Santiago Quintero Lunes, 28 de octubre de 2013
Venezuela pareciera ser
una de esas desafortunadas mujeres que se enamoran de una pareja que la veja,
golpea, humilla y maltrata. Su autoestima es lo suficientemente baja como para
permitir que el Estado genere cualquier abuso y ella permanecer leal a quien la
castiga
Si no se conoce lo que se tiene, se
corre el riesgo de no tenerlo. Si no se sabe lo nos pertenece, terminará por
perderse. Si no se sabe lo que somos, terminaremos por no encontrarnos. La
ignorancia nos atrapará en su cómoda poltrona donde nos llena de conformismo e
induce con su rutinario sopor el hábito de acostumbrarnos a olvidarnos de
nuestro bienestar. De esa manera propiciamos que el Estado no atienda al
ciudadano y sus requerimientos. De esa forma permitimos que los problemas
continúen multiplicándose y generando otros, hasta ahogarnos en la displicente
agonía colectiva.
Venezuela pareciera ser una de esas
desafortunadas mujeres que se enamoran de una pareja que la veja, golpea,
humilla y maltrata. Su autoestima es lo suficientemente baja como para permitir
que el Estado genere cualquier abuso y ella permanecer leal a quien la castiga.
Ya es hora que sus hijos tomen por un brazo al concubino maltratador y lo echen
de la casa. Su madre ha perdido el sentido de la dignidad y su humildad ha sido
exacerbada por el poder que se ufana de su indefensión y de su indigencia. A
esa condición de postración y rendición concupiscente, es a lo que el
maltratador llama Patria. A la negación total de los derechos de la Nación con
la propia aceptación de la renuncia por parte de la víctima, llena de hematomas
y magulladuras. El salvaje opresor fuerte es el que prevalece, mientras el
intelectual consciente pasivo, se ocupa de contar las hojas de la hierba-
calendario mientras crece. Uno activa el castigo maltratador y el otro lo
permite, en un juego donde el amor al país está ausente y la conveniencia y el
acomodo apremian.
Mientras tanto, la Nación de la rica
herencia va a las colas de la harina, el aceite, el pollo, el papel sanitario,
la leche evaporada, a mendigar un caro mendrugo, a pedir por caridad su acceso
a las sobras del festín de los colorados reinantes, de los orcos enflusados, de
los combatientes regordetes y la milicia panzuda, obesa de ocio y laxitud.
Y en cada una de ellas, recibe a
empellones, el maltrato del nuevo sistema que surgió para “dignificarla” y
darle “la Patria” que no tenía, es decir, el maltrato ,la grosería, el basurero
de los valores y principios, las sobras del mercado y el mercado de las sobras,
la violencia con saña hacia el niño, la mujer y el anciano, porque en el país
de los orcos, los débiles carecen de la virtud de defenderse al encontrarse en
la” Patria” donde los derechos ciudadanos no comprometen al Estado, no se
firman ni se respetan, porque son el “escuálido” escudo detrás del cual
establece su “guarimba” la “contrarrevolución”.
Así el derecho a la vida y a la
libertad son no esenciales, porque la “Patria” puede prescindir de sus
ciudadanos cultos, de sus empresarios esforzados, de sus emprendedores
decididos, de sus agricultores empeñados, de sus estudiantes disciplinados, de
sus creativos talentosos. No necesita la Patria de la producción de bienes ni
de servicios. No necesita de la propiedad privada de los ciudadanos que los
haga libres. Necesita de la esclavitud del Pueblo rebautizada rimbombantemente
con el nombre de Independencia. Y que viva el papelillo y la serpentina del
pasquín de la Revolución disfrazada de la Verdad del Pueblo.
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