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viernes, 18 de octubre de 2013

El centro y la democracia

Por: Valentina Verbal 14 octubre, 2013

NOTA DEL GRUPO EDITOR: El presente artículo se refiere a Chile, pero pareció de interés para pensar lo que entendemos por Democracia.

Algunos sectores del país —que proponen cambios radicales o estructurales al sistema político y económico— acostumbran a criticar la llamada “democracia de los acuerdos” que posibilitó la transición post dictadura militar. La critican, básicamente, porque ella ha sido la fuente de la construcción de un determinado “modelo” que rechazan de plano. Para ellos, la democracia —en particular, el Congreso— no debería ser el espacio para consensos y transacciones, sino simplemente para que la voluntad de la mayoría (del 51 %) se imponga sobre la minoría (del 49 % restante).

¿Es posible afirmar que los consensos y transacciones son ajenos a democracia? Parece dudosa una afirmación semejante desde el momento en que toda democracia para subsistir, y ser la base de los cambios que se quieren realizar, necesita, ante todo, de un consenso básico sobre lo que ella es.


En este sentido, algunos estudiosos del quiebre democrático de 1973 sostienen que la principal causa de dicha ruptura no fue tanto la poca valoración de la democracia en general como la pérdida del sentido transaccional que ella (conceptualmente) tiene y que, de hecho (históricamente), había tenido.

El sentido transaccional de la democracia supone un gran consenso sobre su significado y, al mismo tiempo, es el espacio para pequeños consensos: para acuerdos cotidianos sobre las políticas públicas o proyectos de ley que se debaten en su seno, especialmente en el Congreso.

Arturo Valenzuela —en su libro “El quiebre de la democracia en Chile”, cuya primera edición es de 1978 y que recientemente ha sido reeditado por la Universidad Diego Portales— sostiene que la principal causa de la ruptura institucional en Chile de 1973 se debió a la polarización del país como consecuencia de la transformación de un centro político pragmático en uno ideológico, impidiendo, así, el acomodo y la transacción, y, finalmente, el respeto mayoritario por las reglas del juego democrático.

¿Qué significa lo anterior? Entre otras cosas, que desde los años 60 la democracia dejó de ser un espacio —el espacio por excelencia— para la construcción del país entre todos, especialmente desde el centro político, desde los sectores moderados, capaces de neutralizar tanto a la derecha como a la izquierda extremas.

A lo largo del siglo XX, como bien nos recuerda Valenzuela, los partidos de centro siempre habían sido pragmáticos o transaccionales. En 1838, el Partido Radical llegó al poder acompañado de los partidos Socialista y Comunista. Se partía de la base que si conquistaba el gobierno con el apoyo de partidos extremos, se gobernaba con éstos, no se les excluía, no se pretendía gobernar como partido único. El partido de centro, constituía una fuerza moderadora, integradora, hacía las veces de puente.

La regla anterior se rompió en 1964. Eduardo Frei Montalva asumió con mayoría absoluta (56, 09 %) gracias al apoyo de la derecha que quería evitar a toda costa la llegada al poder de Salvador Allende. Sin embargo, el gobierno como tal fue de minoría, de partido único. En otras palabras, Frei gobernó sólo con la DC, sin integrar a la derecha que lo apoyó electoralmente. Gobernar exclusivamente con su partido fue la primera y gran decisión ideológica (y ya no pragmática) de Frei.

Si bien no puede decirse que la situación actual de Chile sea la misma que la de esos tiempos, crecientemente nuestro país avanza hacia una mayor polarización y el centro parece estar en tierra de nadie. La DC ha perdido la supremacía sobre este sector del espectro político, siendo desplazada por sectores liberales del mundo independiente (por ejemplo, quienes apoyaron a Andrés Velasco en las primarias del 30 de junio pasado).

El problema actual del centro es doble: a) el centro liberal carece de una base partidaria, de una organización, no cuenta con parlamentarios, etc., por lo que su futuro es incierto; y b) aunque la DC pueda pactar con los extremos (por ejemplo, con el PC), ha perdido la capacidad de moderación, de ser el eje del sentido transaccional que la democracia tiene y debe tener.

Dudo si quienes critican el carácter consensual de la democracia, crean realmente en ella. Ojalá, sin embargo, que esto no implique un retorno a la vieja idea de que toda democracia que vaya acompañada de un “modelo” supuestamente injusto sea, más bien, una tiranía que haya que destruir y reemplazar por una sociedad utópica, por ejemplo, sin clases. Si esto fuera así, y pensando en el trágico siglo XX, me sumaría con fuerza al Hegel que dijo que “lo que experiencia y la historia nos enseñan es que los pueblos y los gobiernos nunca han aprendido nada de la historia”.


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