ALBERTO BARRERA TYSZKA 29 DE SEPTIEMBRE 2013
ás de uno se molestó con las palabras
del domingo pasado. A propósito de las colas en los automercados para comprar
rollos de papel sanitario, escribí sobre la aquiescencia, sobre algunas
diferentes formas de complicidad que se dan en nuestra sociedad.
Hubo quien reclamó que con el caso de
Globovisión yo estaba siendo injusto, que desconocía la verdad, que Guillermo
Zuloaga era un “verdadero líder” de la oposición. Pienso que el debate es
necesario y por eso retomo el punto. Quizás si tomamos como referencia a RCTV
quede más claro lo que traté de decir. A Globovisión no la cerraron, no le
suspendieron la concesión, nadie les impidió seguir transmitiendo. Les
propusieron un excelente negocio. En vez de una pistola, les colocaron enfrente
una oferta. Y sus dueños la aceptaron, aun sabiendo las consecuencias que eso
les traería a muchos de sus empleados y al país en general. Eso no es un
delito, por supuesto. Pero decirlo tampoco es un pecado.
En el fondo, por lo que ya vamos
viendo, más que la pluralidad en programas de opinión, lo que se quería era
controlar el flujo de información, eliminar la realidad incómoda e
invisibilizar a los líderes de la oposición en los espacios de la noticia. De
cara a las elecciones del 8 de diciembre, no es poca cosa. Eso tuvo que estar
en la balanza, en el momento de tomar la decisión. Eso fue lo que quise decir.
Que, a la hora de vender, los dueños del canal hicieron algo distinto de lo que
proponía su línea editorial. Fueron mucho menos radicales que su discurso.
A propósito de las palabras del
domingo pasado, también se comunicó conmigo un miembro de la directiva del
Country Club. Quería aclarar de manera tajante que el teniente Andrade no
pertenece al club. Entre otras cosas, porque él mismo ni siquiera lo ha
solicitado. Ha ido a las instalaciones y ha participado en eventos de
competencia porque forma parte del “equipo de equitación del Ejército”. La
puntualidad del dato está bien, pero me temo que ese no es el tema. Las
investigaciones periodísticas, publicadas en este y en otro diario, dan cuenta
de la aceptación y de las distintas formas de convivencia que mantienen
sectores de la sociedad con los nuevos protagonistas del poder y de la riqueza
del país. Tampoco es nada nuevo entre nosotros. Un poco de memoria bastaría
para recordar los momentos de “gloria” de Blanca Ibáñez o de Cecilia Matos. El
oportunismo, visto a veces como un ejercicio de supervivencia, quizás sea una
persistente constante en nuestra historia.
El libro El Estado delincuente,
escrito por Carlos Tablante y Marcos Tarre, muestra con claridad que,
precisamente, ese Estado no actúa solo, necesita articularse, legitimar sus
operaciones. Se desarrolla distribuyendo su mal, corrompiendo a toda la
sociedad, obligando a todos los ciudadanos a ser sus cómplices.
Esta es la revolución que no fue. Otra
gran oportunidad perdida. Cuando por fin se pueda descorrer el velo de la
opacidad y mirar y analizar claramente las cuentas, se podrá también entonces
evaluar justamente todos estos procesos. ¿De qué no se habla? ¿Qué se calla? La
historia de los silencios oficiales es la historia verdaderamente importante,
la que puede explicar mucho de todo lo demás. Los negocios de la patria que no
tienen colores ni ideología. Sólo tienen secretos.
Según la ex presidenta del Banco
Central se otorgaron más 20 millardos de dólares a empresas fantasmas o de
maletín. A los pocos días, fue despedida, la convirtieron a ella en fantasma.
Pero ya no se habló más del asunto. Ese hueco negro es una parte fundamental de
nuestro presente. Un país que cada vez parece menos país y más casino.
La escasez bolivariana nos delata: no
hay rollos de papel tualé. Tampoco hay boletos de avión para ningún lado en los
próximos cinco meses.
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