Américo Martín 11
de octubre de 2013
mermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
El ejecutivo nacional, con el
presidente Maduro a la cabeza, se ha propuesto construir una “causa” tejida
alrededor de lo que insistentemente llama “la guerra económica”. Alude a una
especie de conflagración provocada por sórdidos intereses con el fin de
sabotear la gestión del gobierno. Se supone que deberíamos creer algo como
esto: las líneas maestras diseñadas por el régimen bolivariano en el vasto
campo de la economía y finanzas, no pueden dar el resultado esperado porque una
satánica alianza se ha consagrado a sabotearlas. Es un frente de gran
peligrosidad que ha tomado a Venezuela como el primero y principal de sus
objetivos.
Los voceros oficialistas nos han hecho
saber que los componentes de la conjura son el imperio yanqui y la derecha
fascista. De no ser por la siniestra guerra económica que desataron contra el
país, seríamos tal vez la nación más desarrollada del hemisferio después de
EEUU. No estaríamos abochornados por ser el único entre los socios de la OPEP
que no crece ni se libera del fantasma inflacionario, ni por ser uno de los
tres países del continente con peor desempeño en producción de alimentos. No
viviríamos el peligro de nuevas devaluaciones del bolívar. La antes próspera
PDVSA no estaría tan maltrecha, con su producción estancada y a merced de los
acreedores internacionales.
Las causas de la insondable crisis de
la economía han sido bien establecidas por los mejores exponentes de la ciencia
económica. Hay coincidencia entre todos ellos, e incluyo a gente ligada al
principal partido de gobierno. Lo que se desprende de la opinión especializada
es que el modelo barnizado externamente de socialismo y las principales medidas
de control de variables son insostenibles: cambio, precios e intereses.
II
Nadie, que recuerde, ha defendido
explícitamente que las medidas dictadas por el gobierno hayan dado algún
resultado más o menos resaltable. Pero como se trata de políticas
insostenibles, los asesores del régimen han desplegado una histérica campaña contra “la guerra
económica”. Como explicaré de seguidas, en el fondo de esta argucia hay un
contrabando, un juego de espejos: si bien la cúpula del poder admite la crisis
que está padeciendo Venezuela, traslada la responsabilidad a los enemigos del
gobierno para no tener que asumirla
ella, como sería obvio.
Las barrabasadas de Giordani o de
Ramírez no contarían a la hora de exponer causas; la irresponsable
proliferación de cooperativas que nunca fueron tales, habría sido de efectos
neutros, aunque las camionadas de dinero usado para poner en órbita esta
alocada fantasía se hayan perdido en los entreveros de la corrupción. La
mortalidad de cooperativas ha batido el record mundial. Tampoco contarían los
fundos zamoranos, las tomas de fincas en producción, la cogestión y autogestión
en empresas básicas pari passu con la destrucción de empresas privadas
agrícolas e industriales.
El asedio contra inversionistas
nativos y foráneos da cuenta de la fuga de capitales y dramática desinversión
que nos han hecho más dependientes del petróleo y por lo tanto lo más próximo a
una economía de puertos. En ninguno de esos disparates aparece la sombra
imperial o de la tal derecha del país.
Por eso han pretendido solapar todo ese
naufragio, probado y certificado, con la ruidosa “guerra económica” que, puñal
en boca, estarían desatando imperialistas y derechistas. De victimario de su
propio pueblo, Maduro sería metamorfoseado para que aparezca como víctima de
fuerzas oscuras.
Hablar de guerra económica es un
calmante. Se sabe del gran malestar que se levanta desde el suelo al cielo del
chavo-madurismo, de las dudas sobre la legitimidad de Maduro y las certezas
sobre su impotencia para encarar la arisca realidad. Tiene que ser un problema
de muy difícil digestión la forma como un régimen supuestamente obrerista o en
todo caso afín al marxismo agrede e insulta a los trabajadores, a los que
despojó de sus contratos colectivos y desconoció la libertad sindical, el
derecho de huelga y otros distintivos que vienen de lo profundo de la historia
del movimiento obrero mundial y venezolano. Amenazar y perseguir con odio a la
ilustre vanguardia de la vanguardia obrera que en criterio generalizado la
encarna la brava masa laboral metalúrgica y minera del estado Bolívar, es una
grotesca evidencia de la naturaleza antiobrera, antipopular de un régimen
paradójicamente formado en la fe irreductible en la clase trabajadora. Nunca
los trabajadores venezolanos fueron tan despojados, tan humillados, tan
perseguidos como lo son ahora.
III
El fuerte desarrollo de Ciudad Guayana
tomó un ímpetu arrollador durante el gobierno del presidente Betancourt, cuyo
sueño, según proclamó, era hacer de esa región el Pittsburgh venezolano.
¡Menuda tarea, que bajo la conducción de Sucre Figarella estuvo cerca de
materializarse! Con sus yacimientos de carbón, estupenda localización y
volcánico desarrollo de la industria del acero, Pittsburgh sigue siendo hoy una
de las más impresionantes ciudades industriales del mundo.
Si a ver vamos, la guerra económica es
la que ha venido realizando esta lamentable y pomposa revolución. Que semejante
retórica salte precisamente ahora a la palestra, lo explica sin duda el
deterioro acelerado del bloque oficialista, el malestar de civiles y militares
castigados por la crisis y una fecha de calendario: 8 de diciembre. El gobierno
necesita afincarse en las armas, no en el voto. La Habilitante, en la que ellos
creen puede ser el arma para encaminarse hacia una monarquía absoluta. Con el
poder empuñado Maduro podría encarcelar líderes opositores y posponer illo
tempore las elecciones municipales.
Tendríamos una dictadura confesa
–ojalá no- con la hoja de parra de un acto legislativo.
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