Por MARIA TERESA ROMERO 20 octubre 2013
@mt_romero
Como se sospechaba, el presidente
venezolano Nicolás Maduro finalmente anunció que no asistiría ni al IX
Encuentro Empresarial Iberoamericano ni a la XXIII Cumbre Iberoamericana,
celebrados ambos en Panamá, entre el 16 y el 19 de octubre. La cumbre de
presidentes en particular, es una cita importante porque allí se plantea la
renovación de este mecanismo de diálogo y cooperación política con una serie de
reformas que deben ser ratificadas por los mandatarios miembros. Hubiese sido
una gran oportunidad para plantear su posición y la de sus socios
latinoamericanos.
En los últimos meses, las salidas al
exterior de Maduro han sido contadas y sólo hacia sus socios estratégicos.
Después de su visita oficial a China, a finales de septiembre, con el objetivo
fundamental de pedir al gigante asiático más préstamos financieros para paliar
la dramática situación económica venezolana, no ha vuelto a viajar. De hecho
canceló a última hora su presencia en la Asamblea General de las Naciones
Unidas, en Nueva York, a causa de “dos provocaciones” graves contra él, de los
que responsabilizó a los cubano estadounidenses Otto Reich, Roger Noriega y
Luis Posada Carriles.
Pero, realmente, ¿por qué Maduro se
está replegando internacionalmente, evitando visitar gobiernos democráticos y
organismos multilaterales en los que no tiene gran control e influencia?
No creo que sea por temor a las
críticas que algunos de esos gobiernos puedan hacerle en público. En realidad,
son pocos los que por razones diplomáticas y comerciales se atreverían a
cuestionarle su modo de actuación interna cada día más militarizada y
radicalizada, violatoria de la constitución y los derechos ciudadanos,
especialmente los de la oposición democrática. Una actuación ya abusiva y
autoritaria que quiere coronar con la muy posible aprobación de una nueva Ley
Habilitante que le daría luz verde para gobernar por decreto durante un año,
bajo el argumento de combatir la corrupción que aqueja al país y lo que él llama
una “guerra económica”.
Ni siquiera creo, en el caso
específico de la Cumbre Iberoamericana, que su inasistencia tenga que ver con
las posibles protestas que su presencia hubiese provocado. En recientes
declaraciones, el ex embajador de Panamá ante la OEA, Guillermo Cochez,
advirtió a Maduro que la mayoría de los panameños no lo quieren en la Cumbre
Iberoamericana y que repudiarían con protestas su presencia. Para el
diplomático, es inconcebible que ” en una cumbre democrática se presente
alguien que, como Nicolás Maduro, no ganó elecciones, hizo fraude y, para
colmo, no es venezolano”. Las protestas y críticas a su presencia, más bien
hubiesen podido fortalecer la imagen del pupilo de Hugo Chávez sobretodo en el
mundo de la izquierda radical latinoamericana.
Tampoco pareciera que tenga gran peso
en su decisión de no asistir a esa Cumbre y en general de aislarse del mundo
democrático, su manifiesto rechazo a cualquier ente o mecanismo multilateral
que no secunde la idea bolivariana y revolucionaria de una “integración
alternativa”, como la que siguen los miembros de la Alianza Bolivariana para
los Pueblos de América (ALBA) y toleran buena parte de los miembros del
MERCOSUR y UNASUR.
Aun cuando llama la atención la
insistencia por parte del presidente Maduro y los otros mandatarios miembros de
la ALBA en las últimas semanas, en torno a la necesidad de luchar por una
integración “revolucionaria real” y en contra de las bloques de alianza y unión
capitalistas de la derecha mundial. De allí, por ejemplo, sus fuertes críticas
a la Alianza para el Pacífico, el más joven de los organismos de integración
regional, creado en abril de 2011 y formado por Colombia, Chile, México y Perú,
a los que pronto se sumará Costa Rica. Según los albistas, los miembros del
grupo del Pacífico forman parte de una conspiración gestada “desde el norte”
(es decir, por Estados Unidos) para dividir a la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur). En el pasado, las Cumbres Iberoamericanas también han
sido objeto de cuestionamientos parecidos.
La razón más probable de la
inasistencia a la cita Iberoamericana y del aislamiento internacional, parece
más bien la gravísima situación interna que tiene el madurismo en sus manos. Y
no sólo me refiero al hecho de estar en campaña por las elecciones municipales
de diciembre próximo que se ven difíciles para el oficialismo, junto a la
debacle económica y el malestar social de la población venezolana, sino
especialmente a la división cívico-militar dentro de su gobierno.
Porque por más privilegios y poder que
el régimen chavista le ha concedido al sector militar en una sociedad
prácticamente militarizada –la más reciente concesión ha sido el aumento de 60%
del salario mínimo, mientras que otros profesionales y empleados se han tenido
que conformar con un 25% de aumento-, numerosos continúan disconformes y
divididos ante el manejo caótico, corrupto y no verdaderamente nacionalista del
gobierno.
Una prueba de los distintos criterios
que prevalecen hoy en día en el seno del gobierno nacional, fue la reciente
acción de la Armada venezolana de interceptar y apresar un buque extranjero
contratado por el vecino gobierno de Guyana para actividades de exploración
petrolera, en la que Venezuela históricamente considera su Zona Económica
Exclusiva (ZEE). Es un secreto a voces que, ante el sostenido silencio cómplice
del gobierno chavista frente a las actuaciones e injerencias guyanesas, la
Armada actuó por encima (inclusos algunas fuentes militares sostienen que sin
conocimiento previo) del presidente Maduro y su Ministra de la Defensa.
Los rumores de un posible golpe al
gobierno de Nicolás Maduro por parte de una de las fracciones militares
chavistas, son crecientes y preocupantes. Junto con el declive de la sociedad
venezolana en todos sus órdenes, ello pesa en el repliegue internacional de
Nicolás Maduro.
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