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viernes, 18 de octubre de 2013

LA GUERRA ECONÓMICA

Américo Martín 11 de octubre de 2013
mermart@yahoo.com 
@AmericoMartin

I

El ejecutivo nacional, con el presidente Maduro a la cabeza, se ha propuesto construir una “causa” tejida alrededor de lo que insistentemente llama “la guerra económica”. Alude a una especie de conflagración provocada por sórdidos intereses con el fin de sabotear la gestión del gobierno. Se supone que deberíamos creer algo como esto: las líneas maestras diseñadas por el régimen bolivariano en el vasto campo de la economía y finanzas, no pueden dar el resultado esperado porque una satánica alianza se ha consagrado a sabotearlas. Es un frente de gran peligrosidad que ha tomado a Venezuela como el primero y principal de sus objetivos.


Los voceros oficialistas nos han hecho saber que los componentes de la conjura son el imperio yanqui y la derecha fascista. De no ser por la siniestra guerra económica que desataron contra el país, seríamos tal vez la nación más desarrollada del hemisferio después de EEUU. No estaríamos abochornados por ser el único entre los socios de la OPEP que no crece ni se libera del fantasma inflacionario, ni por ser uno de los tres países del continente con peor desempeño en producción de alimentos. No viviríamos el peligro de nuevas devaluaciones del bolívar. La antes próspera PDVSA no estaría tan maltrecha, con su producción estancada y a merced de los acreedores internacionales.

Las causas de la insondable crisis de la economía han sido bien establecidas por los mejores exponentes de la ciencia económica. Hay coincidencia entre todos ellos, e incluyo a gente ligada al principal partido de gobierno. Lo que se desprende de la opinión especializada es que el modelo barnizado externamente de socialismo y las principales medidas de control de variables son insostenibles: cambio, precios e intereses.

II

Nadie, que recuerde, ha defendido explícitamente que las medidas dictadas por el gobierno hayan dado algún resultado más o menos resaltable. Pero como se trata de políticas insostenibles, los asesores del régimen han desplegado una  histérica campaña contra “la guerra económica”. Como explicaré de seguidas, en el fondo de esta argucia hay un contrabando, un juego de espejos: si bien la cúpula del poder admite la crisis que está padeciendo Venezuela, traslada la responsabilidad a los enemigos del gobierno  para no tener que asumirla ella, como sería obvio.

Las barrabasadas de Giordani o de Ramírez no contarían a la hora de exponer causas; la irresponsable proliferación de cooperativas que nunca fueron tales, habría sido de efectos neutros, aunque las camionadas de dinero usado para poner en órbita esta alocada fantasía se hayan perdido en los entreveros de la corrupción. La mortalidad de cooperativas ha batido el record mundial. Tampoco contarían los fundos zamoranos, las tomas de fincas en producción, la cogestión y autogestión en empresas básicas pari passu con la destrucción de empresas privadas agrícolas e industriales.

El asedio contra inversionistas nativos y foráneos da cuenta de la fuga de capitales y dramática desinversión que nos han hecho más dependientes del petróleo y por lo tanto lo más próximo a una economía de puertos. En ninguno de esos disparates aparece la sombra imperial o de la tal derecha del país.

Por eso han pretendido solapar todo ese naufragio, probado y certificado, con la ruidosa “guerra económica” que, puñal en boca, estarían desatando imperialistas y derechistas. De victimario de su propio pueblo, Maduro sería metamorfoseado para que aparezca como víctima de fuerzas oscuras.

Hablar de guerra económica es un calmante. Se sabe del gran malestar que se levanta desde el suelo al cielo del chavo-madurismo, de las dudas sobre la legitimidad de Maduro y las certezas sobre su impotencia para encarar la arisca realidad. Tiene que ser un problema de muy difícil digestión la forma como un régimen supuestamente obrerista o en todo caso afín al marxismo agrede e insulta a los trabajadores, a los que despojó de sus contratos colectivos y desconoció la libertad sindical, el derecho de huelga y otros distintivos que vienen de lo profundo de la historia del movimiento obrero mundial y venezolano. Amenazar y perseguir con odio a la ilustre vanguardia de la vanguardia obrera que en criterio generalizado la encarna la brava masa laboral metalúrgica y minera del estado Bolívar, es una grotesca evidencia de la naturaleza antiobrera, antipopular de un régimen paradójicamente formado en la fe irreductible en la clase trabajadora. Nunca los trabajadores venezolanos fueron tan despojados, tan humillados, tan perseguidos como lo son ahora.

III

El fuerte desarrollo de Ciudad Guayana tomó un ímpetu arrollador durante el gobierno del presidente Betancourt, cuyo sueño, según proclamó, era hacer de esa región el Pittsburgh venezolano. ¡Menuda tarea, que bajo la conducción de Sucre Figarella estuvo cerca de materializarse! Con sus yacimientos de carbón, estupenda localización y volcánico desarrollo de la industria del acero, Pittsburgh sigue siendo hoy una de las más impresionantes ciudades industriales del mundo.

Si a ver vamos, la guerra económica es la que ha venido realizando esta lamentable y pomposa revolución. Que semejante retórica salte precisamente ahora a la palestra, lo explica sin duda el deterioro acelerado del bloque oficialista, el malestar de civiles y militares castigados por la crisis y una fecha de calendario: 8 de diciembre. El gobierno necesita afincarse en las armas, no en el voto. La Habilitante, en la que ellos creen puede ser el arma para encaminarse hacia una monarquía absoluta. Con el poder empuñado Maduro podría encarcelar líderes opositores y posponer illo tempore las elecciones municipales.

Tendríamos una dictadura confesa –ojalá no- con la hoja de parra de un acto legislativo.


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