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lunes, 21 de octubre de 2013

Parlamento bajo mordaza, por @Mario_Villegas


Por Mario Villegas, 20/10/2013
Columna de Puño Y Letra

Cuando el diputado comunista Pedro Ortega Díaz tomó aquel día el micrófono no imaginaba que su intervención en cámara plena, más allá de los contenidos políticos que la sustentaban, iba a quedar registrada como la más larga de toda la historia parlamentaria venezolana. El legislador comunista se extendió nada menos que por siete horas y media, un maratónico récord todavía no superado y que apenas aparece secundado por una disertación de su entonces camarada y también diputado Guillermo García Ponce, la cual se extendió por cerca de seis horas en aquella misma época.

Corrían los años iniciales de la década de los sesenta y con ellos del naciente puntofijismo, en pleno régimen betancurista, cuyos zarpazos terminaron dando al traste con la inmunidad parlamentaria de los senadores y diputados del Partido Comunista de Venezuela y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. El espejismo de la lucha armada, que había seducido y enceguecido a las direcciones políticas de la izquierda, se conjugaron armónicamente con la vocación exclusionista y represiva del betancurismo.

Pero volvamos a la marca implantada por Pedro Ortega Díaz. Tras la derrota político militar de la aventura armada y el fracaso abstencionista de 1963, los comunistas volvieron al parlamento luego de las elecciones de 1968, en las que subrepticiamente apoyaron con la tarjeta de Unión Para Avanzar (el PCV se mantenía ilegalizado) la candidatura presidencial de Luis Beltrán Prieto Figueroa. En los treinta años que transcurrieron desde entonces hasta 1998, la duración de las intervenciones en cámara, tanto de los diputados como de los senadores, siempre estuvo limitada por los respectivos reglamentos. Pero, al menos que yo recuerde, jamás fueron recortadas a menos de media hora con una extensión adicional de un cuarto de hora más, para un total de 45 minutos continuos.



Es así como, las voces de la disidencia, bien sea de orientación izquierdista o de cualquier otro signo, se expresaban en aquel parlamento cuartorrepublicano con la más absoluta libertad. Aparte, por supuesto, de no ser irrespetadas y vejadas como ahora por las autoridades de la cámara, ni mucho menos por espontáneos presentes o barras partidistas llevadas a las galerías.

No resulta comprensible, menos aún digerible, que un proyecto político que se proclama democrático, participativo e inclusivo, como es el caso del chavismo, haya venido recortando progresivamente la duración de las intervenciones de los parlamentarios, al extremo de llevarlas a apenas cinco minutos. Las muchas modificaciones al reglamento interior y de debates impuestas por el oficialismo han sido a contrapelo de la función parlamentaria y legislativa de la Asamblea Nacional.

¿De qué se trata? ¿Se trata de parlamentar, de debatir, de analizar en profundidad los temas y problemas de interés nacional para fijar democráticamente criterios políticos, ejercer cabalmente la función contralora y producir efectivos instrumentos legales? ¿O se trata, más bien, de cercenar la participación, de asfixiar la expresión de las ideas, de impedir el debate y, en definitiva, de amordazar a los parlamentarios, sean oficialistas o de oposición, y con ellos al propio parlamento?

Con la restricción de las intervenciones a solo cinco minutos, para que un diputado, cualquiera sea su adscripción política, cubra las siete horas y media que en una sola intervención consumió el recordado Pedro Ortega Díaz, tendría que ejercer el derecho de palabra en noventa sesiones diferentes. Y yo me atrevo a asegurar que la inmensa mayoría de los diputados, tanto chavistas como opositores, no alcanzará a intervenir en esa cantidad de sesiones de cámara aun sumando los cinco años completos de todo el periodo legislativo.

Si a ver vamos, la reducción de las intervenciones de los parlamentarios, tanto en número como en tiempo, en nada ha elevado significativamente la producción legislativa de la Asamblea Nacional. Máxime si se toma en cuenta la reiterada práctica roja rojita de renunciar y transferirle al Presidente de la República, antes a Hugo Chávez y ahora a Nicolás Maduro, las facultades constitucionales para legislar en todas las materias.

Haber pasado de las siete horas y media de Pedro Ortega Díaz a los cinco minutos que hoy administra Diosdado Cabello ha resultado un tijeretazo a la democracia parlamentaria. Tenemos, en desgracia, un parlamento prácticamente amordazado.

Pero no es solo en razón del tiempo, sino también de la discrecionalidad con la que éste es manejado desde la cúspide del hemiciclo. La medida de silenciar por un mes a dos diputados de oposición, Nora Bracho y Julio Borges, va al corazón mismo de la representación popular. El castigo deja momentáneamente sin vocería a los miles de electores que catapultaron a ambos a la Asamblea. ¿El pretexto? Un presunto irrespeto a la majestad del parlamento y a la investidura del presidente Maduro. Conclusión: hay irrespetos malos e irrespetos buenos. Los que vienen de la oposición siempre serán malos, mientras que los del diputado Cabello -y los de los suyos- siempre serán buenos.

BREVES

Solidaridad
*Absoluta y total mi solidaridad con los colegas del diario 2001, víctimas de la intemperancia gubernamental. Seriedad y responsabilidad personal, así como una conducta profesional ajustada a la ética periodística, son características que prevalecen entre quienes tienen a su cargo la conducción del periódico, empezando por su directora, Luz Mely Reyes, su jefe de redacción, Omar Luis Colmenares, y su jefe de información, Juan Ernesto Páez Pumar. A todos ellos, así como al resto del equipo, mis palabras de aliento frente a los estrambóticos ataques de que son objeto desde la cúspide del poder y de los intentos por imponerles una inaceptable censura.


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