ANGEL OROPEZA miércoles 25 de septiembre de 2013
@angeloropeza182
La anterior es una de las expresiones
que se suelen recoger por allí, sobre todo de la boca de algunos miembros de
nuestro inmenso pueblo opositor. Dado el
potencial efecto desesperanzador y frustrante que puede tener dar esa oración
por cierta, es necesario discutir abiertamente sobre su veracidad. Y ello pasa
por definir qué significa eso de que votamos y supuestamente no ha servido para
nada.
El "no pasa nada" es
esencialmente un juicio perceptual -y, por tanto, subjetivo- que es en parte
explicable por 2 razones: por un lado, el entendible cansancio de la gente,
luego de 3 lustros de oscurantismo, ante la evidencia de un país que se empobrece
a pasos agigantados en medio de una orgía de dólares petroleros que sólo
disfrutan los ricos del Gobierno. Y, por
la otra, la dificultad para percibir los cambios que, aunque reales y
progresivos, no suelen ser tan evidentes como algunos quisieran.
La cotidianidad y cercanía con
cualquier realidad a veces dificulta darse cuenta de los cambios que esa
realidad experimenta. Así, los visitantes eventuales del niño pequeño son más
hábiles en percibir las transformaciones y cambios físicos en el infante que
sus propios padres, quienes conviven con él a diario. Igual pasa con quien
tiene tiempo sin vernos, o el amigo que hace rato nos dejó y ahora nos visita.
Pero el que a veces los cambios nos pasen frente a los ojos y no reparemos en
ellos, dada la excesiva proximidad de quienes sufrimos la realidad con ella
misma, no significa que tales cambios no estén ocurriendo.
Lo cierto es que, contrario a la
expresión a que hemos hecho referencia, en Venezuela votar ha producido, y
continúa haciéndolos, cambios muy importantes. La victoria popular del 14 de
abril pasado pudo ser secuestrada en su dimensión formal por las instituciones
corrompidas de un gobierno decadente, pero no ha podido ser erradicada del
sentimiento colectivo. En otras palabras, si bien no se ha logrado -mientras
tanto- la toma formal del poder, ya el pueblo ha alcanzado un despertar de
conciencia que luce difícil de revertir, y que tiene evidentes consecuencias
conductuales.
Algunas de estas consecuencias son las
más de 450 protestas mensuales que se registran mensualmente en nuestro país,
producto de la indignación del pueblo ante la indolencia de la oligarquía
gobernante; y el desarrollo y profundización de una organización popular que
avanza a pesar de las presiones e intentos de compra de dignidad por parte de
los poderosos, y de la exitosa estrategia de invisibilidad mediática hacia todo
lo que no huela a genuflexión gobiernera. Pero, además, el estado calamitoso
del país, con "emergencias" en lo económico y lo alimentario, en
vialidad e infraestructura, en salud, seguridad, educación, y en todas las
áreas de la vida de los venezolanos, es producto de la imposibilidad de que el
madurocabellismo pueda levantar cabeza. ¿Y esto por qué? Porque existe un
vínculo necesario y fundamental entre ilegitimidad y capacidad para la solución
de los problemas sociales. Un gobierno ilegítimo es estructuralmente incapaz de
reconocer, abordar y resolver la problemática social. Y esa ilegitimidad quedó
al descubierto porque votamos y ganamos el 14 de abril.
A Maduro y a Cabello nadie les para,
nadie los toma en serio. Tienen poderes, armas, escoltas y mucha plata, pero no
tienen autoridad. Su auctoritas -la cual sólo existe cuando hay reconocimiento
a la moralidad y legitimidad socialmente aceptada de un mandato- es tan
precaria como risible. Por eso la
insistencia en la amenaza y el miedo, porque es la única forma de obtener, ya
no obediencia, sino al menos simple acatamiento.
Maduro y Cabello tienen un plomo
inmenso en el ala debido a su ilegitimidad. El país reclama por los cuatro
costados un cambio, y eso es consecuencia de haber votado y de haber ganado el
14 de abril. Por ello lo más inteligente y políticamente más efectivo, -porque además ha demostrado ser la única
estrategia exitosa tras 15 años de lucha- es
insistir en el camino de la organización popular, la acumulación de
espacios de poder y la vía del voto vigilante, como herramientas de
transformación social y de cambio político. El camino ya se inició, y para que
pasen más cosas de las que ya están ocurriendo, hay que hacerlo cada vez más
masivo y extenso, aunque al Gobierno le encantaría -porque, de hecho, es su
única esperanza para evitar la debacle- que se abandone en manos de la
desesperanza y la inacción.
Desde todos los rincones del país,
soplan vientos de cambio. Y soplan, porque hicimos evidente que somos mayoría a
punta de organización y de votos. A los amigos que piensan, en su buena fe, que
votamos y no pasa nada, hay que recordarles que
para conquistar efectivamente el poder, había que primero conquistar al
país. Y esta última tarea, si bien es un trabajo cotidiano y un compromiso
permanente, ya se alcanzó. Sobre esa poderosa base, lo primero es sólo cuestión
de tiempo.
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