Por Miguel Velarde,
14/10/2013
No es verdad que los tiempos que vienen serán peligrosos, los que hoy vivimos ya lo son. A pesar de los esfuerzos propagandísticos del Gobierno por dibujar un país en calma y progreso, cada vez es más evidente en las calles de Venezuela que las cosas no van bien. La gente no está bien.
Lo que en la actualidad vivimos no es por falta de aviso. Los perversos controles económicos implementados en los últimos años solamente han servido para hacer millonarios a unos pocos y quebrar a un país. Hoy hasta los responsables de esta situación se dan cuenta de eso, porque el monstruo que crearon les creció y ahora se está devorando su revolución. Quienes creemos en la libertad del individuo y de la sociedad lo advertimos desde el primer día: el problema no son las políticas públicas ni las medidas coyunturales, el problema es que el modelo no funciona, es inviable.
El crítico estado actual de la economía es el ejemplo más claro. La inflación, la más alta del mundo, está acabando con el salario de los venezolanos: la cifra acumulada hasta septiembre de este año es 38,7%. En el mismo periodo del año pasado, había sido 11,5%. Pero peor aún, la escasez muestra números aún más preocupantes: para septiembre de 2012, el índice de escasez era 13,6%. Para septiembre de este año alcanzó 21,2%. Eso, en palabras muy simples, quiere decir que faltan en los anaqueles del país cada vez más productos por más tiempo. Y los pocos que están disponibles tienen sus precios por las nubes.
Como si no fuera suficiente, en lo político existe en el actual liderazgo opositor una impresionante ausencia de capacidad de entender el momento. Los mismos fervientes defensores de la tesis del “crecimiento electoral” hoy se preocupan por la posibilidad de que las elecciones del 8 de diciembre se posterguen o no se realicen. Los mismos que trataban de callar las voces de denuncia contra el CNE porque eso “solo generaba abstención”, hoy no saben qué hacer con un ente electoral claramente parcializado. Se preocupan porque no tienen un plan B. Pero lo que más angustia nos causa es que tampoco les interesa tenerlo. Pensar en escenarios diferentes al que ellos desean no es una opción y escuchar a las voces críticas tampoco.
El problema con los tiempos peligrosos es que uno sabe cómo comienzan, pero nunca cómo terminan. Hoy tenemos un país en el que se respira angustia y ansiedad, también miedo. Enfrentamos graves problemas en diversos temas como el de la seguridad, la economía, la salud, la educación, la vialidad y otros. Pero más grave aún que la precaria realidad de estos sectores es que no se está haciendo nada para solucionarla.
Y, como suele ocurrir la mayoría de las veces, es el ciudadano de a pie que espera sentado la tormenta sin tener donde cobijarse.
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