ALBERTO BARRERA TYSZKA 22 DE SEPTIEMBRE 2013
Ocurre así: entro apurado al
supermercado. Tengo que comprar ajo, alcachofas y tomates pero, de repente,
sólo me encuentro con una crisis de identidad. Frente a cada caja de cobro hay
una fila de casi veinte personas. Son ristras de gente que se van ordenando por
los pasillos y le dan al local una singular imagen de dependencia pública. Al
ver mi mueca de desconcierto, una señora me explica: “¡Hay papel!”. Alguien,
más atrás, añade: “Pero sólo cuatro rollos por persona”. Y al final alguno
suelta un chiste, un juego de palabras con el culo y la cola de la patria.
Todos ríen pero yo, de pronto, me deprimo. Sólo siento un vacío.
Quizás debamos pensar que tenemos una
idea equivocada de nosotros mismos. Nuestro imaginario cultivó por años la
ilusión de que somos un pueblo guerrero, de que nuestra naturaleza anímica no
tolera injusticias y no se resigna fácilmente. Siempre hemos creído y nos hemos
jactado de ser frenteros y frontales. En todos los ámbitos, en cualquier bando
político, de esa concepción épica de nuestra identidad no se salva nadie. ¿Qué
somos los venezolanos? Hasta inventamos una palabra que pretende definir
nuestro exceso corajudo: somos unos cuatriboleados. Desde Bolívar para acá,
tenemos esféricas para exportar.
Pero, de pronto, comenzamos a dudar.
Empezamos a sentir que todo eso es mentira. Que tal vez no somos tan así. Que
quizás, incluso, somos de otra manera. Estos días están haciendo añicos nuestra
imagen. El espejo cruje y se derrumba. La realidad nos dice que hay más
complicidades que heroísmo, que hay más oportunismo que moral y luces, que del
“Gloria al bravo pueblo” queda poco, que las mafias mandan más que la ley, que
el billete seduce, soborna o domina la virtud y el honor, que la patria en el
fondo puede ser tan sólo un gran negocio.
Toma al azar cualquier caso. Ahí está
Globovisión, por ejemplo. ¿Alguien recuerda las promesas éticas de Zuloaga?
¿Dónde fueron sus predicamentos, su compromiso con la noticia, con la
información, con la verdad? ¿Qué pasó con la convocatoria a la ciudadanía a
pagar la deuda que le impuso el Gobierno al canal? Todo de pronto se evaporó.
Por supuesto que Globovisión tenía errores, sesgos, programas pésimos… pero era
el único espacio televisivo para la diversidad, para la crítica y la protesta.
Eso fue lo que se vendió, lo que se le entregó al poder. La vocación
totalitaria del Gobierno, la implementación de una nueva tiranía mediática,
también tiene sus cómplices. El autoritarismo en Venezuela se legitima con
dólares.
Otro ejemplo peculiar es el caso del
teniente Andrade. Es insólito y vergonzoso cómo el Gobierno se ha empeñado en
invisibilizarlo. Simplemente no existe. Como otra cantidad de escándalos de
corrupción, Andrade no forma parte de lo real. De eso no se habla. Pero el
Country Club, ese emblema de la godarria, de la exclusividad, de la supuesta
riqueza moralmente genuina del país, hace exactamente lo mismo. Lo aceptaron y
lo invisibilizan. Hay un punto donde la corrupción diluye las ideologías y ya
no importa que el dólar negro sea en verdad un dólar rojo. Es ahí donde todas
las palabras se vuelven cáscaras. Donde se caen los disfraces. Donde los
revolucionarios y contrarrevolucionarios son socios. Compinches.
La quinta república se está
convirtiendo en una gigantesca escuela de la complicidad y del saqueo. El
Gobierno se dedica a convertir la burocracia en un altar cada vez más
rimbombante y ridículo, mientras mantiene intactas las estructuras que permiten
que el control de cambio sea una de las fuentes principales de riqueza del
país. La corrupción mueve la economía. Después de década y media, no hay
hombres nuevos sino nuevos ricos. El poder vive para ocultar sus ilícitos
mientras los ciudadanos hacemos filas y chistes. Todos nos preguntamos dónde
están los reales. Los maduristas de hoy son los escuálidos del mañana. Tal vez
sólo esperamos que llegue alguien a prometernos freír sus cabezas en aceite. La
cola sigue. Sólo cuatro rollos por persona.
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