Américo Martín 13
de septiembre de 2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
I
La Primera Declaración de La Habana
fue aprobada en la Plaza de la Revolución el 2 de septiembre de 1960.
Concurrieron cientos de miles de cubanos y extranjeros. El caudillo lee su
documento y lo somete a votación a brazo alzado. Fidel quiere crear una nueva
Meca revolucionaria de ámbito latinoamericano o mejor, tercermundista. La sede
será Cuba y el líder, él mismo. El objetivo, como era de esperarse, muere en lo
declarativo porque abarca demasiado sin tomar en cuenta el fuerte
enfrentamiento de las tendencias ideológicas mundiales. En esa primera
declaración, se observa un fuerte énfasis antiimperialista y un aplicado repaso
de las intervenciones gringas en América Latina, pero su objetivo central es de
vocación más específicamente cubana que internacional.
Para defender a Cuba de un choque con
los gringos, la Declaración trata de arrastrar a la URSS a un eventual
conflicto -¡incluso nuclear!- si la isla fuera atacada por los marines. El
enfoque de Fidel está impregnado de astucia criolla y de hechos cumplidos. Para
allanarle el camino a su poderoso nuevo amigo sugiere que una respuesta nuclear
soviética sería una respetable acción defensiva.
Hablando por los soviéticos, dice
textualmente:
-
En caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares
imperialistas “la justa” respuesta de Moscú “no podría juzgarse como un acto de
intromisión soviético”.
Lo hablado tal vez en la informalidad del
secreto entre Fidel y el Politburó del PCUS el caudillo lo tiraba a la calle
como un fait accompli. Se proponía meter el disuasivo nuclear soviético en su
pugna con EEUU. La URSS tenía fuertes canales con Washington como para quitarle
sentido a tan terrible designio, sin dejar mal parado al líder cubano, pero el
desenfado fidelista le resultaría desagradable.
II
El 4 de Febrero de 1962, el mismo
escenario, otra vez con masiva concurrencia, Fidel somete a la multitud el
proyecto de Segunda Declaración de La Habana. También antiimperialista, este
flamante documento tiene un estilo menos romántico, menos caribeño, más dentro
de los criterios de la ortodoxia comunista y sin embargo por su contenido es
una poderosa exaltación del voluntarismo antimarxista. También es más
directa la implicación del caudillo en
las políticas de Latinoamérica y el
Tercer Mundo.
Postula agresivamente la lucha armada,
rechaza –en coincidencia con Mariátegui y los posteriores autores de la Teoría
de la Dependencia- cualquier posible participación de las burguesías nacionales
en la revolución socialista y de manera muy categórica postula la teoría de que
esa revolución debe iniciarse por la vía armada, a partir de un pequeño foco de
sacrificados luchadores.
Es una novedad, sin duda. Las guerras
suponen la existencia de ejércitos enfrentados. No lo niega Fidel, pero antes
de llegar a ese nivel hay que construir pequeños focos bien organizados,
entrenados y con buena capacidad de desplazamiento. El foco calentará el
cuarto.
¿Y las elecciones? De eso, nada. El
método pacífico electoral es iluso, vano y acomodaticio. En adelante, esa tonta
idea desaparecerá No existe ni existirá, semejante camino, asienta expresamente
la Declaración leída con voz alta y altiva por Fidel.
¿“No existe ni existirá”?
Bueno, siete años después Allende toma
electoralmente la primera magistratura con el ruidoso respaldo de Fidel y el
entusiasmo de todos los revolucionarios armados o inclinados a las armas de
Latinoamérica. Allende siempre respaldó a Fidel pero en todo momento defendió
la vía pacífica para Chile y demostró dos cosas: que tenía razón contra Fidel y
que admirarlo no significaba someterse a su liderazgo.
El problema vino después. En la Unidad
Popular los sectores más radicales impusieron gradualmente la tónica. Allende
venció a Alessandri con una minúscula ventaja de 1.03%. Por eso debió su
nombramiento a la democracia cristiana (28%). Sin Frei y Tomic jamás lo
hubiesen investido. Siendo minoría en el país y el Congreso, se esperaba una
gestión de izquierda moderada en el marco institucional.
III
En principio intentó hacerlo pero la
feroz presión de su radicalizado partido y del resto de la izquierda
revolucionaria lo lanzó por el despeñadero. Procedió a aplicar medidas que en
todas partes han fracasado: las expropiaciones “ideológicas”, la autogestión y
cogestión, el extremismo retórico y amenazante. Para colmar este curioso
viraje, el gobierno invitó a Fidel por un largo mes. El caudillo la aprovechó
para desplegar una intensa actividad que
suscitó fuertes reacciones en militares y conservadores. Sobrevino lo de
siempre: retroceso económico, inflación, desabastecimiento, crecientes
protestas populares. Se inquietaron los militares. Para asociarlos a su
gobierno y contener los reclamos sociales, Allende facilitó la militarización
del orden público, medida a la postre funesta. Los uniformados, con el feroz
Pinochet al frente, derrocaron a Allende, quien merecía mejor suerte. La CIA,
Nixon y Kissinger alentaron la conspiración porque se sentían mucho más fuertes
que ahora, pero la furia fundamentalista sirvió la mesa para el desastre
El presidente Maduro tiene una visión
risueña del suceso chileno. No ve el peligro social que lo amenaza. Para
defenderse de una sacudida interna, inventa conspiraciones, magnicidios y
sabotajes. Sin embargo no puede eludir el problema real. Llama acertadamente a
los empresarios privados a “remar” con su gobierno, pero desde sus propias filas
–seguramente para molestarlo- los acusan de urdir conspiraciones.
¡Qué tragedia en ciernes! ¿Dónde
encontrar una mano amiga, rodeado como está de lealtades insidiosas? Piensa, Maduro. ¿A quién le conviene
perpetuar este drama? ¿A quién favorecería otro Pinochet? Para impedir el
desastre, la salida, la única, es reunificar al país más allá de pasiones
sectarias. Estás en un hueco, amigo. Por
favor, no sigas cavando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico