TULIO HERNÁNDEZ 13 DE OCTUBRE 2013
Cuando tropiezo con una de ellas no sé
qué hacer ni qué decir. Son personas relativamente fáciles de identificar.
Adversan al régimen rojo con desprecio profundo pero no se activan en su
contra. No porque desconfíen de la unidad opositora, como los Ni-Ni. Sino
simplemente porque el activismo político no está entre sus opciones. Ni
siquiera en la época de estudiantes lo ejercieron.
Pero no son cínicos, indolentes ni
escépticos. Sufren por el país. Y mucho. Por lo colectivo. Y por lo personal.
Sufren por los conductores que con cada vez más frecuencia irrespetan las luces
de los semáforos. Por los días en que no llega el agua o se va la electricidad.
Por la basura acumulada en todas partes. Por el dinero que alcanza cada vez
menos. Por el deterioro moral que impulsa a cada vez más personas a actuar como
delincuentes. Por las cifras de asesinatos que, como la inflación y la moneda
extranjera, van siempre en aumento.
Los podríamos llamar también “los
desahuciados”. Aunque sería más preciso “los que desahucian”. Porque son un
tipo de venezolano que considera que el país ya no tiene solución. Que no hay
salida. Para decirlo en los términos que Carlos Monsiváis usaba para Ciudad de
México, que somos un país posapocalíptico porque lo peor ya pasó. Por eso nos
miran, y se miran a sí mismos, con una mezcla de piedad, desencanto e
impotencia. Como un médico bueno que hizo todo lo posible pero sabe que el
paciente no tiene futuro porque no se ayudó a tiempo.
Algunas veces, lo confiesan, añoran
vivir en un país normal. Decente. Donde los gobernantes guarden un mínimo de
respeto al ciudadano, la política no tenga secuestrada la psique de cada uno, y
el miedo no sea el carnet de identidad. Por eso una que otra mañana se
despiertan con ganas de emigrar. Pero, aunque pertenecen a las clases medias,
no saben o no tienen cómo hacerlo. Están atrapados. No pueden ser extranjeros
en otros países pero se han vuelto unos extraños en el suyo propio.
Presumo que hay un malestar mayor que
les afecta con especial molestia, casi desespero. Un malestar que padecemos
también los otros, los que igual adversamos al régimen rojo pero todavía vemos la
actividad política y la vía electoral como el camino para salir del militarismo
sin recurrir a más militarismo. Me refiero a las baterías de mentiras cada vez
más grandes, descabelladas y descaradas que han comenzado a usar como
estrategia de defensa los jefes del gobierno rojo.
No hablamos de demagogia elemental,
esa que suele acompañar, con diferencias de grados, todo gobierno incluso
democrático. No. Hablamos de la fase superior de la mentira y el engaño, que
junto al cinismo y la arrogancia, a la gran ordinariez, el odio y la violencia
verbal nos hace sentir a los no convencidos, a los no hipnotizados por el
discurso rojo, que somos tratados como tontos –irrespetados a toda legua– por
el discurso que con cada vez más frecuencia ofician los jerarcas rojos sin que
les tiemble o se les arrugue la conciencia.
Es lo que hemos visto hacer, esta
semana que hoy concluye, con la impresionante pieza de teatro del absurdo o,
mejor, de farsa del absurdo del hombre que, poniendo en evidencia su
incapacidad para siquiera leer correctamente un texto, se presentó el pasado
martes en la Asamblea Nacional a solicitar poderes especiales. Quedó claro: la
orden es mentir, mentir cien veces para hacer que la mentira se torne verdad.
La orden es poner en práctica la vieja técnica del ladrón que huye gritando que
delante de él va el ladrón. Es la gran alegoría de Edgar Morin sobre el
comunismo: miles de personas a la orilla del mar tomando buches de agua y
diciendo: “Esto no es agua salada, esto es limonada”.
No le falta razón al “desengañado”
para mantenerse en ese estado de amargura pura. Pero, aunque nos mire como a
unos lunáticos o unos tontos, o como a las dos cosas a la vez, tenemos que
insistirle en la idea de que mejor estaríamos si se activa, cambia de canal y
el 8 de diciembre, en dos meses, sale a votar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico