Manuel Felipe Sierra Lunes, 23 de septiembre de 2013
Más allá de la gimnasia
revolucionaria como planteamiento originario del chavismo, la situación del
país obliga a ciertos cambios en la estrategia del manejo económico, salvo que
se asuma el riesgo cierto de conducirlo a un cuadro parecido a una catástrofe
Las recientes declaraciones del
ministro de Finanzas, Nelson Merentes (de no ser desmentidas o negadas por los
hechos) suponen sin duda, aunque tímido, un viraje en la política económica. Es
cierto que no es la primera vez que se hacen anuncios de este tipo, pero en
este caso, más que planteamientos retóricos, el gobierno de Maduro está
obligado a adoptar determinadas medidas que implican su rectificación en esta
materia.
Más allá de la gimnasia revolucionaria
como planteamiento originario del chavismo, la situación del país obliga a
ciertos cambios en la estrategia del manejo económico, salvo que se asuma el
riesgo cierto de conducirlo a un cuadro parecido a una catástrofe. El carisma
de Chávez y el alto ingreso por concepto de la riqueza petrolera, le
permitieron ocultar o disfrazar lo que ya era una verdad incuestionable: el
proyecto del socialismo del siglo XXI es absolutamente inviable por sus
resultados, pero más aún tiende, a la postre, a generar un cuadro generalizado
de calamidad con inevitables consecuencias en el orden social.
Salvo el caso de Corea del Norte,
cuyas penurias suelen ser cubiertas periódicamente por las grandes potencias
para atenuar de esta manera sus repetidas amenazas nucleares, todas las
naciones de definición socialista apuestan hoy a la flexibilización de sus
economías. China (país que se ha convertido en el principal socio de Venezuela
y donde justamente Maduro inicia una gira de varios días) es el ejemplo más
elocuente de cómo una estructura política implacablemente totalitaria, convive
con un capitalismo que no conoce recato. También son ejemplo Vietnam y Cuba,
nación que con las limitaciones propias de su actividad productiva, ha tomado
decisiones para descargar al Estado del peso que significa atender las
necesidades de toda la población y que ahora estimula las iniciativas
individuales.
Maduro deberá enfrentar la inevitable
reacción de los grupos más radicales del chavismo, que por el contrario
apuestan a una profundización y radicalización de la revolución. No en vano,
muchos de sus teóricos han comenzado a expresar sus discrepancias, por lo que
consideran que sería una inexplicable renuncia a la visión más dogmática del
socialismo en su expresión económica. No le será fácil entonces a Maduro asumir
plenamente un viraje de esta naturaleza. Pero de no hacerlo, los efectos son
perfectamente previsibles: se complicará el cuadro económico en unos términos en
que políticamente su gobierno comenzará a perder no sólo niveles de popularidad
(lo cual ya revelan las encuestas) sino también credibilidad entre quienes lo
han apoyado y que ahora comienzan a expresar sus divergencias frente a lo que
podría ser la única estrategia posible para asegurar futuras victorias
electorales oficialistas.
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