Por: Jorge Gomez 15 octubre, 2013
Muchas veces, cuando se habla de
libertad, de plano se rechaza como principio o ideal, bajo el supuesto de que
ésta sería una mera ficción, una ilusión, pues no seríamos libres realmente.
Detrás de esa apelación, existe la
noción de que somos prisioneros de ciertas necesidades e inclinaciones
fisiológicas, biológicas, instintivas e incluso materiales o culturales que
inhiben nuestra libertad. Pero también está la idea de que la incertidumbre de
la propia existencia, en realidad no nos hace libres.
Si la primera noción fuera del todo
correcta, entonces deberíamos rechazar la idea –kantiana si se quiere- en
cuanto a que como seres humanos -a diferencia de los animales- poseemos razón,
por lo cual somos morales, y entonces actuamos libremente al determinar medios,
pudiendo llegar al autogobierno, sobrepasando el ordenamiento mecánico de la
existencia animal. Pero, si somos prisioneros de nuestra fisiología animal
¿Cómo poder hablar de justicia o derechos, por ejemplo?
Por otro lado, y esto es clave en
nuestros días, detrás del argumento de la incertidumbre se encuentra la clásica
apelación al miedo como forma de refutar la libertad. Así, ante el temor por el
incierto mañana, ante la inseguridad del mundo o de la propia existencia, la
libertad no tendría valor alguno ni como ideal ni como práctica. Lo irónico es
que muchos de los que apelan a aquello, son los mismos que prometen bajo sus
ideas o su guía, un mundo lleno de felicidad para el ser humano, como si
tuvieran la capacidad de predecir el futuro y todas las probabilidades.
El miedo como contraposición a la
libertad es algo antiguo. Los primeros seres humanos, ante el miedo que les
generaba la incertidumbre de la existencia y el ímpetu impredecible de la
naturaleza, crearon mitos y leyendas, dioses que representaban a las fuerzas
incontrolables del entorno, cuya furia intentaban calmar con la brutalidad del
sacrificio humano y la sumisión del grupo al capricho de los sacerdotes. En la
mitología griega, Prometeo rompió el ciclo del miedo a la libertad y entregó los
secretos del fuego a los “efímeros” humanos diciendo: “He hecho nacer entre
ellos la ciega esperanza”. En la mitología cristiana, Adán rompió el ciclo del
miedo a la libertad, y decidió no sólo dejar ser una criatura, sino de ganarse
el pan con el sudor de su frente. Es decir, de servirse de su razón, y por
tanto de ejercer su libertad.
Kant hablaba de la incapacidad
culpable de los seres humanos, no por falta de inteligencia, sino por falta de
decisión y valor para servirse de sí mismo sin tutela de otro, como la causa
que frenaba el progreso de la humanidad en cuanto al desarrollo de sus
disposiciones naturales. Es decir, por miedo. No es raro entonces que Eric
Fromm con preocupación, viera en los sentimientos de inseguridad y aislamiento
modernos, que se traducen en miedo a la libertad, el camino riesgosamente
fecundo hacia el fascismo (o el comunismo o formas colectivistas, podríamos
agregar sin problemas). Es decir, la vía hacia formas totalitarias de tutela
absoluta, justificadas bajo la idea evitar las incertidumbres del destino
propio, y confundidas con afanes de justicia y bienestar.
Pero ¿Alguien podría decir que el
esclavo, a quien su captor le tiene retenido contra su voluntad y le alimenta
diariamente, es realmente libre?
El miedo a la libertad se ha puesto de
moda. Pero ese miedo se revierte con más libertades, no con servidumbre
voluntaria hacia quienes nos prometen la máxima seguridad y bienestar a costa
de la libertad o las libertades, las cuales son necesarias para ayudar a
quienes no cuentan con la capacidad de ejercerlas. Porque sin libertades no
puede haber bienestar.
En quienes recurren al miedo para
rechazar la libertad hay un cierto egoísmo –muchas veces camuflado de
altruismo- pues como decía Fromm “el egoísta nunca deja de estar
angustiosamente preocupado de sí mismo, se halla siempre insatisfecho,
inquieto, torturado por el miedo de no tener bastante, de perder algo, de ser
despojado de alguna cosa”. Y en eso, algunos son capaces de aceptar su propia
opresión.
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