama es el que en verdad conspira contra el
Gobierno.
Realmente las declaraciones de
Capriles son admirables. Muestran su fe en que es posible lograr una solución
de la crisis nacional a través de
métodos democráticos. Lamentablemente, son tantos los errores del gobierno de
Maduro que es difícil determinar los acontecimientos futuros. El tiempo empieza
a ser corto. Se requiere con urgencia de un diálogo nacional. De manera
sorprendente, el chavismo no lo entiende ni lo promueve. Al contrario, hace
todo lo posible para que surja la diatriba y la violencia. Esta delicada
realidad debe entenderla la oposición y prepararse para enfrentar acontecimientos
históricos impredecibles en los cuales, como siempre, intervendrá el azar.
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