MARÍA DENISSE FANIANOS DE CAPRILES miércoles 16 de
octubre de 2013
@VzlaEntrelineas
Recuerdo, cuando estaba en primaria,
que el maestro de ciencias naturales nos enseñaba que los seres humanos nacían,
crecían, se reproducían y morían. A eso lo llamaban el ciclo de la vida. Lo
explicaban de manera muy sencilla, y me acuerdo que copiábamos en el cuaderno
una especie de esquema con flechas de colores, que luego memorizábamos porque
esa iba a ser una pregunta fija en el examen mensual. No sé durante cuántos
años nos repitieron esa enseñanza.
Lo cierto es que en ese esquema
faltaba algo. Por ejemplo, entre nacer, crecer, reproducirse y morir hay etapas
muy importantes por las que pasamos todos como enfermar y envejecer. Eso luego
lo aprende uno por experiencia propia en la familia. Primero con los
bisabuelos, luego con los abuelos y después con los padres, si es que tenemos
la bendición que nuestros hijos no se enfermen de manera grave siendo pequeños.
El hecho es que la enfermedad y la
vejez son una realidad que a todos nos va a tocar y llegar, más tarde o más
temprano. Una realidad que debemos estar preparados para afrontar. Pienso que
ese es un tema que de vez en cuando debemos conversar con los hijos, nietos,
tíos, primos, amigos, etc., porque de esa manera uno llega a plantearse una
posibilidad de futuro que va a requerir sacrificio de nuestra parte, tiempo,
esfuerzo y un trabajo adicional que a lo mejor no lo habíamos incluido en
nuestros planes.
Y saber, sobre todo en este mundo
donde se valora tanto la salud y la apariencia, que en cualquier momento
podemos enfrentar una enfermedad que no la esperábamos. Una enfermedad que nos
puede cambiar la vida, al enfermo y a la familia, de la noche a la mañana. He
sabido de varios casos en personas que estaban completamente sanas, y
relativamente jóvenes, que de repente sufren un derrame cerebral, o se les
desarrolla un trastorno bipolar, mal de Alzheimer, cáncer, etc. Eso es algo muy
fuerte, pero cuando uno vive consciente que a cualquiera de nosotros (o de
nuestros padres o abuelos) nos puede tocar, uno se va preparando
psicológicamente (y hasta físicamente, incluyendo el tema de dónde van a vivir
los padres, etc.) para afrontar esa situación de la mejor manera.
Ustedes me dirán: pero, ¿por qué
hablar de algo que es tan elemental en estos momentos? Porque lamentablemente
el tema del abandono de los enfermos y los ancianos se ha vuelto algo muy
común, sobre todo en los países del primer mundo. Estamos viviendo en un mundo
tan agitado que el pensar en dedicar parte de nuestro tiempo a cuidar a
nuestros padres o abuelos es algo que "no cabe en el esquema". Y es que en esta sociedad de carrera
desenfrenada por hacer dinero, por viajar, etc., muchas veces dejamos a
nuestros enfermos o ancianos solos.
Hay sociedades del primer mundo, como
Holanda, donde a los viejos les da pánico que los lleven a los hospitales
porque lo más seguro es que terminen poniéndoles la eutanasia (a veces por
petición de su propio hijo o hija). ¡Qué horror! Así será la situación del
mundo en este tema, que el Papa Francisco desde que llegó al pontificado ha
hablado decenas de veces de los ancianos y dice que le preocupa enormemente la
soledad en la que viven muchos de ellos. Y es que en esta época ser viejo o ser
enfermo es como un estorbo. ¡Qué cosa tan triste!
Todos sabemos que es muy duro cuidar a
una persona mayor, y más si ya no tiene cabeza para hilar bien las ideas. Pero
no tiene precio, ¡de verdad!, sentarte con tu viejito o tu viejita a
acariciarle la mano o la cabeza, a cantarle alguna canción, a echarle bromas, a
darle muchos besitos... La sonrisa que sale de esa boca cuando les damos
muestras de cariño vale más que mil palabras, esas que tu viejito o viejita te
quieren decir y que no pueden.
No hay cosa más rica que consentirlos,
darles su comida predilecta, bañarlos, vestirlos, peinarlos y ponerles su
colonia preferida. ¡Sí!, aquella colonia que fue uno de los primeros olores que
registró nuestro cerebro cuando estábamos chiquitos. Esa colonia que nos trae
tantos recuerdos, recuerdos de aquellas ocasiones especiales (cumpleaños,
Navidad, etc.) cuando nos preparaban nuestros platos preferidos o nos traían un
regalo especial. O cuando salíamos al parque y nos enseñaban las calles, el
Ávila, y nos echaban los cuentos de su época.
También para ellos es un gran regalo
que estemos pendientes de sus medicinas, de llevarles un sacerdote para que les
dé su comunión y en el momento que consideremos oportuno la unción de los
enfermos.
¡Que Dios bendiga a todos nuestros
enfermos y ancianos! ¡Que nunca los dejemos solos, porque necesitan nuestro
amor! ¡Que nuestras familias enseñen a sus hijos y a sus nietos el gran tesoro
que pueden encontrar a través de la vejez y de la enfermedad! ¡Que nuestras
familias sean verdaderos hogares de amor y ternura para esas personas tan
especiales! Y recuerden siempre que normalmente los hijos nos cuidarán como
nosotros cuidamos a nuestros padres.
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