RAFAEL LUCIANI sábado 26 de octubre de 2013
Doctor en Teología
@rafluciani
En medio de un mundo acostumbrado a la
violencia, el autoritarismo y la envidia, Jesús escucha los clamores y
esperanzas de las víctimas, y ofrece el camino de la «reconciliación fraterna»
(Mc 12,28-34). Apuesta por un modo de vivir que pretende devolver gestos de
humanidad a realidades personales y sociales fracturadas. Se hace próximo al
otro compasiva y solidariamente. Por ello, sana a las víctimas y atiende a los
pobres, independientemente de su condición religiosa o política (Is 61,1), les
ofrece la esperanza en un nuevo estado de cosas y relaciones (2 Cor 5,17) donde
el verdadero pecado, que es el de acostumbrarnos a vivir deshumanizados, no
triunfe.
¿Cómo es que Él hace todo esto sin
contar con medios económicos, ni con el apoyo de religiosos o políticos?
Viviendo un modo de ser que incluye. Se hace cargo de los pobres, las víctimas
y los enfermos; comparte con ellos su pan y les dedica su tiempo; los consuela
con sus palabras, sin gritos ni maltratos. Ora con los abandonados y denuncia
el abuso de los soberbios.
Él será el Siervo, aquel que ha sido
ungido para el servicio del perdón y la reconciliación como únicas vías capaces
de dar esperanza y traer liberación. Enseña a poner las creencias y las
ideologías a un lado, e invita a sentarnos «todos» juntos en una misma mesa.
Por ello, el proyecto de Jesús no emplea actos violentos (Is 53,3-7) ni actitudes
autoritarias; no favorece al carrerismo religioso o la exclusión política.
Enseña a ser verdaderamente humanos (Mt 12,18-21).
Muchos creen que una vida como la de
Jesús es débil. Sin embargo, a Él lo mataron precisamente porque vivió así, y
no de otro modo. Él estaba convencido de que los líderes religiosos y políticos
-victimarios y causantes de tanto dolor y exclusión- lo podían matar, pero
nunca quitarle su dignidad filial, mientras Él no cediera ante la lógica del
miedo ni respondiera con los mismos modos de actuar que lo igualara a ellos (Is
8,12).
La suya es la fuerza de la «no
violencia» (Mt 5,38-48), la de quien apuesta por la reconciliación. De otro
modo, no habrá vida verdadera para nadie. A quien no le duela la realidad y no
sienta compasión por lo que sufren las víctimas, pobres y enfermos, nunca
creerá en un mundo más humano; será indiferente al modo como se ejerce el poder
en la política, la familia o la vida religiosa, y no hará nada para que esto
cambie.
Jesús no da soluciones políticas ni
eclesiásticas. Él apuesta por un modo de vida donde el camino para llegar a un
mundo más humano pasa por recrear las maneras como nos relacionamos los unos
con los otros y con Dios. Él no se acostumbra a la normalidad de quien vive
resignado, ni renuncia a su derecho de vivir en una sociedad de justicia y
bienestar para todos. La razón la lleva en su fe: si Dios es padre de todos, no
descansará hasta ver a cada uno de sus hijos sentados en una misma mesa (1 Cor
15,28), porque «todos somos hermanos».
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